La frase más esperada en la política argentina se pronunció detrás de los Andes. Gabriel Boric, recién llegado al poder, dio una lección de alta política como nadie lo hizo en América Latina desde el Siglo XIX.
A punto de concretar una importante suba del salario mínimo en su país, el presidente de Chile dejó en claro que su decisión es posible por las políticas practicadas por sus antecesores en el Palacio de la Moneda.
“Acá como gobierno, como Presidente, no podemos solazarnos de esto como si fuese un logro solo nuestro. Porque esto se hizo sobre la base de lo que en su momento construyeron Aylwin, Frei, Lagos, Bachelet, Piñera y los diferentes gobiernos con los esfuerzos que pudieron hacer en su momento”
Es demasiado pronto para poder vislumbrar los posibles efectos de la mancomunante expresión, que abre múltiples esperanzas y desencadena estímulos hacia todos los sectores de una sociedad que, hoy por hoy, tiene la oportunidad de trabajar en pos del bien común por encima de las diferencias ideológicas (la burda forma de llamarlas en la Argentina es «grieta»).
A nadie se le puede escapar que la división de pensamiento político en Chile es firme, abarcativa y llena de historia con mucha sangre derramada. Por eso, el gesto presidencial resulta de una generosidad sorprendente y empática.
A pesar de que dentro de Chile las cosas no son tan sencillas y no todos están dispuestos a digerir con facilidad ninguna jugada de Boric, por más magistral que parezca, cada vez son más los chilenos que se están dando cuenta de que, esta vez, el joven presidente se metió el planeta en el bolsillo en apenas segundos, despertando -por lo pronto y por lo menos- envidia en toda América por el soplo real de aire fresco que significa no tener un presidente que arranca su gestión vociferando la «pesada herencia» que le están dejando.
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