En el Día del Colectivero, saludamos a todos esos trabajadores que día a día mueven a millones de pasajeros por las calles de Buenos Aires. Su labor es clave para el funcionamiento de la ciudad, y su presencia es una parte fundamental del transporte público que permite la conexión entre barrios y facilita el tránsito diario de miles de personas. Sin embargo, no podemos dejar de lado algunos aspectos que generan un malestar creciente entre los usuarios.
Es comprensible que respeten las reglas y las paradas establecidas, pero es igualmente frustrante para quienes, por solo unos metros o una esquina, quedan a la deriva, especialmente cuando el colectivo bien podría abrir la puerta y permitirles subir. Esta rigidez en la aplicación de las normas, cuando se lleva al extremo, termina afectando a los mismos pasajeros a los que deberían facilitarles el viaje. En ciertos casos, pareciera que la pequeña cuota de poder que les otorga el volante se transforma en una barrera que genera una experiencia desagradable para muchos usuarios.
Un sistema de transporte público eficiente no solo depende de la infraestructura, como las paradas o la señalización, sino también de la actitud de quienes lo operan. Si bien celebramos su trabajo, les hacemos un llamado para que, en lo posible, muestren más flexibilidad y empatía hacia los pasajeros. No se trata de romper reglas, sino de interpretar las situaciones y ayudar a que el viaje de todos sea más llevadero.
Una ciudad que busca ser más inclusiva y ordenada debe encontrar el equilibrio entre el respeto por las normas y el bienestar de quienes dependen de este servicio. En este sentido, les pedimos a los colectiveros que recuerden que, al final del día, su rol es facilitar el viaje, no complicarlo.
Si bien ellos son la cara visible de un problema que los excede, pueden ser la solución pero «no saben» cómo empezar a generarlo.
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