Hay que tomar en cuenta el lenguaje de la época y la circunstancia que rodeaba al género musical que no se llamaba «Rock Nacional», como muchos repiten. Las identificaciones eran varias y se podía usar el concepto «rock» (jamás «rock ‘n roll, que era una berretada yanqui). Sin embargo, podían existir «licencias», como la que se atribuyó David Lebón (qué triste momento está pasando) al componer el tema «Suéltate Rock and Roll», que era el título de un hard (lo enrolo ahí, pero tampoco se usaba el término) super exitoso.
Todo el «Rock» alimentaba una tribu urbana de altísimo vuelo intelectual, que ya venía guiada por un pastor perfecto para los amantes de la coherencia y la capacidad de sorprender: Luis Alberto Spinetta, que tras integrar Almendra Pescado Rabioso, estaba en pleno desarrollo del trío Invisible, la puerta de entrada a su etapa más creativa.
La identificación más común en la Argentina para los géneros mejor desarrollados, que elegía escuchar el público -mayoritariamente joven- y que ya rechazaba el movimiento beat, por su banalidad recurrente, a principios de los 70s era «música progresiva».
Es sumamente importante que la palabra «Rock», así, a secas, comenzaba a valorarse para envolver a una serie de producciones musicales de cierto valor artístico, especialmente por sus letras, marcadamente diferenciadas de la irrelevancia con la que se machacaba a la sociedad desde los medios de comunicación masivos.
Vale la pena considerar que uno de los vehículos de conocimiento de la música eran las mismísimas disquerías, que ofrecían cabinas con auriculares para escuchar el material que estaba disponible a la venta.
En ese contexto, Sui Generis, integrado por Charlie García y Nito Mestre, apareció como un «generador de contenidos» en la vida de los jóvenes que en la Argentina estaban ávidos de algo «copado» y auténtico.
Con Sui Generis se produjo un caso sociológico jamás repetido. Fue el mecanismo de difusión de sus canciones a partir de las interpretaciones que realizaban muchos de los jóvenes que los admiraban. Lo hacían en las reuniones con sus pares. Efectivamente, no es una leyenda que existían los fogones donde cantar sus temas era el broche de oro. Tampoco es mentira la escena de «La noche de los lápices» en la que los chicos detenidos van cantando las canciones de Sui Generis, escuchándose de celda a celda.
En 1976, cuando «La Máquina de Hacer Pájaros» dijo «aquí estoy» en el teatro Coliseo, Charly ya había cobrado una dimensión tan grande, que -más allá de la excelencia de sus compañeros- él estaba preparado para jugar en cualquier liga. Por eso, el surgimiento de Seru Giran. En SG(2), durante casi cinco años, si bien García seguía siendo el número 1, no necesitaba ser el motor creativo de la maquinaria del grupo. Lo había esperado durante una década: armar un supergrupo, donde no sólo se la devolvían redonda, sino que él sabía que el público repartiría las simpatías que en «La Máquina…» él acaparaba.
Antes de transformarse en el solista más importante de la historia del rock en castellano, consagrado para las generaciones del pasado, las del momento y las futuras, el 28 de diciembre de 1982 en el Estadio de Ferrocarril Oeste, en un concierto legendario, en el cierre de un año en el que la sociedad tenía mucho hambre de manifestarse y unirse.
La guerra de las Malvinas, como triste remate de un gobierno ilegitimo, violento y cínico, dejó a la gente en un estado de ansiedad único en el devenir de la historia argentina: había que asegurar la libertad. Las canciones de Charly se hacían cada vez más importantes en esa empresa.
Después de eso, Charly jugó a las escondidas con su propio liderazgo musical, dedicándose, alternativamente a adaptarse a los tiempos y las modas, a recrear la música de terceros, a experimentar con sonidos nuevos que no siempre ayudaban a vestir sus creaciones y a volver a sorprender con producciones de su natural jerarquía.
Cuando lo ví por primera vez, en el Luna Park, él tenía 23 y yo, 14. Sí, estuve el famoso 05/09/75 en la primera función. Fue la jornada en la que Tito Lectoure le alquiló el estadio a Jorge Alvarez -manager de SG(1)- con bastante miedo, por el precedente de vandalismo en una presentación de Billy Bond y la Pesada del Rock and Roll, unos años antes. Y estuvimos atentos a cómo se filmaba el recital, sin saber que se haría con ello un largometraje. Al igual que como lo hacían los militantes de las agrupaciones políticas (pibes algo mayores que los de mi grupo, en ese momento) nos agachamos cuando la cámara nos iba a enfocar.
Pero hacía dos meses, me había quedado dormido y no me encontré con mis amigos para asistir al recital de Sui Generis en el teatro Astral. Era un ciclo para grupos de rock que se ofrecían los domingos a las 10.30 de la mañana. Como solía suceder, muchos decían que los jóvenes éramos unos vagos. A contrapelo de la habladuría, iban un domingo a la mañana a ver y escuchar a sus músicos. Bueno, parece que yo era una vergonzosa excepción y quedé pegado entre los vagos, porque la función del ex dúo de Charlie y Nito (ya era un cuarteto con Rino Raffanelli y Juan Rodríguez) colmó el teatro y yo no estaba.
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