Una metáfora, un estallido de colores y un pacto entre la naturaleza y el espíritu humano. La primavera es la estación que siempre capturó todos los focos
No sorprende que desde hace siglos los artistas sigan encontrando en La Primavera un motivo para componer, pintar, escribir o cantar. Es, quizás, el tema más recurrente y universal después del amor.
Probablemente. el nombre que primero brota es Antonio Vivaldi. Su Primavera, dentro de Las Cuatro Estaciones, sigue siendo un himno del optimismo barroco. La obra suelta violines que imitan trinos y paisajes sonoros que recrean la vitalidad de la vida que vuelve a nacer. Ese concierto integra la banda sonora de un imaginario colectivo que podríamos integrar o ver de cerca: quienes nunca escucharon una pieza entera de música clásica, lo reconocen de inmediato.
En el siglo XX, Astor Piazzolla, con su Primavera Porteña, hizo florecer Buenos Aires en su combatidísimo nuevo idioma: el tango revolucionado. Y aún antes, Alberto Merlo —el payador de Pergamino— cantó la estación con guitarras camperas. Ambas obras pusieron a la Argentina a integrar la élite internacional del arte que -entre otra bellezas- tributan el renacer de la naturaleza, como decenas de pueblos de Europa lo siguen haciendo luego de milenios:
Es que la imagen de los cielos despejados y las pasturas reverdecidas arrasa con las emociones humanas en cualquier cultura.
La primera postal primaveral que viene a la mente en la artes plásticas, es Botticelli. Su célebre pintura La Primavera es una danza de ninfas y dioses paganos en medio de un vergel que parece suspenderse fuera del tiempo. Siglos después, Monet hizo de la luz primaveral una obsesión: basta ver los cerezos en flor o los campos de amapolas para entender cómo la estación se volvió pincelada.
No todo fue lirismo. Stravinsky, en 1913, llevó a la apacible estación a un lugar brutal y primitivo con La consagración de la primavera. Allí no encontramos un florecer amable, sino la fuerza telúrica de un ritual pagano que celebra el retorno de la vida con un sacrificio humano. El escándalo del estreno en París mostró que la primavera no es solo dulzura, sino que puede sumar potencia salvaje.
Y hay joyas menos transitadas. Schumann, por ejemplo, escribió su Sinfonía de la Primavera en un rapto de entusiasmo que lo sacó de una crisis. En Japón, la floración del cerezo inspiró a poetas y grabadores como Hokusai, cuya obra no solo muestra olas, sino también la delicadeza de los pétalos. En la canción popular moderna, joyas como Here Comes the Sun de George Harrison, la estación funciona como metáfora de esperanza y reinvención, aunque no se la nombre de manera directa.
Lo fascinante es que la primavera, siendo siempre la misma en su naturaleza, nunca es idéntica en el arte. Para unos es un cuadro de delicadeza, para otros un estallido primitivo; para algunos, un tango urbano, para otros, un haiku. Quizás ahí radique su secreto: la primavera no es una estación, es un espejo donde cada artista encontró —y sigue encontrando— la versión más luminosa o más feroz de la vida.
«Una oración en primavera» de Robert Frost, arrasa con su belleza.
En la Argentina, la primavera tiene su propio pulso cultural. No es casual que cada 21 de septiembre se celebre el Día del Estudiante: la juventud, con su ímpetu de futuro, se asocia naturalmente a la estación. Y ese clima se filtró en las artes.
Los poetas del modernismo, como Leopoldo Lugones, vieron en la primavera un símbolo de renovación del lenguaje. Alfonsina Storni la invocó en sus versos como metáfora de la mujer que reclama florecer a su modo. En la música popular, tangos piezas del folklore, la estación es marco de encuentros amorosos o paisajes en movimiento: Horacio Guarany, la hace llorar en la canción que evoca su amistad con Jacinto Piedra, mientras que la historia registra a Arturo Dávalos como el primer creador argentino en apelar a la riqueza inspirativa de la primavera con su Zamba del Tiempo Verde, popularizada por Los Chalchaleros.
También la pintura local encontró su manera de retratarla. Fernando Fader llenó lienzos de campos cordobeses en los que la primavera parece quedarse fija en la luz. Raúl Soldi, en su obra mural y en sus escenas intimistas, dejó una impronta de estaciones que se alternan, con la primavera como promesa de belleza eterna.
Así, la primavera en nuestro país no solo es tema artístico: es ritual colectivo. Desde los picnics en los parques hasta los recitales masivos, la fecha condensa una energía vital que conecta a generaciones enteras. Y cuando la música, la poesía o la pintura la nombran, lo que se celebra no es únicamente el ciclo natural, sino también esa necesidad tan humana de creer que, después de todo, siempre habrá un tiempo para volver a empezar.