El 12 de febrero de 1817, la historia sudamericana se inclinó hacia la independencia con la monumental Batalla de Chacabuco. Fue un choque de armas resultado de una estrategia pensada con mucha precisión por el General José de San Martín, quien entendía que la liberación de la Provincias Unidas del Río de la Plata solo sería definitiva si Chile y Perú seguían el mismo camino.
La travesía del Ejército de los Andes fue un empresa titánica. Más de cinco mil hombres atravesaron cansadoras montañas en un movimiento calculado, divididos en columnas que avanzaban por diferentes pasos. Aparte de internarse entre los miles de recovecos de la cordillera y resolver cómo pasar del otro lado, había que hacerlo con rapidez y sigilo, evitando el desgaste extremo y la detección temprana. Jinetes adelantados se encargaban de la exploración y la comunicación, asegurando que la ofensiva no perdiera ritmo.
El campo de batalla estaba a unos 55 kilómetros de Santiago. Allí, las fuerzas patriotas, con unos dos mil efectivos, se enfrentaron a las tropas realistas comandadas por el coronel Rafael Maroto. San Martín organizó un ataque en dos frentes: mientras el general Miguel Estanislao Soler dirigía la carga principal, O’Higgins avanzaba en una maniobra frontal que, aunque precipitada, terminó por desbaratar la resistencia española. En pocas horas, la victoria era un hecho.
San Martín no era un caudillo de discursos grandilocuentes ni de gestos teatrales. Su liderazgo se basaba en la planificación meticulosa y en la capacidad de ver más allá del horizonte inmediato. Entendía que una batalla ganada no era suficiente si no se aseguraba la estabilidad del territorio liberado. Su pragmatismo y visión continental fueron clave para que la causa independentista no quedara en manos del azar.
Chacabuco, aparte de convertirse un triunfo militar para la historia, fue el primer gran golpe que marcó el principio del fin del dominio español en Sudamérica. No hubo épicas declamaciones ni gestos ampulosos, solo la certeza de que la independencia era un camino sin retorno.
Es hermosa la escena de la película «EL Santo de la Espada», de Leopoldo Torre Nilsson, en la que se realiza el brindis de celebración entre los héroes de Chacabuco y las nuevas autoridades chilenas.