• Diario 5 -Buenos Aires, sábado 15 de noviembre de 2025

Había sido impactante. Éramos jóvenes y no todos lo conocíamos. Lo celebramos porque su designación fue una observación certera y quirúrgica dentro de un planeta tan revuelto. Nos satisfizo porque generó un terremoto en el centro de un poder opresor. Lo defendimos porque entendimos que su galardón nos abarcaba.

Tales fueron las circunstancias de una Argentina que se enteraba, en una tarde de octubre de 1980, que un compatriota había ganado el Premio Nobel de la Paz. La mayoría de nosotros escuchaba el nombre de Adolfo Pérez Esquivel por primera vez.

La Fundación Nobel, como tantas veces, jugaba fortísimo políticamente en el mundo, confirmando una y cien veces que los beneficiarios fueron un argentino y muy especialmente- la Argentina.

Desde cierto y necesario punto de vista, se lo entronizó. Y podría decirse que fue justo. Lo vimos con dignidad erigirse como la voz silenciada de miles de víctimas de la represión en nuestro país y sobre quien fuimos generando una de las imágenes de la resistencia cívica y no violenta frente al terror de Estado.

Cuarenta y cinco años después, su figura aparece envuelta en una desgastada paradoja: nunca dejó de trabajar por la paz pero, cuando se expresa libremente en cualquier foro o medio, su posicionamiento político antioccidental contamina cualquier llamado ético universal que pueda intentar.

La carta dirigida a María Corina Machado no sorprende por su tono —Pérez Esquivel mantiene desde hace décadas un discurso crítico hacia Estados Unidos y sus aliados—, sino por el sesgo selectivo con el que aplica la vara. Él, independientemente de la legitimidad de todos sus logros, cae en una innecesaria discriminación, al tratarse de lo que se trata, reconocimientos por actuar -en alguna situación- a favor de la paz.

¿O, acaso, somos nosotros los incapaces de comprender cómo alguien que sufrió la persecución y la cárcel por denunciar violaciones a los derechos humanos puede, al mismo tiempo, relativizar o poner en duda la legitimidad de una mujer que encarna exactamente esa lucha, en otro contexto y con otro verdugo?

Pues, si es así, que alguien dé un paso al frente y justifique con claridad convincente esa «compatibilidad».

No es la primera prueba que existe un desgaste cuando la coherencia se presta al mapa ideológico. La defensa de los derechos humanos no puede ser de geometría variable: si se condena la represión en dictaduras de derecha, la misma suerte debe correr la que ejercen los regímenes autoritarios de izquierda. Lo contrario no sería humanismo, sino una suerte de tribalismo político.

Por un lado, no está nada mal que Pérez Esquivel remarque la peligrosa impaciencia de Machado en apelar a un discurso proclive a eliminar la dictadura de su país con intervención extranjera. Pero la del argentino no es una carta cualquiera y menos «de paz»: más bien refleja el criterio incurable de una generación que confundió la crítica al imperialismo con la indulgencia frente a los autoritarismos locales.

Y no seríamos justos si no incluyéramos en este cuadro como su problema de mayor peso, que son muy pocos los ciudadanos que perciben la transformación moral que deja el tiempo en ciertos protagonistas de la historia. Pues, menos aún aceptarán que cierto referente de su simpatía pueda pasar de héroe de la no violencia a custodio de una narrativa ideológica que ya no conmueve como en el siglo pasado. Porque tampoco es sano obviar la confiabilidad perdida de una parva de movimientos jactanciosamente solidarios, porque su base filosófica decepcionó a decenas de millones que soñaban con cambiar el mundo.

¿Cuál fue aquí el pecado mayor de Pérez Esquivel?

Ofender la sabiduría de la Fundación Nobel y no animarse a decirlo, porque se trata de la misma que lo premió a él.

En su carta abierta, el PNP argentino, que, oportunamente, recibió felicitaciones desde lo orígenes ideológicos más diversos, opera para bajarle el precio al premio cuando se lo están otorgando a alguien de una frecuencia geopolítica que alza su voz -como él lo hacía- contra los que gozan de su empatía.

La carta no se priva de cierta pátina de falaz meritología comparativa -y egolatría herida- que nunca imaginamos descubrirle al último Nobel de la Paz argentino.

La carta abierta, publicada en Página 12, con el título «De Nobel a Nobel»

Te envío el saludo de Paz y Bien que tanto necesita la humanidad
y los pueblos que viven en la pobreza, conflictos, guerras y hambre. Esta carta
abierta es para expresarte y compartir algunas reflexiones.
Me sorprendió tu designación como Premio Nobel de la Paz que te
otorgó el Comité Nobel. Me vinieron a la memoria las luchas contra
las dictaduras en el continente y en mi país, dictaduras militares que
soportamos desde 1976 hasta 1983. Resistimos las cárceles, torturas y el
exilio con miles de desaparecidos, niños secuestrados y desaparecidos y
los vuelos de la muerte de los cuales soy un sobreviviente.
En 1980, el Comité Nobel me otorgó el Premio Nobel de la Paz; han
pasado 45 años y continuamos trabajando al servicio de los más pobres
y junto a los pueblos latinoamericanos. En nombre de todos ellos asumí
esa alta distinción, no por el Premio en sí, fue por el compromiso
junto a los pueblos que comparten las luchas y esperanzas para construir un nuevo
amanecer. La Paz se construye día a día y debemos ser coherentes
entre el decir y el hacer.
A mis 94 años, continúo siendo un aprendiz de la vida y me preocupa
tu postura y tus decisiones sociales y políticas. Por lo tanto te envío
estas reflexiones.
El gobierno venezolano es una democracia con sus luces y sombras. Hugo Chávez
marcó el camino de libertad y soberanía del pueblo y luchó
por la unidad continental, fue un despertar de la Patria Grande. Estados Unidos
lo atacó permanentemente: no puede permitir que ningún país
del continente salga de su órbita y la dependencia colonial; continúa
sosteniendo que América Latina es su “patrio trasero”. El boqueo
a Cuba por los Estados Unidos durante más de 60 años es un ataque
a la libertad y derecho de los pueblos. La resistencia del pueblo cubano es un
ejemplo de dignidad y fortaleza.
Me sorprende cómo te aferras a los Estados Unidos: debes saber que no tiene
aliados, ni amigos, sólo tiene intereses. Las dictaduras impuestas en América
Latina fueron instrumentadas por sus intereses de dominación y destruyeron
la vida y la organización social, cultural y política de los pueblos
que luchan por su libertad y autodeterminación. Los pueblos resistimos
y luchamos por el derecho a ser libres y soberanos y no colonia de los Estados
Unidos.
El gobierno de Nicolás Maduro vive bajo amenaza de los Estados Unidos y
del bloqueo, basta tener presente las fuerzas navales en el Caribe y el peligro
de invasión a tu país. No has dicho una palabra o apoyas la injerencia
de la gran potencia contra Venezuela. El pueblo venezolano está listo para
enfrentar la amenaza.
Corina, te pregunto. ¿Por qué llamaste a los Estados Unidos para
que invada Venezuela? Al recibir el anuncio que te otorgaron el Premio Nobel de
la Paz se lo dedicaste a Trump. El agresor a tu país que miente y acusa
a Venezuela de ser narcotraficante, mentira semejante a la de George Bush, que
acusó a Saddam Hussein de tener “armas de destrucción masiva”.
Pretexto para invadir Irak, saquearla y provocar miles de víctimas, mujeres
y niños. Estuve al final de la guerra en Bagdad en el hospital pediátrico
y pude ver la destrucción y muertes por aquellos que se proclaman los defensores
de la libertad. La peor de las violencias es la mentira.
No olvides Corina que Panamá fue invadida por los Estados Unidos, que provocó
muertes y destrucción para capturar un exaliado, el general Noriega. La
invasión dejó 1200 muertes en Los Chorrillos. Hoy, Estados Unidos
pretende apoderarse nuevamente del Canal de Panamá. Es una larga lista
de intervenciones y dolor en América Latina y el mundo por Estados Unidos.
Aún continúan abiertas las venas de América Latina, como
decía Eduardo Galeano.
Me preocupa que no hayas dedicado el Nobel a tu pueblo y sí al agresor
de Venezuela. Creo Corina que tienes que analizar y saber dónde estás
parada, si eres una pieza más del coloniaje de Estados Unidos, sometida
a sus intereses de dominación, lo que nunca puede ser para el bien de tu
pueblo. Como opositora al gobierno de Maduro, tus posturas y opciones generan
mucha incertidumbre, recurres a lo peor cuando pedís que Estados Unidos
invada Venezuela.
Lo importante es tener presente que construir la Paz requiere mucha fuerza y coraje
en bien de tu pueblo, que conozco y quiero profundamente. Donde antes había
chabolas en los cerros que sobrevivían en la pobreza e indigencia hoy hay
viviendas dignas, salud, educación y cultura. La dignidad del pueblo no
se compra ni se vende.
Corina, como dice el poeta: caminante no hay camino, se hace camino al andar.
Ahora tienes la posibilidad de trabajar para tu pueblo y construir la Paz, no
provocar mayor violencia, un mal no se resuelve con otro mal mayor. Solo tendremos
dos males y nunca la solución del conflicto.
Abre tu mente y corazón al diálogo, al encuentro de tu pueblo, vacía
el cántaro de la violencia y construye la Paz y unidad de tu pueblo para
que entre la luz de la libertad e igualdad.

«Me sorprendió tu designación». Le habla a la premiada, cuando la verdadera «acción sorprendente» la establece el premiador, sobre el que autor de la misiva prefiere no pronunciarse.

¿Y qué iba a hacer?

¿Llamarlos para retarlos?

– Ah, pero cómo! ¿Ustedes premian también «a la derecha»?

De entrada, el remitente arroja formalismos. «Te envío el saludo de Paz y Bien que tanto necesita(n) la humanidad y los pueblos que viven en la pobreza, conflictos, guerras y hambre». Después, le habla a su tribuna, que sigue celebrando en redes sociales la forma en que le pega a María Corina.

En el primer libro impreso de la historia se lee algo que podría detener tanta soberbia: «A los pobres los tendréis siempre con vosotros». Su autor, un poco más confiable que cualquier PNP, se refería a los pobres de espíritu, un expandido y superviviente grupo social que incluye -entre otros- a los resentidos.

 

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