• Diario 5 -Buenos Aires, lunes 28 de abril de 2025

Vivimos en el terreno en el que polarización política, social y cultural se ha convertido en un modo de vida. A lo largo de nuestra historia, pareció que hubo momentos de unidad y cierta esperanza. Pero la mayoría fueron períodos oscuros de enfrentamiento, mucha ruptura y desencuentros. El más recordado siempre será es el que comenzó el 24 de marzo de 1976, con el golpe de Estado que dio inicio a la gran dictadura.

Casi todas las naciones tienen un tiempo negro. Pero como aquél significó para nosotros la desaparición de miles de personas, represión feroz y la imposición de un modelo económico que dejó cicatrices profundas en la sociedad, no se puede comparar con nada.

No se debe hacer.

Nunca.

Sin embargo, más allá del repudio generalizado a la dictadura y su brutalidad, la Argentina nunca logró sanar del todo sus heridas ni construir un relato común. Al contrario, las interpretaciones de la historia apuntaron, muchas veces, a ser combustible para alimentar nuevas divisiones. Generación tras generación, se fueron consolidando bandos siempre irreconciliables, por una razón que muy pocos aceptan: siempre faltaron vocación de trabajo dirigencial talento para armar equipos políticos confiables.

Viendo la potencialidad como motor económico y productivo, hay demasiadas pruebas de que la Argentina sufrió el efecto ultra nocivo de la acción por soberbia y los arranques de grandes egos improvisadores. Todo lo que alguna vez esta gente hizo por el país siempre fue demasiado poco y desviado al lado de lo que debió ser hecho. El agujero mayor en la autonomía cívica de millones de personas se encuentra en las coordenadas donde la militancia política pasó a convertirse en un dogma y el pensamiento crítico se reemplazó por adhesiones ciegas.

Los fanatismos de todo tipo –políticos, ideológicos, económicos, incluso del esparcimiento, como futbolísticos y artísticos– vienen modelando una sociedad en la que el diálogo es cada vez más difícil. La descalificación del otro se presenta como norma. Se demoniza al que piensa distinto, se reescriben los hechos para que encajen en una narrativa conveniente, y se pierde de vista lo esencial: la convivencia.

En este contexto, el 24 de marzo debería ser una fecha para entender esto.

Aprendimos -y luego hasta enseñamos- a reflexionar sobre los crímenes de la dictadura pero nunca sobre la necesidad de romper con la lógica del enfrentamiento permanente. La memoria puede tener un alcance mucho más importante. Justamente para seguir dividiendo, sino para captar las necesidades actuales y futuras. De todos. Todos somos todos. Cada uno puede llamarnos como quiera: el pueblo, la sociedad, los habitantes o los compatriotas.

Pero hay como un juego infantil que a una importante mayoría divierte cuando divide. En la Argentina no parece haber argentinos. Cuando alguno de los capturados en la trampa de los fanatismos se identifica a sí mismo y a los propios habla de progresistas, peronistas, liberales, radicales, nacionalistas, kirchneristas, libertarios, socialistas, militantes del campo Nacional y Popular, partidarios del mundo libre, defensores de la Justicia Social, inclusivos, emprendedores, xeneixes, millonarios y tantas otras expresiones formales que parecería que acaban de salir de aprobar un final en Filosofía y Letras. Pero a la hora de referirse a las tribus ajenas, aparecen los zurdos, fachos, peronchos, gorilas, bosteros, gallinas, kukas, radichetas, gatos, cabezas, chetos, gronchos, grasas, caretas, chupacirios, rojos, facciosos, yuta, civilachos, tagarnas, panqueques, cipayos, travesaños, tortis, mufas, lamebotas, planeros y cuanto epíteto despectivo -anche insultante- que le pueda proferir al que no responde a nuestro comando.

Sí nos abstenemos de cualquier posible defensa cuando la sociedad, como repudio, identifica a delincuentes y personas más que despreciables con expresiones populares como cometa, chorizo o violín.

Millones de argentinos abonan la teoría de que El que no es como nosotros, no es digno. En un país con ansias de progreso, cada sector de la población hace mucho y discute poco. El plan general tiene que pasar a ser -de una vez por todas- construir una nación apenas un poco más madura, donde las diferencias sean una riqueza y no un motivo de conflicto eterno.



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