
¿Es necesario que Francia, luego de sufrir este ataque, tenga que pensar en rever su forma laica de plantarse ante los temas trascendentes de la vida, tal como se les fue legado desde el pensamiento genial de Rousseau o Montesquieu? No, porque jamás existen fórmulas mágicas de aplacar la furia de un enemigo. Pero entonces, ¿aún corre riesgos Francia? La primera parte de la respuesta está en la estructura de seguridad y contragolpe que, por lo que se percibe, Francia está montando. La segunda y más importante, que sus equipos diplomáticos y de diálogo en todos los frentes no sean enviados a dormir una larga siesta por haberse declarado el Estado de Guerra.
A las puertas de una etapa en la que se puede establecer una ruta del odio entre el Islam versión susceptible y vengador y la Francia versión implacable y vengadora, la Tragedia de Le Bataclan aparece como una nueva carga pe ligro sobre el mundo y en la que deberán hacer oír su voz quienes entienden que, cuanto más alta es la presión sanguínea en la toma de decisiones, más sangre quedará en el camino.
Claro que amamos la libertad, la igualdad y la fraternidad. Y estamos orgullosos, en la Argentina, de muchos logros alcanzados en el tema de los Derechos Humanos pero -para comprender el porqué Francia debe actuar ahora con traje de hielo- si los argentinos hoy comprobáramos que un grupo radicalizado paraguayo ostentase un temperamento y una sed de venganza similar a un sirio involucrado en la Jihad, tendríamos muchísimos más momentos y, seguramente, motivos, para pedir perdón por la injusta, criminal y traicionera Guerra del la Triple Alianza.
La decisión de matar indiscriminadamente y con la sola idea de sembrar el terror a futuro entre los franceses -como parece ser que lo expresó uno de los feroces atacantes- habla, más o menos, claramente de cierto estado emocional de esa gente. Mientras tanto, Francia, líder indiscutida de la filosofía y el pensamiento de Occidente, se ve obligada a enfrentar una amenaza constante por, entre otras cosas, ejercer esa libertad de expresión y otros derechos enarbolados la Revolución de 1789 y que implicaron el mayor orgullo de esa nación. Concretamente, las ilustraciones de la publicación Charlie Hebdo, prueba del alcance que Francia siente que tienen sus libertades, terminó siendo, para otros pueblos, un exceso de tal gravedad que los habilitó a ir contra la vida de los ofensores.
Francia, finalmente, logrará diferenciar su trato a los musulmanes que suelen ser vistos de a cientos en las distintas plazas de París, del sospechado de ser un próximo inmolable que pueda dejar un tendal de nuevas muertes. Argentina, en cambio, debe comprender que Paraguay jamás le hizo pagar ninguno de tantos merecidos precios por haber asesinado -junto a uruguayos y brasileños- a la casi totalidad de su población. De todos modos, antes de eso, la mayoría de los argentinos debe aprender que existió un guerra contra el Paraguay, ya que no tiene ni idea.
A favor de nuestra idiosincrasia, recordemos que en la Argentina nos sobrecargaron la mente con el concepto de que existen precios que se pagan cuando nos excedemos. Nos lo dijeron por confiar en nuestra moneda antes del Rodrigazo, en 1975, por traidores a nuestra moneda en 1981, con Sigaut. Nos refregaron por la cara las improvisaciones en Malvinas, que nos llevaron a perder la guerra. Nos trataron de irresponsables cuando en 2001 se declaró el default por la deuda externa.
En nombre de todo eso – y aplicando los principios franceses de absoluta libertad para expresarlo- pudimos señalar alguna arruga en el uniforme de honor de Francia, en el mismísimo momento en que su gigantesco duelo nos sigue doliendo a todos. De todos modos, en cuanto a nuestro uniforme de honor, pensemos primero en alguna buena tintorería. Críticas externas, a cuarentena. Autocríticas, todas las posibles.