El Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810, con toda la carga de diferencias que existía entre los habitantes de una aldea colonial plagada de contradicciones y de intereses disímiles entre los habitantes, aún podría inspirarnos acerca de cómo arrancar de nuevo desde cero.
Nunca hubo un hecho político más importante que aquella asamblea popular. Incluso con la inmadurez política característica de los pueblos altamente influidos por las tentaciones de las autocracias, ya que no conocían otra cosa. Sólo por eso, ellos son insuperables. Nosotros sí conocimos formas mejores de convivencia. Nosotros, que nos jactamos de haber «recuperado la democracia» y eliminado para siempre las dictaduras, deberíamos -supuestamente- tener mejores armas que los hombres de mayo para armar algún futuro.
¿Alguna consideración?
¿Alguien tiene algo importante que decir?
El aniversario 212 del Cabildo Abierto más importante de la historia de nuestro país abriga con alta efectividad el nacimiento del debate acerca de la necesidad de reforzar el poder representativo de los organismos colegiados, lo que -traducido a la política institucional actual- significaría ir abandonando el sistema presidencialista, tal como lo esbozamos en Adiós Papis y Mamis, hace escasos 12 días.
En un programa de TV, el ex gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, disparó la polémica cuando respondía sobre temas que no estaban referidos directamente al presidencilismo, pero lo puso sobre la mesa y todos los participantes terminaron por aportar los detalles que implicaría una democracia semiparlamentaria, en la que el Congreso pasaría a tener responsabilidades mucho más atendibles que la de discutir leyes a partir de comisiones y luego seguirla en el recinto, donde la automaticidad de la mirada ideológica y las demostraciones de disciplina partidaria se imponen por sobre el pensamiento crítico y el raciocinio ordenador, siempre.
Comenzó la discusión más importante de la historia política argentina. Desinstalar el tema significa tanto avalar el tronío imperial que primó en las mentes de quienes han pasado por el sillón presidencial, sin darle consideración pública al tema de «derramar» el poder en un primer ministro (Alfonsín, única digna excepción), como satisfacer el anhelo de los que se sienten cerca de lograr la hazaña de conquistar ese paso al éxtasis del control de la botonera.
Muy pocos entienden que se trata del más importante debate que nos queda por encarar realizar, ya que los más importantes -a propósito del cúmulo de ideas que el país desaprovechó durante el período del presidente Alfonsin- por la soberbia de los que defienden intereses de pocos, será muy difícil que volvamos a tratar la Ley de Democratización de los Sindicatos y la desesperante necesidad de descentralizar físicamente el poder, como cuando se propuso llevar la sede del gobierno nacional a Viedma.
Está a las puertas de instalarse el tema. Ponemos el pie en la puerta para que nadie pretenda cerrarla.
Inspirarnos en aquel 22 es más útil que cualquiera de todos nuestros apuntes y cuadernillos ideológicos.
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