A la otra mitad la convencieron con la idea de sólo seguir vendiendo trigo y vacas al mundo, un negocio para pocos.
Desde octubre de 1907 había un equipo de Obras Sanitarias de la Nación que trabajaba en Chubut en diversos proyectos programados por la Dirección de Extracciones para potabilización. Algo alteró los planes originales: una cuadrilla de perforación descubrió petróleo en Comodoro Rivadavia, cuando lo que estaba procurando hallar era una napa de agua.
¿Por qué tuvo tanta importancia esta trepanación, si -por ejemplo- en Mendoza, ya se habían realizado excavaciones y se había obtenido petróleo? El motivo fue que el de Comodoro Rivadavia fue descubierto por el propio Estado Argentino en tierras que le pertenecían. No participaba allí ninguna empresa privada y no era necesarias negociaciones demasiado complejas.
Surge entonces el famosísimo decreto del presidente Figueroa Alcorta en el que se establece una reserva fiscal «de 5 leguas a todo rumbo». Luego, todo el plan hidrocarburífero pasa por el Congreso Nacional y la reserva fiscal de Comodoro Rivadavia se transformó en Ley, no sin grandes conflictos de intereses, especialmente en los referidos a la exacta dimensión del área que el Estado terminó utilizando para la exploración y la explotación petrolera en los años subsiguientes.
La mañana del 13 de diciembre fue la fecha en la que los técnicos, tras trepanar durante la noche, hallaron una sustancia aceitosa que les dejó la hipótesis de que en la Argentina podría existir una reserva importante, comparable con algunas de las que estaban apareciendo en varios lugares del mundo.
Esa fecha quedó en la historia para establecer el 13 de diciembre como el Día Nacional del Petróleo.
La realidad fue que el área a explotar terminó siendo mucho menor a la delimitada por Figueroa Alcorta. El Partido Autonomista Nacional, fracción política gobernante, tenía una interna muy parecida a la conceptualización actual de la división ideológica en la Argentina o «grieta»: había partidarios de una gran administración del Estado argentino, a los que se les oponía una férrea agrupación liberal.
La exclusividad del Estado en el negocio petrolero no parecía ser tan viable como lo planteó aquel presidente y, con el tiempo, las grandes empresas del rubro comenzaron a participar de la trepanación, extracción, transporte y destilados de combustibles derivados del petróleo argentino.
Las administraciones de YPF fueron ganando terreno pero no lo suficiente ni al ritmo que se habría logrado si los tironeos políticos a los que estamos acostumbrados no hubieran sido tan intensos y tan reveladores de mezquindades. Los avances vinieron más de la mano del efecto de las dos guerras mundiales y las desesperadas situaciones en la que quedaron muchos países, que de la brillante estrategia de algún funcionario argentino consciente de la alentadora dimensión que presentaba el futuro en ciernes.
Recién a partir de 1958, bajo el gobierno de Arturo Frondizi, el Estado argentino afianza la conciencia petrolera, aunque no logró -como tantos proyectos volteados por golpes de Estado- imponer la Cultura del desarrollo. Quizás, por efecto dominó, habrían llegado a la sociedad, etapas de sucesivas conciencias y culturas: «industrialista», en un principio y «de producción sustentable», después, para los argentinos, cuyo nivel de formación no habría derrapado como lo hizo, dado que la conciencia y la cultura del desarrollo jamás bajan la bandera de la educación.
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