Como siempre.
En la Argentina, la profesión de locutor ha sido históricamente valorada y regulada a través del famoso «carnet de locutor», emitido por la autoridad nacional de radiodifusión (sucesivamente, ComFeR, AFSCA y ENACOM). Este carnet aún se considera, hoy ya sin la más mínima necesidad, una certificación esencial para ejercer como locutor profesional en el país. Y esta tradición ha sido objeto de debate y críticas, aunque no lo suficiente, especialmente por aquellos que consideran que el talento y la habilidad para la locución no necesariamente dependen de un título formal.
¿Por qué?
Muchos de quienes tenemos el otrora tan anhelado carnet, lo obtuvimos luego de cursar en un organismo oficial considerado poco menos que sagrado: el Instituto Superior de Enseñanza Radiofónica, ISER. Detrás de él, el COSAL, era también una usina de locutores. Después, como parte del negocio de la ilusión juvenil por la notoriedad, con los años se perdió la cuenta de cuántas academias se dedicaron a «formar profesionales». Hablamos de una actividad para la que sólo debería requerir por parte de un contratante, una demostración rápida y directa de las habilidades que finalmente se les terminaría exigiendo.
Pero no.
Resulta que el Estado, durante más de 70 años, viene ofreciéndonos un «paraguas» a quienes estudiamos la «carrera». Varones y mujeres. Alto careteo: Nos dieron el título de «Locutor Nacional», como si se tratara de que al poner nuestra voz, asumiéramos responsabilidades equiparables al uso de nuestra firma, cual ingeniero, escribano o contador.
¿Cómo entendemos que debería ser la actividad de los locutores?
Exactamente igual que como se les dio reconocimiento a los mal llamados locutores «provinciales»: demostrar un tiempo de ejercicio de la profesión en radio, TV o medio afín (siempre fueron dos años) con los trámites previsionales, fiscales y gremiales en regla. Listo. Lo demás es talento o no, preparación cultural o no, carisma o no, velocidad mental o no, fineza o no y cualquier factor que pueda derivar en un posible atractivo en la manera de desarrollar la actividad de locutor o locutora frente al público.
¿Habría que eliminar las academias de locución?
DE NINGUNA MANERA.
Lo más seguro es que quien estudie y se prepare en todas las disciplinas vinculadas a la comunicación en el futuro pueda aprovechar esas ventajas. Formarse es el valor máximo para el trabajo. Siempre y en toda actividad.
Pero si en el futuro aún existe una posibilidad para que alguien dé la hora y la temperatura en un turno de radio o sólo tenga que leer un llamado a la solidaridad desde una cabina de locución de un canal de televisión, lo manden a actualizar un informativo cada media hora en una AM o anunciar una de cada 15 canciones que una FM musical pone al aire, seamos serios: no es necesario tener un carnet excluyente para eso. Y menos que menos, por el hecho de haber estudiado tres años con esa finalidad, ya que debería ser independiente
Insistimos: estudiar y prepararse es la mejor decisión para ser un buen locutor/comunicador del Siglo XXI. Aprender las bases de los idiomas que queramos para pronunciar correctamente, puede llegar a abrirnos caminos que ni siquiera sospechamos. Es muy difícil hacerle entender a una mayoría de profesionales que trabajan frente aun micrófono que no todo lo que suena «extranjero» se pronuncia como si fuera en inglés. «Anglosar» el alemán o el francés son pruebas irrefutables de una falta de preparación profesional que, incluso demuestran centenares de detentores del inefable carnecito.
Tener un criterio personal acerca de qué debe incluirse en la difusión de contenidos para el público argentino puede ser mucho más importante que defendernos corporativamente por si alguien «de afuera» dice una marca. En realidad, esa defensa un papelón. ¿qué defendemos? ¿todavía hay colegas que sacan pecho diciendo haber «estudiado» tres años para tener esa exclusividad gremial? Es vergonzante y rayano en lo indigno. No demasiado diferente a un «aguante» prebendario, propio de las aristas más sucias de la política territorial.
Un par de consideraciones que avalan la visión de considerar que «el carnet» bloquea a propios y extraños.
Comencemos por la realidad de que no hay absolutamente nadie que salga a decirle a los pobres jóvenes que se están «recibiendo» de locutores, incluso convocando a otros profesionales que oficien de «padrinos» al terminar el tercer año, que en este momento los carnets habilitantes superan el número de 15.000 y en el centro urbano más grande de la Argentina y donde se encuentran funcionando más emisoras de AM, FM y radios online, es decir, en la Ciudad de Buenos Aires, apenas hay 450 puestos de trabajo para locutores, de los cuales sólo 58 son pasibles de generar un movimiento para pedir una suplencia, hablando exclusivamente de informativo, ya que las suplencias de locución comercial, en este momento, no requieren de personal externo en ninguna radio.
¿Te sentís locutor? Practicá. Y si te gusta de verdad, estudiá. Pero no aspires a ser protegido de manera corporativa y excluyente por una matrícula, como si quien no se hubiera sido ungido en las academias oficiales u oficializadas, incurriera en el «Ejercicio Ilegal de la Locución». No podemos caer más abajo del suelo, a no ser que aprendamos a caer directamente al sótano.
Siempre se escuchó el villancico de que «ser locutor es mucho más que tener una voz agradable o bien modulada». De lo que estamos seguros es de que desarrollar esas habilidades que van desde la capacidad de interpretación y adaptación a diferentes contextos, hasta la empatía y la conexión emocional con la audiencia, son logros posibles de personas con vocación. A su vez ¿quién podría negar que la habilidad para comunicar eficazmente, transmitir emociones y mantener la atención del oyente podrían ser técnicas estudiadas?
Cuando un actor o una actriz alcanza un nivel de profesionalismo superlativo, nadie va a preguntarle si posee algún título habilitante para demostrar ese talento. Sí, en cambio, es motivo de comentarios y admiración la serie de talleres de teatro por los que pasó y sus maestros. Su formación es parte de su identidad. No necesita «chapa». Pues bien, estamos clamando por un formato de esas características para que se haga fluir la actividad de leer y presentar en radio, TV y streaming. Si se trata de tener que elegir a quien realice un trabajo, la libertad del contratante también tiene parte en este juego: si una voz le gustó, le gustó. Por ejemplo, en un comercial para Cine y TV. ¿Era justo el reglamento de coartarle el derecho a elegir quién dice su marca porque veníamos nosotros a decirle «Esa Voz, No»?
No debería ser necesario aclararlo pero no estamos haciendo hincapié en la parte que asegura que hay aspectos que no siempre se enseñan en un aula y sí se desarrollan a través de la experiencia y la práctica continua. Eso ocurre en todo crecimiento, todo desarrollo y todas las profesiones.
Cuando el «carnet de locutor» en Argentina fue criticado como una barrera innecesaria que no siempre garantizaba la calidad profesional, se hacía «tomando las armas». Se esgrimían argumentos de profesional contra profesional. Mal hecho. Era la época en que se quería a toda costa imponer voces, por ejemplo, de actores, para comerciales de TV (Ricardo Darín para cigarrillos «Derby» y Claudio García Satur para los «Saratioga»). La extrañamente salomónica solución que se encontraba era que un doblajista (con carnet de locutor, obvio) pusiera la voz a cada actor. Este método se repitió durante unos 35 años. La Sociedad Argentina de Locutores fue autorizada a cobrar multas alas agencias de publicidad y/o marcas publicitadas que -según un complejo esquema que no vale la pena reflejat aquí- no incorporaran la voz de un locutor o una locutora en los spots. Hoy, la SAL (SALCo, su nueva sigla) sigue consiguiendo -no siempre- recaudar por multas que, supuestamente, nos defienden como gremio.
¿Otra vez vamos a tener que recordar el caso uruguayo? A los locutores vecinos no se les exigen estudios formales específicos para ejercer. Y muchos de ellos son considerados geniales. No necesitan una certificación específica para trabajar en medios de comunicación. Este enfoque, mucho más libre, permite que el talento y la habilidad sean los factores determinantes para el éxito. La ausencia de una barrera formal jamás impidió que la República Oriental del Uruguay tenga locutores destacados, incluso top.
Comunicar las ideas, manejar correctamente la voz y la dicción, adaptar estilo si es necesario, conseguir feedback y reforzar la pasión, todo con carnet en mano, les sucedió a pocos. Precisamente, la mayoría de los hombres y mujeres de éxito en la maravillosa profesión de la comunicación en radio y televisión, obviamente, están a favor de desregular la lectura de marcas comerciales al aire, anunciar canciones viejas y decir la temperatura y la humedad.
Uno de los motivos más considerables para replantear la supuesta importancia del «carnet de locutor» y asumir un enfoque más inclusivo que valore el talento y la habilidad práctica por encima de la certificación formal, es que en los informativos, muchos periodistas con interesantes voces y muy buena manera de comunicar, demuestran estar a la altura de los locutores de informativo, que – a favor de toda nuestra teoría- deben realizar, a su vez el trabajo de redactor.
Y ahora, mano en el corazón.
¿Qué es lo que demuestra que el talento para la locución no puede ser cuantificado a través de un título? Con el desmoronamiento propio de la locución como actividad y la lluvia de comunicadores plenos de recursos de los que tantos locutores demuestran -lamentablemente- carecer, no sigamos pidiendo pruebas, por favor.