O del abuelo.
Recorren Buenos Aires y dejan sus volantes pegados junto a las puertas, del mismo modo en que lo hicieron, durante un siglo los compradores de todo tipo de elemento que otrora significó un aceptable negocio vender: oro, plata, muebles artefactos eléctricos y electrónicos y objetos de valor.
Dada la crisis económica, encontramos que en la pauperizada clase media de nuestro país, es poco probable que aún haya demasiadas familias que cuenten con piezas de oro y joyas valiosas que -ante una necesidad- puedan venderse para poder rescatar algún dinero relativamente importante.
Pero es de esperar que en varios hogares se conserven ciertos discos, especialmente LPs.
No hay dudas de que el furor por la revalorización del sonido analógico ha abierto una nueva instancia en el mercado de la música, que consiste en la comercialización de los legendarios Long Play y, en menor medida, los discos simples.
Los álbumes, con sus tapas, contratapas, trípticos, arte, información complementaria y promociones de artistas del mismo sello incorporadas en los sobres internos han vuelto a ganar atención.
¿En qué consiste el corazón del furor?
En lo novedoso que les resulta a los jóvenes este descubrimiento
¿Por qué?
Porque a quienes protagonizamos las sucesivas etapas de cambios de formato y dispositivos con los que escuchar nuestra música preferida, ya estamos un poco resignados a que el mercado fue haciendo lo que quiso, incluso con nosotros mismos.
Primero sobrevaloramos al casette por su pequeñez pero a los quince años lo terminamos abandonando por su cinta vulnerable y cierta falta de practicidad que jamás habíamos considerado. Se nos impuso la aplanadora digital de los CDs. Caímos rendidos los pies de ese sonido que se nos presentaba perfecto al lado de los ruidosos y zumbones aparatos con los que veníamos educando nuestros oídos.
Y tras todos estos años de gente digital, la reivindicación de «los discos». Así, a secas. No requieren demasiadas aclaraciones.
¿Los más valorados? Todo el universo rock sinfónico de los ’70s, es decir, lo que vale la pena escuchar. Se incluyen las agrupaciones de paladar negro del rock argentino (no hace falta dar nombres).
Y si tanto se están revalorizando, habrá que ser cautos para evitar malvender.