• Diario 5 -Buenos Aires, sábado 1 de noviembre de 2025

Cómo fue el Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810 en Buenos Aires.

Un puerto comercial de cueros, carne salada y plata. Muchas restricciones impuestas por el monopolio comercial español. Mucho contrabando. Un hito. Un debate real y tangible sobre el futuro de un virreinato y el nacimiento de una nación. Un reflejo de las tensiones sociales y económicas de una época en la que tener la libertad o perderla eran dos opciones con poca brecha. Buenos Aires, un centro comercial en auge. Una población que busca una identidad política y económica propia. Una piedra que sentó las bases para la participación ciudadana en la política.

Ese martes, 251 vecinos destacados de Buenos Aires se reunieron en el Cabildo para debatir el futuro del Virreinato del Río de la Plata. Aunque se habían invitado a 450 personas, solo asistieron poco más de la mitad. Los participantes incluían militares, alcaldes de barrio, marinos, clérigos, escribanos, abogados, comerciantes y otros ciudadanos influyentes.

La sesión comenzó a las 9 de la mañana y se extendió hasta altas horas de la noche. El debate principal giró en torno a la legitimidad del virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros, considerando la situación política en España tras la invasión napoleónica y la abdicación del rey Fernando VII.

Hubo muchos discursos y las decisiones debían apurarse. El obispo Benito Lué y Riega fue uno de los primeros en hablar, defendiendo la continuidad de Cisneros. Sin embargo, figuras como Juan José Paso y Juan José Castelli argumentaron que, ante la ausencia de una autoridad legítima en España, el poder debía pasar a manos de los criollos.

La votación resultó en 155 votos a favor de la destitución del virrey y 69 en contra. Esta decisión sentó las bases para la formación de una Junta de Gobierno, que se concretaría el 25 de mayo.

Los libros de historia con inclinación complaciente al nacionalismo populista contaron innumerables historias con detalles curiosos y anécdotas de todo lo que, supuestamente, sucedió entre el Cabildo abierto del 22 y la decisión de armar gobierno tres días después. Lo que es absolutamente cierto es la convocatoria al Cabildo Abierto se realizó mediante invitaciones impresas en papel hecho a mano, dirigidas a los «vecinos notables» de la ciudad.

Durante la sesión, hubo momentos de tensión y desorden. La intensidad del debate y la importancia de las decisiones que se estaban tomando no ameritaban un relax generalizado. Como reflejo buena parte de la idiosincrasia de tales tiempos, es de comprender con resignación que la participación en el Cabildo Abierto estaba limitada a hombres blancos, propietarios y reconocidos socialmente, excluyendo a mujeres, afrodescendientes y otros grupos.

Buena parte de los historiadores y analistas del devenir político de nuestro país atribuyen al Cabildo Abierto del 22 de mayo, un resultado superlativo, con consecuencias inmejorables para el impulso de una decisión revolucionaria y un legado que resultó un paso decisivo hacia la Independencia de la Provincias Unidas de Río de la Plata. Ya el 25, la formación de la Primera Junta marcaron el inicio de un proceso revolucionario en el que, a boca de varios intelectuales de la época, las acciones políticas pasaron a identificarse como «argentinas».

En algunos libros hay información acerca de quiénes fueron los que votaron en contra. Aparte del obispo Benito Lué y Riega, lo hicieron el hacendado José Martínez de Hoz y el fiscal Manuel Genaro Villota, quienes defendían la continuidad del virrey y la obediencia a la autoridad española. Por otro lado, líderes como Juan José Castelli y Juan José Paso argumentaban que, ante la ausencia de una autoridad legítima en España, el poder debía recaer en el pueblo.

 

Cuando la palabra fue poder

La tensión se podía cortar con un cuchillo. Los realistas jugaban su carta más fuerte: la palabra del obispo Benito Lué y Riega, líder espiritual de Buenos Aires, cuya autoridad moral imponía respeto incluso entre los más decididos patriotas. Su discurso, en defensa de la permanencia del virrey, pretendía clausurar cualquier intento revolucionario. Pero el bando criollo tenía un as bajo la manga.

En ese clima cargado, las miradas se posaron sobre Juan José Castelli, abogado brillante y orador temido por sus adversarios. Lo conocían por haber dado vuelta causas que parecían perdidas. Y una vez más, no defraudó.

Castelli fue al grano: con la disolución de la Junta Central de Sevilla, el gobierno español había caducado. El Consejo de Regencia de Cádiz, según explicó, carecía de autoridad sobre América, ya que los pueblos del continente jamás le habían delegado poder alguno. En otras palabras, la soberanía debía retornar al pueblo de Buenos Aires, que estaba en condiciones de decidir por sí mismo quién debía gobernarlo. Como en España.

La respuesta de Castelli fue también una estocada contra la tesis del obispo. Rechazó cualquier diferencia entre americanos y peninsulares, afirmando que los españoles no habían engendrado «carneros» en estas tierras, sino personas con iguales derechos que los nacidos en Europa.

Otro de los argumentos más firmes contra la continuidad del virrey vino del marino Pascual Ruiz Huidobro, figura respetada desde su rol en las Invasiones Inglesas. Con lógica simple, sostuvo que si el virrey representaba al rey y el rey ya no estaba, entonces Cisneros tampoco tenía a quién representar. Por lo tanto, debía dejar el poder.

Del lado realista, el fiscal Manuel Genaro Villota planteó una objeción razonable: Buenos Aires no era todo el Virreinato. Decidir el destino de la autoridad sin consultar a las provincias era, cuanto menos, una usurpación.

Pero entonces intervino Juan José Paso, quien defendió la postura porteña con una metáfora fraternal: Buenos Aires actuaría como una “hermana mayor”, asumiendo la responsabilidad de dar el primer paso y luego invitar a las demás provincias a sumarse al nuevo gobierno.

Así transcurrió aquel histórico Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810: entre discursos encendidos, tensiones ideológicas y una sociedad que empezaba a tomar conciencia de que su destino ya no se decidía en Madrid, sino en las calles y plazas del Río de la Plata.

 

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