Nada.
La obra de Francisco en 12 años al frente de la Iglesia católica no tiene discusión, especialmente porque el efecto evangelizador de su Papado, arrojó como resultado una recuperación del 11% de interactividad filial en la comunidad.
¿Alguien cree que si se ajustaran las tuercas como para ceñir a la Iglesia a un formato conservador -como el que teorizaron los detractores de Francisco durante todos estos años- no se habría producido un mayor éxodo de cristianos a los formatos religiosos evangélicos? En realidad ése habría sido el mejor escenario, tomando en cuenta el también creciente agnosticismo con rápido destino ateísta, especialmente en jóvenes poco propensos a normas y disciplinas.
El trogloditaje todavía se llena la boca diciendo que debió haber venido al país, incluso después de escuchar hasta diez veces que organizar los peregrinajes de un Pontífice no equivalen a los picnics de colegios salesianos en Puente 12. Aparte, de haber venido Franciso al país, esos airados reclamantes, seguramente se habrían quedado en sus casitas a mirar por televisión el paso del Papamóvil por las calles de su barrio.
La imagen que reúne algunas tapas de diarios es evidente: se trató de un Papa popular. Querido por la mayoría. Punto. El argentino merdio no corta ni pincha a la hora de poner una opinión más o menos coherente en un caso como éste. Buena parte de los que le buscaron barro en los bolsillos recularon en chancletas cuando las mentiras pergeñadas no alcanzaron ni a separarse de sus propios pies: la pretensión de asociar al sacerdote Jorge Bergoglio con maniobras de la dictadura fue una inolvidable canallada que manchó para siempre una de las organizaciones de Derechos Humanos de la jerarquía de Madres de Plaza de Mayo. Y del otro lado, la estupidez del fascismo vernáculo que consideraba al Papa más cercano a Perón que a Jesús.
Menos mal que no vino.
La gente acostumbrada a usar a los demás, puede llegar a intentar hacerlo con cualquiera. Incluso un Sumo Pontífice.
Francisco se llevó menos agradecimientos que los que él mismo habría aceptado. Y menos críticas de las que se merecen los que lo atacaron. Todavía no se sabe si el legado es sólido. Bastará con chequear que en el Discurso de Inauguración, su sucesor use las sencillísimas palabras clave que Francisco solía tener en la boca y que molestaba tanto a un sector de la Iglesia más «discreto»: «los pobres», «amor», «unidad» y «misericordia».
Y si no, ¿qué? ¿nos permitiríamos volver a la tendencia diaspórica del catolicismo en el año 2000, sobre todo en América Latina? Es probable que algunos crean que eso tiene «cierto valor». Hablamos de personas que apuntan a considerar que si otros no conocen a Cristo, ya tendrán oportunidad pero «no nos saquen los curas de nuestras parroquias para llevarlos a las villas».
Demasiadas cosas en las que Francisco fue el primero: su condición de Jesuita, de Latinoamericano y de jefe de la iglesia que usó un nombre sin número, lo que dejaría mucho más -se diría demasiado- relegado a sus sombra a cualquier futuro Papa que quisiera identificarse como Francisco II
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