• Diario 5 -Buenos Aires, domingo 19 de octubre de 2025

Tratándose de la fecha que celebra el valor de los árboles, vale reconocer que, en general, los gobiernos porteños manejaron bien sus  políticas ecológicas. El Plan Maestro de Arbolado Urbano, apoyado en la Ley 3263/2009, sienta bases para una gestión sostenible del arbolado público, contempla censos, podas planificadas y un registro abierto llamado Arbopedia, además del propósito declarado de plantar 18.000 árboles en 2024 como parte de la estrategia ambiental de largo plazo.

También existen normas que regulan estrictamente la poda y extracción de ejemplares, con procedimientos que, en teoría, requieren inspección técnica, justificación y control profesional. Sobre el papel, todo eso parece razonable y bien intencionado.

Pero la realidad cotidiana de vecinos revela otra cara: hay árboles en veredas cuyas raíces de más de 1,50 m de diámetro levantan veredas, ingresan a hogares, tapan caños y desagües, obstruyen rampas y obligan a lidiar con acodos verticales interminables. En algunos fallos judiciales se ha comprobado que el GCBA fue condenado por omitir la poda o el control oportuno, cuando ya era evidente el daño sobre inmuebles particulares.

Expertos en paisaje urbano, como Fabio Márquez, advierten que no solo falta cantidad: también hay árboles mal plantados, especies equivocadas, ejemplares mal mantenidos o podados incorrectamente, sin cicatrización ni cuidado técnico, lo que debilita su estructura y reduce su durabilidad. Movimientos como «Basta de Mutilar Nuestros Árboles» han denunciado el trasplante mal ejecutado de plátanos en Costanera Norte —con pérdidas irreparables del añadido ecológico que esos árboles suponían— que fueron ubicados sin respetar condiciones.

Todo eso pone en evidencia un conflicto estructural: la ciudad celebra el Día del Árbol, publica estadísticas, invierte recursos, pero no aborda con decisión esos ejemplares que ya sobrepasaron lo admisible en una vereda estrecha y que representan un riesgo o molestia real para las personas. El Plan Maestro habla de adaptación al cambio climático y de “bosque urbano”, pero cuando un ejemplar supera ciertos límites de diámetro y raíces agresivas, se observa indiferencia o demoras burocráticas.

La Ciudad ofrece canales como el 147 y denuncias vecinales, pero vecinos relatan que los reclamos tardan años en tramitarse, incluso cuando ya hay raíces que levantan los cimientos de las casas o interfieren con servicios básicos. En esos casos, la poda puede ser parcial, pero no la remoción —incluso cuando dejan la vereda intransitable y ponen en peligro la seguridad — ya requiere autorización de áreas técnicas, que no siempre actúan con urgencia.

Cumplidas las celebraciones ecológicas, es momento de exigir decisiones firmes sobre esos árboles que ya no caben en las veredas. Reconocer los beneficios del arbolado no implica negarse a intervenir cuando el ejemplar está fuera de escala con su espacio, su tamaño supera 1,50 m de diámetro y genera conflictos desde serios hasta calamitosos.

Ahora veremos las normas de los países en los que esas situaciones se abordan con reemplazo controlado: cortar el ejemplar que ya no es viable, trasplantarlo a un espacio más adecuado, reponerlo por una especie más compatible y plantar en paralelo nuevas plantaciones que cumplan con los beneficios ecosistémicos sin riesgos urbanos.

Ese enfoque urbano no debería considerarse utópico. Por el contrario, cuanto más lo visualizamos imaginando su proyección, entendemos que -al estar bien regulado- es un plan sensato. La sospechada falta de viabilidad  política es harina de otro costal

Entonces, en este Día del Árbol, cabe hacer un llamado: sí, al verde urbano, sí, a plantar y cuidar; pero también sí a actuar decididamente donde ya sobra, donde ya molesta y donde pone en jaque el bienestar vecinal. Si el GCBA quiere comprometerse de verdad con el paisaje y con la salud urbana, debe activar protocolos para esos árboles que hoy viven fuera de lugar, sin demora, sin burocracia y con transparencia.

La mayoría entiende que el árbol merece respeto. A su vez, la vereda requiere transitabilidad. ¿Es posible armonizar ese equilibrio con voluntad política y decisión técnica real? Es la Argentina. ¿Qué estamos pidiendo?

 

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