En la Argentina, desde hace 73 años, para ser locutor hay que cursar 3 años en el ISER (u otros institutos autorizados). Al terminar, se obtiene el carnet de «Locutor Nacional». Yo lo hice y trabajé muchos años bajo esta normativa. Y en ella se establece que sólo los locutores y locutoras profesionales con el carnet habilitante pueden mencionar marcas en radio y TV, así como dar lectura a los informativos o decir la hora y la temperatura en la radio. Una estupidez. Hasta hace unos años parecía una medida verdaderamente justa con los miembros de un gremio.
¿Qué pasó, entonces?
Cuando comenzó a notarse que muchos de los profesionales nuevos ya no podían ofrecer una lectura sin afectaciones o, por lo menos, con la menor cantidad posible de ellas, entendí que tenía razón cuando pensaba que muchas de las técnicas que me habían enseñado en la etapa de estudiante de locución era tan, pero tan innecesario y banal para un buen desempeño en radio y TV que me sentí retroactivamente estafado por el Estado.
Burlarse de los spots comerciales que, en incluyen locutores pésimos es una tendencia cada vez más extendida entre quienes conocen sobre estos temas. Más allá de que se considere discutible su eventual justificación, hay un grupo de personas que se siente estafada porque entiende que jamás debió haber estado cursando esos tres años en el ISER en nombre de ir tras un otrora solemne y hoy absurdo carnet habilitante para ejercer la locución en medios audiovisuales de la Argentina.
No sólo estamos hablando de un oficio que se extingue a diario. Las numerosas demostraciones del poco apego que algunos detentores del tan mentado carnecito tienen con la lógica condición cultural de la locución, apura el final de un erróneo camino a la nada misma.