
Mientras se anuncian millones de dólares en inversiones para renovar vagones de subte, incorporar trambuses eléctricos y construir nuevas estaciones, las paradas de colectivo que siguen siendo un cartelito clavado en un árbol, hablan de la mentira, la hipocresía y insensibilidad que imperan en el país. Un papel plastificado, torcido, visible sólo de un lado, que lleva años ahí como si fuera una broma. Si lo es, es cruel. No hay techo protector, no hay asiento, no hay luz, no hay una señalización decente. ¿A alguien le resulta molesto si hacemos notar con claridad plena que No hay respeto?
El Gobierno porteño presenta un Sistema Integrado de Movilidad Urbana, anuncia un Ministerio nuevo para planificar el transporte y flotas eléctricas y de estaciones modernas. Y nos encanta. Pero en la calle, en la vereda, en el barro, el usuario sigue esperando el colectivo sin saber si está en el lugar correcto.
¿Le duele a un gobierno del PRO que gobierna tan, pero tan mal como el kirchnerismo? ¿Acaso cree que lo hacemos a propósito para que se caliente o para que la esposa del jefe de gobierno se ponga a llorar en público porque no puede soportar la crítica?
Que se quede tranquila, porque se trata de mal de muchos: ni el GCBA, ni el Gobierno de la Provincia, ni la CNRT —ultra sospechado organismo supuesto fiscalizador y garante de condiciones mínimas— se dignan a mirar lo que pasa en el punto más básico del sistema: la parada.
Los funcionarios viajan tanto en auto que tienen demasiado lejos de su vista el concepto de que el transporte público es sinónimo de calidad de vida. Y que la parada es el primer contacto.
Los asesores que tienen son tan momias que no ven el extraordinario efecto que podría dejar en la población porteña que ellos se dieran cuentas de que las paradas deberían ser visibles, claras, grandes e iluminadas.
Eeeeh! No será mucho?
¿Y cómo lo son todas las señales para automovilistas?
¿Hay, acaso, cierto placer en establecer que para el peatón, el que depende del colectivo, haya abandonos bien visibles?
No es que el desprecio sea una actitud que se repita en la totalidad de los responsables de temas referidos al transporte público en los estratos nacional, provinciales y municipales. Entendemos que hay un 3 ó 4 por ciento que no demuestra tal sentimiento.
Mientras se licitan trambuses y se prometen 214 vagones nuevos, hay miles de personas que no saben dónde para el 76, el 84 o el 133. Porque nadie se ocupó de señalizarlo de manera correcta a lo largo de todo su recorrido. La eternamente ineficiente CNRT mira para otro lado. El GCBA prefiere mostrar grandes obras antes que resolver lo elemental. Es que el Estado —en todas sus capas— se especializa, cada vez más, en ignorar lo que no luce.




















































