Los que se estacionan en las paradas de colectivos gozan de impunidad tras violar una pequeña regla de tránsito y un inmenso código de convivencia. El motivo: el bajo alcance de la difusión de su grosero atropello.
Son los top model de un egoísmo poco observado. Disfrutan de escuchar que los putean. Se autocotizan en alza mostrando que la calle es de ellos. Ego Imperial. El resto del mundo que espere. No puedo dominar todo al mismo tiempo. Estos rancios ven un espacio libre en la parada del bondi y ahí nomás mandan el auto. Que los demás se arreglen.
¿Y qué pasa, entonces?
El bondi tiene que frenar en doble fila, poniendo en riesgo a los pasajeros, a los otros autos y hasta a los propios conductores. Y ahí tenés a la gente, que debería subir cómoda desde la vereda, haciendo equilibrio como acróbatas de circo, esquivando autos como en videojuego, saltando charcos y rogando que no venga una moto a toda velocidad. Imaginate a una abuela con bastón o a alguien en silla de ruedas tratando de subirse con el colectivo parado en el medio de la calle. Un espectáculo patético, cortesía de un fiaca que no quiso caminar media cuadra más.
Porque claro, a estos nenes bien (bien mal), con su autito, quizás flamante, no les importa si una madre con un cochecito tiene andaar esquivando autos mal estacionados, como si fueran conos de entrenamiento, sólo porque el nene encontró un huequito.
Y el efecto dominó. El colectivero, tiene que calcular una maniobra quirúrgica para no romperle el espejo a algún distraído ni bajarse un ciclista. ¿Y todo por qué? Sí, Por el mismísimo miserable que decidió que su puta comodidad vale más que la seguridad y el derecho de todos los demás.
Ahora, cuando los encaran con un “maestro, esto es una parada de colectivo”, ponen cara de “uh, no me di cuenta” o, peor, se enojan: la de “déjenme vivir” es re típica de estos rastreros. La otra es que -si tenemos la gloriosa suerte de que los multen o les lleven el auto con la grúa- minimizan: “fue un minuto, nada más”.
Pero si ocurriera que el bondi no puede frenar y alguien se pega un palo porque tuvo que bajar en plena avenida, ¿Qué diría este despreciable al volver al lugar y ver que junto a su auto «algo pasó»? ¿podría, acaso, ir en cana? No sabemos si tanto. Sí que la posible acusación del delito de omisión, es decir, no realizar una acción que el fulano estaba obligado a hacer y por la que provocó un daño o consecuencia negativa, lo rondará como mosca a la mermelada.
En el tránsito, efectivamente, hay boludos. Y después están éstos, que no sólo son boludos, sino peligrosos. Muchas veces se salvan porque no es posible tener inspectores en cada parada de bondi, Aunque con el crecimiento del laburo con cámaras y escaneos, esta canallesca gentuza ya ligará multas de tamaños bíblicos. En tanto, nos place lustrarnos el dedo para señalarlos. Escrachar a los viles es educarlos. Porque, si bien no respetan a quienes no conocen, se desviven por la aprobación y el afecto de los propios, los de su círculo social, su tribu. Que les dé un poco de vergüenza es un pasito.