• Diario 5 -Buenos Aires, lunes 17 de marzo de 2025

La historia de la línea F del subte de Buenos Aires está entrelazada con décadas de proyectos y promesas de expansión del sistema de transporte subterráneo en la ciudad. Para comprender su evolución, es necesario remontarse a los años previos a la gran crisis de 2001, cuando se idearon diversos planes de infraestructura para mejorar la conectividad urbana.

El llamado a licitación para su construcción es un paso que genera esperanzas de que esta línea deje de ser una promesa y se convierta en una realidad tangible. Desde los años 70, existían planes para expandir la red de subterráneos porteños, incluyendo esta línea que uniría Barracas con Palermo. En 1980 se trazó un plan de cobertura casi total de la ciudad con redes subterráneas de transporte público.

En los años 90, con el regreso de la democracia y un contexto económico fluctuante, se retomaron varios proyectos que habían quedado en suspenso. Las líneas A, B, C, D y E ya estaban en funcionamiento, pero la creciente demanda de transporte exigía nuevas alternativas. Fue entonces cuando se planteó la necesidad de extender la red de subterráneos y surgieron las primeras menciones a las futuras líneas F, G y H. Incluso la «I».

En 1996, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires presentó un ambicioso plan para ampliar la red de subtes, incluyendo la línea F, que conectaría Barracas con Palermo, pasando por el microcentro. Este proyecto prometía aliviar la saturación de las líneas existentes y ofrecer un nuevo eje de movilidad. Sin embargo, las dificultades económicas y políticas postergaron su avance.

El estallido de la crisis de 2001 fue un mazazo para los planes de infraestructura en todo el país. Recesión económica, colapso social e inestabilidad política detuvieron cualquier posibilidad de inversión en obras públicas de gran envergadura. En esos años, las supuestas prioridades se centraron en la hipotética recuperación económica y social, relegando al subte y a cualquier otra obra grande a un segundo plano.

Con la llegada del nuevo milenio y cierta estabilización económica gradual, se retomaron los proyectos de expansión. La línea H, que también había sido proyectada en los 90, logró inaugurarse en 2007, alimentando las expectativas de que la línea F también vería la luz en poco tiempo. No obstante, las promesas continuaron sin materializarse.

Durante las gestiones sucesivas, se realizaron estudios de factibilidad, se presentaron proyectos ejecutivos y se anunciaron licitaciones para la construcción de la línea F, pero los obstáculos financieros y las dificultades administrativas persistieron. En 2015, el gobierno de la Ciudad volvió a impulsar el proyecto, destacando que la línea F sería clave para la conectividad entre el sur y el norte de Buenos Aires. Se prometió que las obras comenzarían en 2019, pero la realidad fue diferente.

La pandemia de COVID-19 en 2020 representó un nuevo revés para el avance de la infraestructura de transporte. Las prioridades presupuestarias cambiaron drásticamente y el proyecto de la línea F quedó nuevamente archivado. Sin embargo, en los últimos años se reactivaron las discusiones y el gobierno porteño volvió a expresar su intención de concretar la línea F como parte del plan de movilidad urbana.

 

El proyecto de la Línea F permaneció, por décadas, en el mismo limbo donde hoy descansan los proyectos de las líneas G e I. En enero de 2025, una nota publicada en La Nación recordaba esta historia de postergaciones, por entonces sin un anuncio concreto sobre el comienzo de las obras.

Finalmente, el llamado a licitación de febrero de 2025 marca un punto de inflexión. No se trata ya de una simple propuesta, sino de un paso administrativo real que, de concretarse, podría poner en marcha la construcción de la ansiada conexión entre Barracas y Palermo. Las autoridades muestran optimismo. La ciudad es gigante y es necesario ganar fluidez permanente en  transporte público.

De materializarse, la Línea F ampliará la cobertura del subte porteño y descomprimirá otras líneas para facilitar el traslado de miles de pasajeros diariamente.

Nadie puede dormirse.

El transporte público es un medidor de la calidad de vida.

Tras décadas de espera, la concreción de esta línea podría significar una mejora en la infraestructura urbana y convertirse en un símbolo de las grandes obras públicas que, hoy por hoy, trasladándonos al criterio del gobierno de la Nación, resultan una excepción y no parecen presentarse otras en un horizonte cercano.

 



 

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