El periodismo de periodistas nunca podrá ser erradicado. Ya lo sabemos. Más, si tomamos en cuenta el declive de categoría que se observa con cada vez mayor aceleración.
Hasta no hace demasiado tiempo, nos veíamos obligados a hacer referencia al ahuecamiento de contenido que demostraban algunos noveles de la profesión, especialmente cuando se expresan con juicios de valor sobre colegas. Cuando pollitos que ni caminaron el gallinero le quieren enseñar a cacarear a le plus gros coq, alguna gallina lo pone en caja como cuando era huevo.
Ahora, es al revés. Cuántos gallos pretenden instalarse en el gallinero del periodismo argentino.
Y no me importa si me quieren echar, pero en la redacción del grupo Diario 5 – Radio Clásica – Ensamble 19 hay directivos con la impronta de estos vendedores de sombras chinescas.
En la fotografía se observa a parte de una generación de comunicadores que cobró fortunas con la más innecesaria división ideológica de una nación. Y por hacerle creer a sus eventuales sucesores que ésa es la forma correcta de hacer periodismo.
Estamos hablando de Periodistas ególatras, Producción periodística débil de contenido, Periodistas flu o Periodismo bluff, es decir, pseudo intelectuales con cámara y micrófono que le transmiten a la sociedad pequeños conceptos ideologizados sin realizar -jamás de los jamases- el análisis de tiempo, espacio y forma cuando pretenden convencer o inclinar el criterio de su audiencia hacia el sesgo que a ellos los satisface. Lo hacen mal, porque cuanto más directos se presentan, más se acercan una imagen payasesca de sí mismos.
En la Argentina el periodismo de opinión es muy, muy malo, porque la inmensa mayoría de quienes lo ejercen sólo lo hacen de audaces y de épicos, porque así se sienten valientes, libertadores, héroes capaces de bajar su espada intelectual sobre los opresores. Hay algunos de ellos que se aferran a esta mamarrachada más que otros. Naturalmente, lo más lógico sería entender que son los más pelotudos. Y aunque lo son en el más estricto de los sentidos, ellos y muchos en su derredor no lo perciben de tal modo debido a la facturación que generan, un valor en sí mismo para esta estirpe de vivillos devenidos en gurúes de una división ideológica que, más que grieta, es un profundísimo desfiladero que estimula los negocios de la desinformación, operados casi siempre por los mismos lenguaraces.
Informarse con ególatras es como ser psicoanalista y no cobrar nunca la consulta. Peor aún: es como si el dinero lo cobrara el paciente.
Y no son como los magos y animadores, que te divierten con sombras chinescas. Éstos te aseguran que lo que ves en esas sombras es la realidad del país y el mundo. Y encima, cobran.