La acción de la ley durante abril, en una Buenos Aires cada vez más picante.
Los fantasmas del polvo: el narcomapa porteño en llamas
Por Tripa Gorra
Si alguien pensaba que en abriñ la Poli de la Ciudad iba a dormir la siesta, anda más perdido que buzo en bidet. Es que en los bonitos arrabales de la Reina del Plata se destapó la olla podrida de los mercachifles del veneno. No fue uno ni dos: fue un desfile entero de zánganos del narcomenudeo, cortadores de polvo con veneno de cucaracha, boticarios piratas y familias enteras que cambiaron la mesa de los domingos por la balanza, el bagullo y el fierro bajo la almohada.
Arranquemos con el más pintoresco: un chileno atrevido que jugaba a ser narco digital. El guacho se montó un canal de Telegram y desde ahí despachaba merca, tusi, pastillas de psiquiatra y hasta jarabes con más códigos que un anestesista en crisis. El fulano tiene 28 pirulos y no por ser más moderno que peligroso, iba a ser menos tereso: vendía Rivotril cual malvaviscos y tenía un delivery exprés que parecía Amazon, pero del bajón. Lo agarraron en Parque Chacabuco con un arsenal de falopa y tecnología, entre goteros, cápsulas vacías, anotaciones misteriosas y hasta relojes que medían humedad. Ligó un cachetazo judicial, lo invitaron cordialmente a tomarse el palo y lo despidieron por Ezeiza con una patada en el traste. “Gracias por nada”, le dijeron los del juzgado. Y arafue.
En La Carbonilla cayó una banda con más historia que Netflix. Tenían búnker, prensa hidráulica, ladrillos «de la buena» con sellos de carteles (¿hay ISO 9001 para estos inmunditos?) y hasta ácido bórico, ese polvito que mata hormigas pero que acá lo usaban para hacer rendir la cocucha. El polvo de narco, con pesticida y todo, ya venía con la picazón incluida. En los sellos: un delfín (sí, el del Patrón del Norte), una corona Rolex y un caballo. Era como un zoológico, pero del horror. Seis kilos de fafa, casi 600 gramos de tusi, dólares falsos, celus, y una cantidad de plata en efectivo que no entraba ni en la caja fuerte de un casino.
Y si eso no alcanzaba para el álbum del espanto, en Barracas le cortaron las alas a un clan familiar. Eran cuatro perejiles, todos parientes, con más antecedentes que el perro del Riachuelo. Se movían con un Astra viejo, entregaban la merca en una zona de rebusque y usaban un playón abandonado como trinchera. Pero lo más picante fue lo que les encontraron: armas, cargadores, plantas de faso, municiones, chalecos de la yuta, ropa de la AFIP, camperas del Correo, pasamontañas… ¡Un outlet del delito! Si alguno se disfrazaba de bombero, no nos sorprendía. Tenían hasta esposas, pero no de las que se casan: de las que te encadenan.
Y la frutilla del postre: Constitución y Monserrat, epicentro del trapicheo tropical. Una bandita de origen dominicano que manejaba el conventillo como si fuera un shopping del narco. Cinco allanamientos en una sola cuadra, más uno en un hotelito de la calle México. Les secuestraron dosis de cocaína, flores de faso, celulares, guita en billetes verdes y pesos criollos, y herramientas para cortar y fraccionar. La cana entró y les apagó la luz de golpe. Los tres dealers, dos hombres y una mina, quedaron enganchados. Y una de las piezas que usaban como búnker fue tapiada: una clausura de cemento pa’ que no jodan más.
Abril fue la primavera del cachetazo narco. Y no, no hablamos de Netflix ni de la DEA. Hablamos de la yuta porteña, la de las zapatillas gastadas y los fierros con más kilómetros que una ambulancia. Los tranzas caen, los bunkers se cierran y los barrios respiran, aunque sea por un rato, un poco de aire que no venga con perfume a muerte.
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En el mes pasado, la cana metió mano en todos los frentes. Uno muy feíto es el de las estafas y cuentos del tío. En San Cristóbal, siempre a la vanguardia de lo inédito, los «mecánicos» eran chamuyeros full time. Cinco peruanos, más falsos que moneda de madera, armaban operativos mecánicos para afanar giles. Una de las víctimas fue el periodista Horacio Pagani. Sí, ese mismo. Quisieron clavarle la rueda y el verso. No les salió. A comer anticuchos en Marcos Paz.
Aparte del Rosedal, hay arbolitos truchos en Palermo. Citaron a dos tipos con toda la facha de turistas para venderles dólares y les afanaron más de 20 mil verdes. Caño en mano, se los hicieron poner. Pero les cayó la yuta y terminaron contando los barrotes de la celda.
Una de armas, explosivos y más locura: ¿Se largaron a vender granadas por Marketplace? ¡Sí, granadas! Lacrimógenas, claro, pero igualmente, confirmando que cuando se es caco, se lo es presencial y virtual. Lo más jugoso: uno de los que comandaba el kiosco era un milico de la Bonaerense. Lo bajaron entre Luis Guillón y El Jagüel, después de un ciberpatrullaje que los dejó en bolas. Che, Zukerberg, anulá el servicio, que juntó más chorizos que parrilla de cancha.
Siempre aparece un caso en que se aplica la premisa de oro que nos da a tranquilidad cuando el delito parece no tener control: «Qué suerte que algunos hijos de puta son pelotudos. ¿Realmente hay motochorros que siguen considerando que pueden «operar» a piacere en el micro y macrocentro porteños? Afirmativo. Se la mandaron en Monserrat y en el raje ni pudieron cruzar de barrio. Le habían afanado el celu a un transeúnte en Avenida de Mayo. Y la cana los madrugó: los siguieron, los bajaron y al líder lo agarraron a seis cuadras con la lengua afuera. Moto incautada y todos guardados.
Otra bien jodida parece ser que hay seudo empresarios que insisten en montar los talleres textiles con olor a esclavitud. En Lugano y Flores bajaron dos llertas donde explotaban a los costureros como si fueran ganado. Tres víctimas dieron testimonio, y un boliviano quedó en la mira como el capanga del infierno. Cerraron los talleres, los dueños ya no van a coser ni una media en mucho tiempo y el juicio que se les viene los va a dejar sin ropita.
Siempre tiene que haber algo para contar sobre juego clandestino. Como en las viejas pelis, garito completito. En el Barrio 20 pintó el clásico: poker, guita, armas y timba hasta la madrugada. Cayó un paragua con el fierro en la mano. Ahora en vez de barajar naipes, baraja los años que tocan de condena.
Respecto del tipo que cayó por abuso en un cine en Liniers, aparecieron, como siempre, miles de voces dando su opinión sobre cuál debería ser la pena. Una polémica que vuelve siempre. Ahora, yendo al hecho, hablamos de una escena de terror real. Un boliviano de 45 años fue pescado infraganti abusando de una nena de 12 en plena función. Aplausos al personal de seguridad y a la policía que lo sacó esposado mientras los pibes miraban los trailers.
Hay más. Habrá que estar atentos a Diario 5. El hampa se creyó creativo, pero la Policía de la Ciudad les hizo el caminito a todos. Fueron tomando el camino los narcos delivery, el abusador del cine, los cuenteros mecánicos y los narcofranquiciados digitales. En efecto, es un caminito que tiene algo en común con la Ruta 7: va a La Reja.
Hasta la próxima, con más historias del asfalto!
—Tripa Gorra, cronista del subsuelo porteño