El momento en que la dirigencia argentina más trabajó por el país fue en los albores de una Democracia a la que todos comprendíamos como probablemente débil, si no actuábamos con un alto nivel de responsabilidad institucional, políticamente decididos y vocacionalmente aferrados a la idea de Patria.
La imagen muestra a Hebe de Bonafini y sus compañeras de Madres de Plaza de Mayo cumpliendo con tales premisas en el momento necesario. Se trata de la visita al entonces presidente electo, Raúl Alfonsín, quien recibió a las luchadoras por los Derechos Humanos en noviembre de 1983.
Lo mejor de su vida pública, claro está.
Hebe de Bonafini falleció a los 93 años y cuyos últimos 30, eligió atravesarlos sin medir efecto alguno en las polémicas que abría o de las que participaba y en las que se solían colar fuertes muestras de intolerancia con adversarios políticos o con gente ajena a su empatía.
No fue una argentina cualquiera. Se fue un factótum central de aquella novedosa imposibilidad de que en nuestro país se acceda al gobierno por la fuerza.
Las falibilidades humanas suelen alcanzar a los prohombres (la expresión abarca, de plena inclusión, a mujeres con tales valores) del mismo modo como se instalan en los cristos de a pie. Con todo, entendemos que vale la pena ser equilibrados en la administración de penas, piedades e indulgencias, más cuando hablamos de aquellas personas a las que unos las consideran dueñas de una gloria alcanzada por mérito constante y otras les observan desaceleraciones en el mismo camino al bronce.