• Diario 5 -Buenos Aires, domingo 9 de febrero de 2025

Continuamos revisando protagonismos de la Ciudad de Buenos Aires en la Literatura Argentina.

Muchos escritores centraron su obra en Buenos Aires. Algunos cuentos capturan aspectos fundamentales de la vida en la ciudad. Hay un momento de la historia en que fueron tantos los que se largaron a relatar el contraste entre lo moderno y lo tradicional, las transformaciones urbanas y el impacto emocional que genera un entorno particular, que Buenos Aires se convierte en un factor de enriquecimiento cultural inmenso y toda esa literatura es demandada en librerías y bibliotecas de todo el mundo de habla hispana.

Seguimos en el placentero viaje de revisar a quiénes Buenos Aires inspiró textos literarios que retratan su esencia, su gente y sus contradicciones. Leopoldo Marechal, Enrique Amorim, Juan Draghi Lucero, Baldomero Fernández Moreno, Guido Spano y otros que dejaron su huella al escribir sobre la ciudad. Vamos viendo quién es quién en la literatura porteña

Ya vimos el boom que significó que Baldomero Fernández Moreno conquistara hasta los criterios de los decoradores de París con la energís de «Setenta balcones y ninguna flor». Ese poema clásico que evoca la frialdad y deshumanización de los edificios de Buenos Aires, reflejando la pérdida del contacto con la naturaleza en la vida urbana no cayó en una bolsa sin fondo. La obra critica el vacío de las apariencias y la falta de calidez en una ciudad en constante modernización.

Por supuesto que, cuando Carlos Guido Spano dio a conocer «He nacido en Buenos Aires», con impronta hiper romántica, exaltó su amor por su ciudad en este poema y dejó a la luz su vínculo afectivo y emocional con la ciudad, una ola de fanáticos se aprendía de memoria la poesía para recitarla en reuniones e, incluso, en citas amorosas. Hay muchas obras que implican un homenaje a la identidad porteña, a sus paisajes urbanos y al sentido de pertenencia que genera, pero ésta tuvo -por su simpática «exageración»- una popularidad arrasadora.

He nacido en Buenos Aires,
tierra hermosa y encantada,
cuyo cielo azul de mayo
nunca he de poder olvidar.

Y la combinación de versos más famosa del poema

He nacido en Buenos Aires,
qué me importan os desaires
con que me trate la suerte,
argentino hasta la muerte,
he nacido en Buenos Aires,

Raúl González Tuñón, en “Impresiones de madrugada”, cuenta su regreso de la bohemia nocturna y se enfrenta a los trabajadores que salen a ganrse el pan del día. El caso de «La calle del agujero en la media» es una hermosa discusión de otrora: hay quienes aseguran que Tuñón, con su estilo urbano y comprometido, retrata una Buenos Aires de barrios humildes, con personajes cotidianos que enfrentan la dureza de la vida. Pero en este poema, un testimonio poético de las desigualdades sociales en una ciudad en crecimiento, aunque Buenos Aires no es nombrada, queda tan aludida como otras ciudades que sufren los mismos desequilibrios.

Aunque Mujica Láinez es conocido por sus novelas, «El hombrecito del azulejo» es un cuento corto clásico de la literatura porteña.  Ambientado en un Buenos Aires colonial. Manucho relata la historia de un azulejo que cobra vida para salvar a un niño enfermo, con tradición y nostalgia en el marco de una amalgama de fantasía y realismo mágico.

Almafuerte (Pedro Bonifacio Palacios), en «La ciudad de los mil espejos», va a fondo con señalar a Buenos Aires como una ciudad de personas cargadas de ambiciones, ilusiones y sufrimientos. El tono es crítico y sobrevuela un estado melancólico, con ese fuerte contraste entre riqueza y pobreza, sueños y frustraciones que, si hoy nos lo dieran como opción frente al nivel de vida actual, elegiríamos mil veces el que describe Almafuerte.

Aunque más conocido por Don Segundo Sombra, en «Rosaura», Ricardo Güiraldes muestra una Buenos Aires bohemia y aristocrática. Como en otras obras de su generación, Rosaura hace notar las contradicciones de la ciudad que comienza a crecer a pasos agigantados, con mucha inmigración y el cruce de un modernismo que Buenos Aires absorbe de las grandes capitales del mundo frente a lo tradicional, que sigue mostrándose como el capital cultural más expandido en el país y del que. prácticamente, toda la población depende para su subsistencia, es decir, el campo.

Portenísimo, Enrique Banchs, en su poema «Las barandas de la calle», evoca la melancolía de las calles porteñas, con imágenes que pintan escenas cotidianas: ventanas abiertas al silencio, faroles titilantes y una atmósfera que mezcla lo romántico con lo urbano, la siesta, la vestimenta elegante al atardecer, las reuniones sociales, las infancias de un sabor que hoy nos sabe a pueblerinas y tantas otras costumbres hoy olvidadas.

Otros autores porteños con inyección de lunfardo fueron Francisco Luis Bernárdez, autor de «La ciudad sin sueño», donde se describe una Buenos Aires insomne, donde el ruido y el trajín de la vida urbana nunca descansan y «Poesía de la esquina», de Alfredo Veiravé, un retrato íntimo y coloquial de una esquina porteña, con sus encuentros, historias y la vida barrial de la primera mitad del Siglo XX.


 

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