Hay muchos artistas que pueden ser asociados con Tucumán, en un momento como éste, en el que la provincia y la propia ciudad de San Miguel de Tucumán ganan el protagonismo absoluto. Con Mercedes Sosa a la cabeza, el arquitecto César Pelli, el pianista Miguel Angel Estrella, el Paz Martínez, Ramon «Palito» Ortega, Gladys, «La Bomba», la modelo Lara Bernasconi y algunos otros que referenciaremos, la provincia se distingue por su aporte de valores a diversos andariveles culturales del país.
Leda Valladares aportó a la Argentina una esencia cultural desde su profunda tucumanidad que, aunque aprendimos tanto de la vida argentina y del folklore todo con su obra, antes y después del dúo Leda y María que la unió a María Elena Walsh, su figura es parte de los valles y los cañaverales.
Tomás Eloy Martínez, para un sinnúmero de periodistas argentinos, un modelo de estilo, de dedicación a la investigación y de rigurosidad en el ensayo, al iniciarse con la Licenciatura en Literatura española y latinoamericana en la Universidad Nacional de Tucumán y luego alcanzar la Maestría en Literatura en la Universidad de París VII, conjugó a la perfección la ruta ideal del escritor que, nutrido de sus raíces, desparrama su naturaleza por el mundo.
Considerar tucumano a Atahualpa Yupanqui, a pesar de su origen bonaerense, podría ser una de las discusiones más encantadoras de la grilla de polémicas argentinas. El autor de “Luna Tucumana”, “Baguala Tucumana”, “Coplas del payador perseguido”, “Siempre vuelvo a Tucumán”, “Canción del Cañaveral”, “Nostalgias tucumanas”, “Canto a la zafra”, “La tucumanita”, «Viene clareando» y “Vidalita tucumana” ha dejado claro, con esas obras, que si cualquier juez quisiera declarar para la historia que Atahualpa fue tucumano, sería realmente difícil enfrentar el fallo con alguna apelación.
Tucumano auténtico, al que poco se le brinda homenaje, es José Luis Padula, un delicioso personaje, mitad compositor de música criolla y mitad creador de tango, de inmenso talento, intuitivo, encantador hombre de la noche, en tiempos de un desarrollo artístico genuinamente nacional. Padula dejó, para los tiempos, el hermoso tango “Nueve de Julio”, cuyas versiones de Juan D’arienzo y Osvaldo Pugliese fueron las que lo llevaron a ser un bailable imposible de quitar de las listas de tangos energizantes.
Y Virgilio Carmona fue el otro “inmigrante” al que Tucumán abrazó y puso en lo más alto de los reconocimientos, por una zamba que disparó, para los tiempos, un enaltecimiento a todo Tucumán como concepto: “Al Jardín de la República”. Carmona, rosarino de nacimiento, amigo de Gardel y compositor de varios temas cantados por el fenómeno del Abasto, llegó a Tucumán, como guitarrista de un trío que se completaba con dos próceres del bandoneón: nada menos que Anselmo Aietta y Pedro Maffia. De manera que Carmona fue testigo de una evolución fundamental en la interpretación del tango: Anselmo era un intérprete de inmensa jerarquía que respetaba a rajatabla ciertos cánones tradicionales del vínculo que el tango tenía con los estilos criollos, mientras que Pedro estaba comenzando a revolucionar los arreglos con bandoneón para el tango, tanto en melodía como en armonía, de tal modo que el protagonismo del instrumento trepe a una cúspide de la que jamás pudo -ni ya podrá ser- destronado. Virgilio Carmona al quedarse en Tucumán, enamorado de una lugareña, Elvira Carrizo, inspiradora de la legendaria zamba “Al Jardín…”, hizo florecer creaciones que retroalimentan el acervo costumbrista tucumano de alta belleza musical y de danzas: la chacarera “La Feria de Simoca” y las zambas “Debajo de la Morera”, “A Tucumán” y “Naranjos Tucumanos”, entre otras 70 piezas para el orgullo cultural argentino.
Entran en el salón de los orgullos tucumanos Ricardo Romero, Héctor Bulacio, Carlos Sánchez y Roberto Pérez. Ricardo y Héctor no sobrevivieron al accidente de 2007 que significó el adiós a un cuarteto inolvidable de voces únicas: Los Tucu-Tucu.