Es como debería ser considerada la expresión Solidaridad. Un cartel confeccionado por un vecino o una ciudadana nos abrió el camino -una vez más- para dejar en claro dónde está parada la sociedad argentina respecto de una de los valores más manoseados de nuestro país.
Nadie oficialmente comunicó que tres líneas de colectivos que circulaban por la calle Tucumán en el tramo que va desde el bajo hasta la calle Uruguay dejaron de hacerlo y cambiaron su recorrido. Voluntariamente, algún vecino de la zona tomó la decisión de pegar un cartel casero para informar a los pasajeros de tal circunstancia.
Si la solidaridad pasa por la acción aislada de un ciudadano o un puñado de ellos y no la encontramos en las autoridades pertinentes, va siendo hora de que abandonemos la jactancia de que tal actitud solidaria es inmanente a nuestra nacionalidad. No calza coherencia que nos autoevaluemos y nos premiemos con la falsa certeza de ser un pueblo solidario, cuando no hay tal reflejo en el terreno de la autoridad.
Siempre queda tela para cortar acerca de la estúpida premisa de una supuesta solidaridad generalizada del pueblo argentino. Tenemos decenas de procesos de mea culpa en bloque para recién ver si pasamos el examen sin ser aplazados. Nos atrae mucho más reclamar cuando «algo feo» ocurre a partir de alguna acción probablemente condenable de un miembro de la vida política del país que no nos simpatiza.
Todos sabemos que los comandantes de la Guerra de Malvinas cometieron el imperdonable ninguneo a sus soldados al regresar del frente en junio de 1982. Pero millones nos comimos el sapo. No el de la guerra perdida ni el del nacionalismo herido ni el del orgullo roto. Nos comimos el sapo de bancarnos que humillaran a nuestros combatientes.
– ¿Por qué -pregunta un pelotudo.
– Porque la inmensa mayoría puso en primer plano la guerra perdida, el nacionalismo herido y el orgullo roto.
Solidaridad, las pelotas.
Para una cantidad de millones de compatriotas que representaban el gran bloque de la población argenta, la bronca por la derrota terminó siendo más fuerte y más abarcativa que la indignación por quebrar el honor de los que se merecían que saliéramos a pedir por ellos en una manifestación idéntica a la del 5 de abril (la grande, no el 2) en la Plaza de Mayo. Independientemente del asco por los jefes canallas nada sanmartinianos, solidaridad del pueblo cuando las papas quemaron, cero.
¿Cuál es el porcentaje de personas que no levantan la caca de sus perros? ¿Alguien se arriesga a decir que es pequeño? Muy bien. Aparte de la baja performance solidaria, elevamos nuestro nivel de necedad. ¿Por qué carajo se creen algunos porteños (aquí podemos eximir, sin identificar localidades, por las dudas, a buena parte de los habitantes del país) que en tantas ciudades del mundo las calles están impecables? ¿Por la eficiencia del servicio de limpieza? Quien crea eso sería mucho más que necio. Ingresaría en el terreno del cinismo.
Es la idiosincrasia, estúpido.
Todos comprendemos que la Educación, en su más completo significado, no se refiere sólo a la formación inicial, la enseñanza media y las carreras académicas. Es un tren que pasa por una estación previa, llamada Respeto. El gran problema es que, para tantos y tantos, el tren no paró allí. Sería imposible obtener inclinaciones solidarias de esa gente. Más bien, lo opuesto. La Solidaridad es un grado demasiado elevado en la conducta humana como para considerar que podría ser alcanzado por un individuo poco proclive a aceptar los derechos ajenos.
Cuando la escuela tiene que ocuparse de enseñarle a un alumno a respetar a los demás, la carga sobre la estructura educacional del país se hace el doble de pesada. Todos estamos de acuerdo en que el sistema haga lo mejor que pueda. Pero si nos engañamos a nosotros mismos, seguiremos en la noria: vivimos en un segmento de la historia en el que los padres presionan a los docentes para que aprueben a sus hijos aunque no hayan alcanzado las metas programadas. Y en algunos casos, hasta los agreden si osan decretar un aplazo.
¿Es, acaso, solidaria una sociedad que se confunde cuando toma la decisión de hacer caridad circunstancial?
Luego de tantos años señalando a los grandes medios de comunicación como los responsables de montarse sobre la falacia del «nuestro pueblo es solidario», cuando se organizan campañas de donaciones, comenzamos a absolverlos porque no pueden decir al aire otra cosa que «nuestra gente es muy solidaria». No se dar un balazo en el pie. Son movidas exitosas, con alta recaudación a favor de personas vulnerables o instituciones médicas que necesitan equipamiento. Una golondrina no hace verano no es una frase de la abuela. Aplaudimos las teletones y los soles para los niños. Pero no hay que actuar como los dirigentes que se ufanan de ubicarse a la vanguardia porque inauguraron una canilla para todo un barrio.
La solidaridad real suele ser silenciosa.
Y la ejerce mucha gente.
¿Cuánto es «Mucha gente»?
Quizás no salgan todos cómodos en una foto. Pero debemos convencernos que es una minoría. La lista que no fue escrita en ningún papel ni está guardada en ninguna base de datos. Y no. No estamos todos. Pero cuando alguien sí está, aunque no sepamos su nombre y aunque no publique sus acciones no figuren en redes sociales, entendemos como valioso pedir un minuto de atención en medio del baile.
La persona que armó el cartel que dice que indica la nueva parada de los colectivos está en esa lista de las minorías solidarias, mientras que el funcionario que tenía la responsabilidad de dar ese aviso a los usuarios, no.