Cierra la celebración por el natalicio de Jorge Luis Borges. Hay que tomar en cuenta que se trata de un argentino que nació hace 117 años y murió hace ya 30. Inyectar estímulo para su reconocimiento permanente y, si se lograra, para su lectura, es una obligación natural de las autoridades, tanto a nivel nacional como porteño, el que , precisamente, está realizando los habituales homenajes.
Porque el afianzamiento cultural va de la mano de la recordación de nombre y del afianzamiento de lo que la población sabe de ese nombre, del mismo modo como se debe realizar con muchos creadores de piezas literarias, musicales o de cualquier expresión artística. Los agostos habrán de ser Borgianos y será refrescante saber que los otros meses del año les pueda corresponder a la exaltación de vida y obra de Atahualpa, de Sábato y de Favaloro, como aún se les dedican merecidas recordaciones a Mercedes Sosa, a Spinetta, a Sandro y a Cerati.
Lo planteado fue discutido en el área de producción de este grupo periodístico y vale la pena sacar a la luz parte de una polémica filosófica que resulta, cuanto menos, interesante: Cuando Amalia Gutiérrez expuso que la popularidad no obtenida en vida por parte de un artista, difícilmente fuese equilibrada por lo que -por arrastre- suele surgir a su muerte, Marcelo Zanotti le opuso la idea de que el crecimiento del nombre de Van Gogh, frustrado genio en vida y reconocido como pintor emblemático una vez que dejó el mundo, no sólo hizo avanzar su nombre en el universo de la cultura y las artes en boca de quienes frecuentaban los museos de arte y los cafés parisinos más caros, sino que su nombre avanzó sobre el grueso del pueblo. «Esa popularidad post-mortem -se entusiasmaba MZ- creció mientras se conocía parte de la bohemia de los artistas de su tiempo, incluyendo lo romántico de la historia que lo deja sin oreja, aunque recién haga unos días que nos hayamos enterado del destino de pobre pedacito de su cuerpo«.
La teoría de Amalia estaba férreamente reflejada en la imagen pública de Borges, claro número 1 de las letras argentinas y latinoamericanas de todos los tiempos, pero contemporáneo de los medios de comunicación en las diferentes etapas que habilitaron a la población a opinar hasta de lo que nunca escucharon hablar, total «alguien» les facilita «la primera parte del pensamiento sobre el asunto», es decir, la manipulación de su criterio, sin sumarle a esto que Jorge Luis Borges no hacía esfuerzo alguno por agradar a las masas.
La discusión deja abierta la idea de que es posible «repopularizar» a una figura, post mortem yen nombre de un ideal vinculado a ella. De hecho se han observado intentos de esa índole en el ámbito de la pólítica, un caso específico cuyo efecto, estamos en condiciones de afirmar, no será posible extender en el tiempo. En cuanto a Borges, en la medida en que quienes tienen conocimiento profundo sobre su literatura puedan asesorar a autoridades para diferenciar, gradualmente, sus piezas complejas de las «accesibles» (ninguna liviana e intrascendente) la concientización de que hubo un compatriota cuya inspiración literaria lo puede ubicar en el olimpo de los escritores de la historia, ése en que se ubican los clásicos, habrá dado un paso definitivo.