Buenos Aires es una ciudad culturalmente tan rica, que hay que, no sólo hacerse cargo de esa riqueza, sino que se hace necesario, al paso del tiempo y de las nuevas oportunidades que brindan ciertos avances en diversas industrias, para el mejoramiento de las identificaciones de homenajes y recordatorios. Específicamente estamos haciendo referencia a las afamadas placas.
Desde los saqueos a las piezas de bronce que en 2001 barrieron con la inmemsa mayoría de las placas recordatorias hechas en esa aleación, poco se habla de los materiales para realizar placas recordatorias en la Ciudad de Buenos Aires, menos aún de unificar o uniformar formatos como para que se sepa de antemano que se está pretendiendo llamar la atención del transeúnte con una placa.
Ubicándonos detrás de la desagradable línea que corta el tiempo en la etapa aludida, siempre es bueno contar con placas de bronce para dejar, frente al paso del tiempo, palabras firmemente demarcadas y bajo un halo de respetuosa solemnidad. No hay nada contra eso. Pero si lo que se prentende es que ciertos edificios formen parte de un puñado (o una cantidad grande) de lugares que valen la pena ser reconocidos por motivos de interés público, deberíamos pensar una forma de cartelizar como hasta ahora no se ha hecho nunca en Buenos Aires.
Tanto las placas de la calle Rincón 137, para hacer referencia a que allí vivió Carlos Gardel, como la de la Avenida Caseros 2967, que nos recuerda un domicilio porteño de Juan Manuel Fangio, son auténticas perlas que, incluso, engalanan las entradas de sus edificios y hasta generan orgullo en los habitantes actuales. Lo que no tenemos en Buenos Aires ni en la Argentina toda es un tipo de cartel que nos avise «desde lejos» que allí hay algo interesante para observar y leer y que forma parte del patrimonio de la ciudad.
Existe una forma de conseguir este efecto en todo el conglomerado urbano londinense, que es el uso uniformado de placas azules circulares con letras blancas. Por supuesto que este estilo de identificación no cumple las mismas funciones que el bronce. Pero cudado: no todas las personas a las que se pretenda recordar debe estar necesariamente enmarcada en el metal solemne y eterno que se suele reservar a los grandes benefactories de las patrias. Y en el caso de que así lo ameritara (este tema ya ha generado discusiones, dado que todos merecemos ir al bronce) se sumaría la placa solemne con la «urbana», ya que sería ésta última la que llamaría lo suficientemente la atención de la mayoría del público, especialmente si se trata de turistas que están conociendo la ciudad.
Embellecen, aportan información cultural y orientan. ¿Cuántas funciones más se les podría pedir o adjudicar? Sólo se haría realidad esta forma de coronación urbana si el Ministerio de Espacio Público de la Ciudad estableciera un dirección especial que empiece a ubicar las primeras a modo de prueba y luego de establezca un vínculo con empresas y fundaciones en el sector privado que se erijan como mecenas, estableciendo un equilibrio justo de compensación.