Es cada vez mayor la cantidad de personas que cae en la indignación con las actitudes del sindicalista Leonardo Fabre, secretario general de APOPS (trabajadores de ANSES), quien, con alta frecuencia, manda a imprimir afiches con alguna frase inspirada en sus propios berretines personales, casi siempre procurando demostrar que él «es alguien» en la vida política del país.
Jamás un secretario general de un sindicato necesita salir a figurar. Salvo que se trate de un enviciado de la condición de figuretti.
Una de las actitudes más comunes en Fabre es la de querer mostrarse más peronista, incluso que otros peronistas. Y más allá de que a la mayoría le resulte una obsesión cuasi payasesca, a otros los ofende. Porque hay premisas planteadas por el histórico líder que resultan incómodas en el peronismo del Siglo XXI. La más desdeñada, parece que resultó ser «Primero la Patria, después el Movimiento y después los hombres».
A buena parte del peronismo poslopezreguista le aburre leer en detalle a Perón. Incluso rever las filmaciones que le hizo Pino Solanas en Madrid. Nadie quiere preguntarse cuál es la distancia que hay «entre la Patria y el Movimiento». El «masomenismo» dogmático puede dejar al borde de la corrupción o de la traición hasta el más pintado.
En el caso de Leonardo Fabre, hablamos de un dirigente con el sello ortodoxo del sindicalismo moderno. Un oxímoron. Pero el peronismo sin Perón ha perdido todos los pruritos ideológicos desde que Carlos Menem ganó las elecciones con las banderas justicialistas, unificó a sectores de la vieja grieta, poniendo en la misma fila a Galimba y el Loro y se instaló durante diez años en la Casa Rosada a gobernar montado sobre un liberalismo más gorila que King Kong, sin mayores recriminaciones de su tropa, felices con la fiesta.
Fabre se zambulló en discusiones televisivas en las que, defendiendo a compañeros, terminó por exhibir un fanatismo rayano en el rechazo al pensamiento dispar al propio. La maniobra discursiva a la que que más suele recurrir, es la de cerrar las discusiones tildando de «gorila» a su interlocutor. A Fabre no parece avergonzarle esta forma de destrato en cualquier ámbito público con quien, a criterio del propio líder de APOPS, no es peronista.
¿Por qué?
En principio, lo hace como si en la década del 20 del Siglo XXI, el concepto de gorila, que acuñó el peronismo en 1955, lo asimiláramos todos del mismo modo. Y si así fuese y tuviéramos que apelar a algún facilismo para darle entendimiento a un concepto tan extemporáneo, tenemos que centrarnos en que gorila, entre tantas acepciones, es una forma un poco más despectiva de llamar al «contrera», es decir, al opositor.
Si bien Leonardo se autocaricaturiza, nadie le espeta como algo indebido su estilo para demostrar su condición de peronista. Al contrario. Casi todos los líderes gremiales tienen sus propias maneras y las remarcan. Pero sacarle punta al ego con afiches pegoteados, siempre en los alrededores del Congreso, con mensajes politiqueros, casi sin ton ni son, desemboca en una acción pública de bajo decoro. Digamos, careteo.
Sus afiches en rojo, blanco y azul, destinados a demostrar que siempre hay alguien que -doctrinaria, pragmática o ideológicamente- no le cae en gracia, dejan expuesta una inmadurez institucional en la cúpula de su organización que, si no hay nadie que lo haga reflexionar, significará -entonces- que todos están de acuerdo con sus arranques. Y eso tiene un precio cuya fecha pago no suele estar escrita en ningún lado.

De un efecto político débil, los afiches fabrianos -naturalmente- hablan más de él que de las personas a quienes suelen aludir o dicen apuntar.
¿Es su objetivo?
Obviamente, que sí. Dos o tres veces al año su nombre sale a pasear por las paredes de Monserrat y Balvanera. En APOPS, hay quienes aseguran que dos miembros de su equipo se destacan como los cerebros que lideran la «tormenta de ideas» cada vez que se planifica una de estas campañas.

Pero para ejercer la honestidad brutal, en el caso de los carteles que rezan «Inservible… Chau Caputo», estamos ante una frase que no puede competir ni con acomodo del juez, frente a la seriedad y las fundamentaciones críticas que desde decenas de medios e instituciones se ciernen sobre el ministro de Economía. Y Fabre se perdió la oportunidad de ser un respetable crítico del gobierno. Resulta ostentosamente burdo. El «Casi» del título lo aleja de merecer ser comparado con los que pelean el ascenso. Es más: hasta parece una manera de amortiguar la oleada de recriminaciones al gobierno de Milei y apañar, solapadamente y por retroefecto, al jefe de la cartera de hacienda.
Cantate un tangazo, Leo. En esa te bancamos.
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