En realidad, lo que ocurrió en la Feria del año pasado con la participación de Mario Vargas Llosa fue un hito raro dentro de un tiempo en el que pesa más la mirada política que se tiene de un artista que de su propio arte.
Efectivamente, Vargas Llosa se mandó unas cuántas mucosidades en toda América Latina. Pero ya sabemos que trabaja para dos corporaciones que le exigen que sea polémico.
De todos modos, en la Argentina, durante muchos años (podría decirse durante toda la vida) de Jorge Luis Borges, veíamos a los Borgianos cruzándose con los borjólogos, trenzados en discusiones que sólo deschavaban un poco más de lo standard el nivel de charlatanería, hipocresía y facilismo de buena parte de la sociedad argentina.
Para un argento barato con chapa de intelectual robada en el bar La Academia (al que entraron sólo para ir al baño y como vieron que estaba tan al fondo les dio fiaca) (con perdón de los habitués de esa joya porteña, que jamás le robarían una palabra a un interlocutor) Jorge Luis Borges no les representa El Aleph o El Jardín de los Senderos que se Bifurcan sino que es un señor más de la intelectualidad oligarcoaristocrática de la Argentina que sólo pensaban en inclinar la balanza cultural hacia lo británico, lo francés (qué antigüedad, cumpa!) o a lo recoletiano.
Así somos. En el crítico vacío de un Borges o de cualquier creador sin necesidad de tanta obra, se refleja la mediocridad que José Ingenieros logró ver con lupa. Y al final, lo de Vargas Llosa fue apenas una presencia. Y la Feria del Libro, aunque haya muchas en el mundo, sigue siendo un sinónimo de Buenos Aires.
A esperar la edición de este año y disfrutar sin mirar quién viene y quién no.
Spanish (Spain) 
Spanish (Argentina)