Inmaculada Concepción de María. Con esa identificación la cultura cristiana abre la etapa de mayor espíritu festivo que atraviesa la vida familiar en el año. Y un vistazo sobre el esplendor navideño en las grandes tiendas porteñas.
En la Argentina, como en gran parte de América Latina, el inicio de la Navidad y el armado del árbol se transformaron en una tradición que trasciende religiones y fronteras y que se arraigó en las costumbres de todos estos países hace más de un siglo. Ya todos sabemos que ocurrió entre influencias europeas. Pero debemos asignarle algo de responsabilidad al entusiasmo por los ritos familiares.
Efectivamente, el árbol de Navidad tiene raíces en las antiguas culturas nórdicas y germánicas. La costumbre era decorar pinos y abetos en invierno como símbolo de esperanza, especialmente cuando el frío parecía arrasar con todo. Con la llegada del cristianismo a esos territorios, la costumbre se resignificó: el árbol pasó a simbolizar el Paraíso y la luz de Cristo. Fue San Bonifacio, en el siglo VIII, quien popularizó el pino como representación del árbol sagrado cristiano.
La tradición cruzó los siglos y se consolidó en Alemania en el siglo XVI. En aquel entonces, las familias comenzaron a decorar sus hogares con árboles iluminados con velas. La idea se expandió a Inglaterra y Francia en el siglo XIX, principalmente por influencia de la reina Victoria y el príncipe Alberto, de ascendencia germana. La inmigración europea llevó este rito a América. En la Argentina se mezcló con los festejos familiares y el entusiasmo de una sociedad en constante crecimiento.
La Buenos Aires de la primera mitad del siglo XX, capital de una Argentina «a minutos de ser un país desarrollado», reflejaba el clima navideño con una elegancia que hoy un joven no conseguiría ni imaginar. Las grandes tiendas departamentales, muchas de ellas emulando a las de París y Londres, se vestían de gala y ofrecían verdaderos espectáculos para el público porteño. En sus vitrinas y salones se respiraba un clima festivo que convertía cada diciembre en una temporada muy esperada por todos.
Harrods Buenos Aires: Sucursal de la clásica tienda británica, en Florida y Paraguay, era el epicentro del glamour navideño. Sus vitrinas se transformaban en postales de invierno con muñecos animados, nieve artificial y decoraciones importadas. Familias enteras se detenían a admirar las vidrieras iluminadas. Harrods era más que una tienda: era un símbolo de estatus y modernidad, donde el árbol central, gigantesco y perfectamente adornado, se convertía en el protagonista de diciembre.
Gath & Chaves: En pleno corazón de la ciudad, Florida y Cangallo (hoy Perón) aquella tienda fundada por dos inmigrantes ingleses no solo ofrecía productos de lujo, pasillos amplios y elegantes. Para los chicos, en los años ’40s, ’50s y ’60s, la Navidad comenzaba en Gath & Chaves, porque se podía ir a visitar allí a Papá Noel durante diciembre y a los Reyes Magos antes del 6 de enero.
Casa Tía: Más popular y cercana al bolsillo de las clases trabajadoras, Casa Tía también mostraba atrás en espíritu navideño. Sus grandes locales, repletos de productos festivos a precios accesibles, bullían de clientes que buscaban adornos para el árbol o regalos para los más chicos. Las estrellas de Navidad, bolas coloridas y guirnaldas de papel crepé eran artículos infaltables en estas fechas.
Albion House: Otra de las tiendas pioneras, Albion House ofrecía al público porteño un toque británico inconfundible. Funcionó hasta 1958 con una premisa: no cerrar nunca. En Maipú y Diagonal Norte, era un lugar espectacular que abría las 24 horas del día. En Navidad, el dominio de rojo y verde deslumbraba.
En aquella Buenos Aires de prosperidad, el ambiente en las calles era -para muchos- comparable al de las capitales más importantes del mundo: faroles iluminados, calles abarrotadas de personas elegantes y un aire festivo que envolvía cada esquina. La ciudad brillaba en diciembre, y la Navidad, con el árbol como protagonista, simbolizaba el sueño de una Argentina moderna, cosmopolita y con empleo pleno.