Elegir esta fecha para derramar un deseo de recuperación de la prosperidad para los argentinos y residentes en esta Nación, no está vinculada con ninguna de las ya cansadoras bromas que algunas mentes de elevado tenor graso aún acostumbran a disparar.
No.
Todo lo contrario
Al entender que el Día de los Santos Inocentes, el original, el de la imperdonable barbarie criminal herodiana, es una jornada de mucha reflexión, esta vez podemos trazar un forzado paralelismo con la inocencia de un Pueblo al que, sin solución de continuidad le fueron vulnerando su inocencia desde todos y cada uno de los centros de poder.
Una diez, cien y mil veces.
Siempre con una excusa diferente.
Siempre en nombre de una necesidad de «recuperar», de «reorganizar», de «reconstruir», de «poner de pie» o de alcanzar el país «que nos merecemos», que «hicieron grande los hombres de Mayo», el que soñó Alberdi, el que diseñaron los constituyentes tras «los pactos preexistentes», el que fue «el granero del mundo» o una hipocresía aún sin calificación acorde y que se instaló en las bocas de tantos repetidores apurados: «la reserva moral de occidente».
Una legendaria canción de Charly García lo rezaba hablando de la fama:
Tu oportunidad está ahí
lo mismo me pasó a mí
lo tienes todo, todo…
no hay nada.
Pues, ni con la fama ni con el bienestar.
Nada.
Siempre empezando de nuevo. Y ni siquiera de cero. Más bien, desde debajo de la línea. Desde más atrás. Digamos, desde algún subsuelo.
Siempre peor.
Por h o por b.
Siempre por culpa de otros.
Siempre inocentes.
Feliz Día a la Argentina Inocente.