Para muchos mortales, aún no hay consuelo por la pérdida de alguno de sus lugares arrancados de las propias raíces urbanas, donde desgranaban su bohemia, jugaban con su tiempo o -simplemente- asistían por amor a sus pebetes de crudo y queso.
Remarcar sus tristezas no es una exageración.
La desaparición de bares y restaurantes es una confirmación fehaciente de la pérdida de cierta jerarquía en nuestra condición de ciudadanos. Mucho más que sentirlo como -en este caso- vecinos de la Ciudad de Buenos Aires, nos provoca una rara lastimadura sentimental como argentinos.
Comprobamos que este desmoronamiento de identidad ha quedado visible sobre muchas veredas y bajo distintos cielos, porque les sucede a los habitantes de las ciudades de Córdoba, Rosario, Paraná, Santa Fé, Mar del Plata, Mendoza, Tucumán, Salta y Corrientes y a los de las localidades que rodean a todas estas ciudades. Nos pasa a todos. En localidades de población menos numerosa, viene sucediendo mucho y, en algunos casos, es peor por su poca capacidad de recuperación productiva.
En Buenos Aires, la Confitería Richmond, la Puerto Rico, la Confitería Premier, La Perla del Once, las Pizzerías de Flores La Cuyana y Odeón, En la Av Corrientes los restaurantes Arturito, La Emiliana, la Pizzería La Rey, El bar El Foro, la Pizzería Marín, el Bar La Paz, las confiterías Politeama y Premier y el Bar Ramos ya son un recuerdo. También el inmenso bar La Giralda II, frente a la Facultad de Odontología, Sociales y Medicina y el American Bar de Diagonal Norte, son rincones que nos dejan un dolor en nuestra condición de seres sensibles a las claves de la vida urbana.
En Córdoba, hay quienes perdieron la costumbre de ir a los bares de los hoteles Sheraton y Ópera. A los rosarinos los golpearon con la caída del bar El Granero, el Bar Blanco, La Maltería, Queens y unas 200 bajas de refugios gastronómicos que -por la pandemia- no volvieron. En Mar del Plata, la faena no tuvo piedad: cayeron el café Bon Vivant, en La Perla; Pehuen, de calle Alem y el clásico restaurante La Nueva Caracola. Los bares El Palenque, Dünken y Balcarce son parte de las bajas emblemáticas que entristecieron a la población de la Ciudad de Mendoza.
No se sabe bien por qué nadie se anima a decirlo demasiado fuerte, pero los aspectos urbanos son también la Patria. Hay ciertas cuadraturas mentales que aseguran o consideran que la raigambre nacional apenas se mide por tres o cuatro varas de corte estándar, algunas tradicionales y otras, politizadas: vida rural, costumbres de los pueblos del Norte, recordación de fechas patrias y reivindicaciones de los Derechos Humanos, a partir de las víctimas de las dictaduras.
En el camino, alguien nos hizo creer que tomar un café con leche con medialunas en el recordado Tuñín de Rivadavia y Castro Barros no era un acto que se fundiera con los materiales que conforman nuestra cultura.
¿Alguna vez alguien lo defendió con mediana energía? Podría decirse que los poetas de la generación de Oro del Tango (alrededor de 1942) pusieron a Buenos Aires en los niveles patrióticos que la urbe portuaria merecía, luego de tantos efectos demoníacos que se le atribuyeron por ser el epicentro comercial de la nación, perjudicando -supuestamente y según ridículas teorías- al resto del país.
Los bares inspiraron e inspiran. Sus mesas disparan ideas para diseños, conceptos políticos, storyboards de comerciales de TV, resúmenes de lecciones para exámenes y listas de productos a comprar. Pero en el inconciente colectivo flota la certeza de que en las mesas de los bares nacieron novelas, poesía y guiones de película. Homero, Cátulo y Discepolín, abriendo caminos en unos; Cortázar, Amadori, y Torre Nilson dejando su impronta en otros. Los bares amaron a Spinetta, a Cortez a Walsh y a los Sofovich. Si el país los contiene a todos, que fueron frutos del abrigo uterino de tantos bares, éstos conforman un valor acorde con la estatura cultural de sus retoños, que siempre escribían en las servilletas de papel.
No obstante las vicisitudes que hoy se imponen al iniciar el periplo del negocio gastronómico, vuelven a surgir algunos inversores decididos a cargarse al hombro recuperación y sostén de algunos de estos emblemas de cada ciudad, en los que se escribe, día a día, algún capítulo de la propia historia argentina, es decir, de la Patria.
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