Semblanza de estos 23 años y alguna mirada desde afuera
La tarde del 20 de diciembre de 2001 quedó grabada a fuego en la memoria colectiva de los argentinos. La imagen de Fernando De la Rúa huyendo en helicóptero desde la Casa Rosada simbolizó el colapso de un modelo económico y político que había agotado sus últimos cartuchos. No fue solo el fin de un gobierno, fue el principio de una nueva etapa marcada por la incertidumbre, la crisis y la necesidad imperiosa de repensar el país.
El «que se vayan todos» de las plazas fue más que una consigna de protesta: fue el grito desesperado de una sociedad que, tras años de promesas neoliberales, ajustes estructurales y una convertibilidad que pareció eterna pero resultó insostenible, cayó en la peor crisis económica, social e institucional de su historia reciente.
Para entender el estallido de 2001, hay que remontarse a los años ’90. El gobierno de Carlos Menem y su ministro de Economía, Domingo Cavallo, implementaron la convertibilidad, anclando el peso al dólar en una relación 1 a 1. En los primeros años, la estabilidad fue recibida como un bálsamo tras años de hiperinflación. Sin embargo, la fiesta tenía un precio: se desmanteló el aparato productivo, se privatizaron empresas públicas estratégicas y se acumuló una deuda externa gigantesca.
Al llegar el nuevo milenio, el panorama ya era sombrío. La recesión iniciada en 1998 profundizó el desempleo, la pobreza y el descontento social. La «tablita» cambiaria era una camisa de fuerza para una economía que necesitaba oxígeno. La deuda externa, mientras tanto, se volvió impagable.
Fernando De la Rúa asumió en 1999 con promesas de orden y transparencia, pero heredó un país al borde del abismo. La Alianza —su coalición de gobierno— naufragó rápidamente entre peleas internas, falta de liderazgo y medidas desesperadas, como el «corralito» de Cavallo, que terminó de prender la mecha.
El día después del caos
La salida del gobierno de De la Rúa dejó un vacío de poder. En cuestión de días, la Argentina tuvo cinco presidentes. Finalmente, Eduardo Duhalde asumió interinamente con una misión titánica: sacar al país de la parálisis y poner en marcha una economía devastada.
El abandono de la convertibilidad —la famosa «pesificación asimétrica»— fue traumático pero inevitable. De la noche a la mañana, los ahorros de los argentinos perdieron su valor, mientras el dólar se disparaba. La inflación regresó, la pobreza escaló a niveles inéditos y la desocupación superó el 20 %. El país tocaba fondo.
Contra todos los pronósticos, la economía argentina comenzó a recuperarse a partir de 2003. Néstor Kirchner asumió con la prioridad de restablecer la confianza y poner en marcha la producción. Con una fuerte devaluación como base, la industria nacional encontró un respiro y las exportaciones crecieron gracias a los altos precios de las materias primas. La «década dorada» de los commodities permitió aumentar la recaudación y financiar políticas sociales masivas que sacaron a millones de personas de la pobreza.
Pero había un factor seudo legítimo en las mejoras: había un default. La argentina no pagaba nada a nadie.
Sin embargo, los cimientos de la recuperación no estuvieron exentos de fragilidades. La economía argentina volvió a mostrar su histórica dependencia de las exportaciones primarias y de un tipo de cambio competitivo. Al mismo tiempo, la falta de inversión en infraestructura y la creciente intervención del Estado en sectores clave generaron tensiones y problemas de largo plazo.
La vuelta de los vaivenes
Con el paso de los años, la economía volvió a sentir los golpes de la incertidumbre política y la falta de planificación a largo plazo. La segunda mitad del kirchnerismo (2007-2015) estuvo marcada por controles cambiarios, alta inflación y el deterioro de las cuentas públicas. La llegada de Mauricio Macri en 2015 prometió un cambio de rumbo, pero un nuevo endeudamiento y la falta de resultados económicos lo llevaron a enfrentar su propia crisis en 2018.
Alberto Fernández, en el contexto de la pandemia de 2020, heredó un país ya sumido en la recesión, con una deuda histórica, inflación descontrolada y un tejido social debilitado. La pandemia solo aceleró los problemas estructurales y sumió a la economía en una nueva etapa de crisis.
A más de dos décadas del 20 de diciembre de 2001, la Argentina aún enfrenta los mismos dilemas: inflación, deuda, pobreza y falta de estabilidad macroeconómica. Los vaivenes políticos, la polarización extrema y la ausencia de consensos básicos han impedido resolver problemas históricos. Mientras tanto, la sociedad argentina, curtida por años de crisis, sigue esperando respuestas concretas y un rumbo claro.
El 2001 fue el recordatorio más brutal de lo que sucede cuando la política y la economía dejan de atender las necesidades reales de la gente. Lo que vino después fue un ciclo de rebote, crecimiento, retroceso y más incertidumbre. El desafío, ahora, es romper de una vez por todas con esa lógica pendular y construir un país con estabilidad, desarrollo y equidad.
La pregunta sigue siendo la misma: ¿aprendimos algo del 2001? A 23 años de aquel estallido social, la Argentina bajo la presidencia de Javier Milei, cambió violentamente de rumbo, con una serie de reformas económicas orientadas a reducir el gasto público y desregular la economía. Reducción del gasto gubernamental en un tercio, eliminación de ministerios y despido de (30.000 ?) empleados públicos. Estas acciones han contribuido a una disminución significativa de la inflación mensual, que ha pasado del 26% al 2%.
Sin embargo, estas políticas de austeridad también abrieron frentes de conflicto. La economía experimenta recesión y los niveles de pobreza aumentan. Nunca fue fluida la implementación de ajustes estructurales profundos en un corto período. A pesar de estos obstáculos, Milei aún mantiene una alta aprobación pública, por lo visto, atribuida a un enfoque decidido y al cumplimiento de algunas promesas de campaña.
En el plano internacional, la administración de Milei ha adoptado una postura crítica hacia gobiernos de izquierda en la región. Recientemente, el ministro de Economía, Luis Caputo, calificó al presidente chileno Gabriel Boric como un «comunista que está por hundir» a Chile, lo que ha generado tensiones diplomáticas entre ambos países.
A nivel económico, Argentina ha mostrado signos de recuperación. En el tercer trimestre de 2024, el Producto Interno Bruto (PIB) creció cerca del 4%, marcando el fin de una recesión severa. Este crecimiento se atribuye a las políticas de Milei, que incluyen recortes significativos en el gasto público y la reducción de la inflación. No obstante, persisten desafíos, como la necesidad de levantar los controles cambiarios y de capital, lo que podría generar volatilidad e inflación en el futuro.
En este contexto, la conmemoración de los 23 años del estallido social de 2001 adquiere una relevancia particular. Organizaciones políticas y sociales han convocado a actos y concentraciones en la Plaza de Mayo para recordar aquellas jornadas y expresar su oposición a las políticas de ajuste del gobierno actual.
La comparación entre las crisis de 2001 y la situación actual es inevitable. Si bien las circunstancias y los actores políticos han cambiado, persisten desafíos estructurales en la economía argentina que requieren soluciones sostenibles y consensuadas para evitar la repetición de ciclos de crisis y ajustes que afectan principalmente a los sectores más vulnerables de la sociedad.