Una serie de construcciones en marcha en el área porteña de la Comuna 3 está revelando, estadísticamente, una tendencia que no se observa en la zona desde hace más de 75 años.
Aparentemente, cierto factor referido al precio de mercado para terrenos en la Ciudad de Buenos Aires, genera la nueva tendencia de construir en el macrocentro Sur, especialmente en el sector occidental de la Av 9 de julio, por lo que -según consultoras, empresas constructoras para las que recaban datos y algunos medios de comunicación con intereses en el rubro- los barrios más elegidos pasaron a ser Monserrat y San Cristóbal.

Nadie niega que ver destellos de desarrollo en una zona históricamente relegada, resulta simpático. Sí, es cierto que en Carlos Calvo y Sarandí, un edificio de 7 pisos que «promete» cierta categoría, se empieza a erigir en el terreno que durante un siglo ocupó la tapicería más operativa de toda el área Congreso al Sur. También es evidente que algunas afamadas inmobiliarias participan de la oleada de obras, prestando su nombre y volcando su experiencia para atraer a un público que se anime a la compra «de pozo» en cualquiera de las varias construcciones iniciadas en las Avenidas San Juan e Independencia, dentro del rango del 1500 al 2600.
Pero hay una realidad dividida en pequeñas verdades: San Cristóbal es muy grande y desde hace más de un siglo trae, con alta justificación, el mote de «el barrio olvidado». Las casas bajas y antiguas, muchas en terreno subdividido o en plantas individuales (PH) y los modestos y sólidos edificios de hasta dos pisos, dominan tanto el panorama que las construcciones ultramodernas, frías y de tan evidente medianía de calidad, quedan como muppies en el Chantecler.
Consultados vecinos de la zona, algunos entienden que la defensa de las construcciones de la etapa del Centenario (alrededor de 1910) es lo único que le queda a Buenos Aires como paisaje cultural real, ya que, con el tiempo y sometidos pésimas decisiones, casi todas las construcciones anteriores a 1880 desaparecieron de un plumazo para establecer una ciudad mezcla de los estilos parisino y madrileño, con sus correspondientes suburbios y arrabales. Fue entonces cuando -merced a la gigantesca recaudación por la venta de carnes, cereales y otros alimentos al mundo- a principios del S XX comenzó una fiebre de construcción de casas y edificios de un estilo que ninguna otra ciudad en el nuevo mundo estaba en condiciones de encarar.
Frentes con molduras griegas, puertas y ventanas internas con marcos de carpintería florentina y herrería trabajada con técnicas medievales, mármoles de carrara y mayólicas andaluzas eran lo básico, como para empezar a hablar, a la hora de construir una casa que podría dejar la impresión final de un pequeño palacio.
Esas construcciones, que en su momento fueron modernas y de singular belleza reemplazaron, a partir de 1890, a lo poco que quedaba de los tiempos de la colonia en cuanto a inmuebles se refiere.
La situación referida a la necesidad de cierta preservación del patrimonio propio de la ciudad se discutió muy tarde.
¿Cuándo?
Fue en 1978, durante la última dictadura, cuando varios arquitectos encabezados por José María Peña fueron a plantearle al intendente barredor Osvaldo Cacciatore, que detuviera las demoliciones en San Telmo de casas que conformaban el único testimonio urbano para sostener, por lo menos, algo a nivel memoria de la Buenos Aires histórica.
El siguiente documento nos abre la disyuntiva: ya que se le pudo plantear a un intendente duro que estaban reventando un pedazo de la historia porteña, ¿acaso no podríamos, en Democracia, ponernos de acuerdo en entender que hay muchos otros barrios que requieren de preservación?
La «Moda San Cristóbal», de edificios copy-paste con hall de entrada minimalista, pisos de balsosas sintéticas, monitor para «ver» al guardia de seguridad y barandas de balcones en chapa circular corrugada para que deje la errónea sensación de ser «algo fuerte», a los habitantes históricos del barrio no los moviliza ni lo más mínimo.
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