
Murió el más grande de los cantores populares argentinos. Horacio Guarany ya es leyenda. Por estas horas, obvias mentes deciden, en algunos medios de comunicación, acompañar la noticia con la monumental canción «Si se calla el cantor». No se puede esperar menos pero el viejo maestro de las zambas románticas y las chacareras rebeldes merece mucho más.
Ningún vinculo personal, ningún histórico, remoto o reciente fanatismo por el artista y ninguna cercanía ni política ni ideológica llevan al autor del presente reporte a remarcar con el más alto nivel de certeza comprobable que Horacio Guarany se encuentra en el firmamento de las estrellas de la música argentina por encima de casi todos los artistas con tal chapa, en su mayoría, detentores de una gran calidad en su voz y en su canto, mientras Guarany, no.
En tiempo en que la comunicación híbrida parece ser la gran tendencia, los responsables de ella, en su mayoría, hablan de la muerte de «un importante referente del folklore», «un destacado folklorista» y varias frases parecidas en cuanto a lo lavadas de compromiso con un artista que, no sólo embelleció en cancionero popular argentino con temas del género folklórico, sino también notables boleros, baladas y piezas basadas en músicas tradicionales de otros países. Se trató del más valiente luchador, desde una poesía exquisita, contra las sucesivas opresiones sufridas en la Argentina en la segunda mitad del Siglo XX.

Con la frase de arranque no se desmerece a los otros gigantes del folklore como Atahualpa Yupanqui, Jorge Cafrune y Mercedes Sosa. Tampoco es hacerles perder brillo a Carlos Gardel, a Charly García o a quienquiera que se candidatee como ídolo popular de la música para mediados del Siglo XXI. Mercedes se transformó en ícono de la canción grande de la Argentina, en su regreso al país, en 1982, tras su exilio, con el inmenso mérito de rescatar, entonces, a los compositores que se proyectaban como nuevos referentes. Hacía falta un líder aglutinante en la cultura toda. Y Mercedes lo asumió.
Pero Horacio, también exiliado por la persecución de la Triple A, desde hacía décadas ya movía multitudes en los pueblos, donde se producían corridas y hasta desmanes por verlo o por marcar la presencia de cierto grupos políticos que no querían perder la oportunidad de mostrarse agitadores, militantes o reivindicadores de derechos. En la misma época, y paradójicamente, se presentaba en El Palo Borracho o El Rancho de Ochoa, atrayendo a un público de clase media y media alta, de múltiples gustos, que deliraban con No quisiera quererte (eternizada por Palito Ortega), Adiós, Amada Mía (versión inolvidable de «Los de Salta»), Memorias de una vieja Canción (plataforma consagratoria para Ginamaría Hidalgo) y Cuando Vuelva la Nieve (versión del propio Guarany).
Horacio Guarany, en 1973
Y después, toda su mercadería social: Desde La Villerita a Caballo que no galopa, sus películas «Si se calla el cantor» o «El Grito de la Sangre», todo es emotivo o profundo cuando seguimos su pluma, todo es bello o sensacional cuando se lo combina con sus melodías.
La muerte de un artista de 91 años, en una sociedad necromaníaca, pierde mito al lado del fallecimiento de uno que, desgraciadamente, parte a los 40, aunque la popularidad de ambos tuvieran puntos de contacto e instancias comparables en sus juventudes. Es raro: Gardel fue, sin dudas el mejor cantante de la historia argentina y, paradójicamente, con todo lo que desafinaba, Horacio Guarany fue el cantor más grande.