• Diario 5 -Buenos Aires, viernes 17 de enero de 2025

La mentira de la "carrera" de locución está llegando a niveles de indignidad cada vez mayores, sin que a casi nadie se le mueva un pelo, ya que la ilusión de miles, mantiene un negocio millonario en academias inconducentes.

Muchos creen que es divertido. Otros, le dan una importancia de característica «cultural». De ahí a la pompa por celebrar el día del locutor, hay un paso. ¿Y saben qué..? La mayoría lo da.

Parece que resulta difícil de entender que la locución, como está planteada en la República Argentina -como actividad exclusiva y excluyente para quienes tienen un carnet habilitante, al que accedieron por haber estudiado una «carrera» de tres años o por demostrar que la ejercieron durante dos años en alguna radio del país- es una falacia rayana en la estafa.

Quizás pueda considerarse que, en 1951, la decisión de preparar «de antemano» para la radiofonía a jóvenes que egresaban de los colegios secundarios sin saber leer en voz alta, fue correcta. Las formas de expresarse, los modos y -en alta medida- la formalidad, eran firmemente valorados en la sociedad de entonces.

Y es que siempre vale oro la preparación.

Pero la locución no es una actividad cuyas máximas performances no sean fácilmente logradas -también- por buenos actores y actrices o personas con mucha práctica en técnicas de oratoria, traducción simultánea o relatos deportivos.

Algunos de quienes hemos estudiado los tres años en el ISER o el CoSal, incluso con varios años más para lograr éxito en el tan mentado examen de ingreso y luego de los ingratos «rebotes», sea por el motivo que fuese, entendemos que el Estado y el mercado nos empujaron a formarnos con obligatoriedad en algo que bien debió ser opcional para quienes aspiraban a superarse en su trabajo. Nada más.

En todos estos años ejercimos la locución -pegada al periodismo, para el que también nos preparamos- con una felicidad inmensa, porque es profundamente vocacional. Muchos somos parte de la repetida historia de «jugar a la radio» en la pubertad, con la que que cientos de colegas se nutrieron. Y, oportunamente, fuimos a estudiar. Pero tenemos en claro que, de no mediar una obligatoriedad de «academización», para cumplir todos los roles posibles frente a un micrófono de radio, lo habríamos hecho de todas maneras.

No haber tenido el Estado los reflejos necesarios, en más de 60 años, para liberar la actividad a quienes la ejercen de manera directa y por la sola evidencia que de ellos emana por hacerlo maravillosamente, fue repetir durante años y años ceremonias de «graduación» promovidas por el ComFer/AFSCA/ ENACOM, y llegar a esta vergonzante realidad de lanzar a más de 10.000 personas -en su mayoría, muy jóvenes- a buscar un tesoro de relativa valuación, apenas disponible para -exagerando- 200 profesionales.

¿Resulta difícil de creer la estadística? Ya hay más de 15.000 carnets.

¿Nadie lo ve? ¿o nadie lo quiere ver?

De una vez por siempre, justamente en los tiempos en los que en la Argentina es bastante común comprender las realidades exactamante al revés de como se presentan, es importante que la diferencia entre «estudiar para prepararse» y «recibirse para ejercer» quede muy clara en las mentes de quienes se erigen como autoridad, porque, de lo contrario y al paso de los años, cuando todo quede como parte de un «pasado de estudiantes», nadie verá la gravedad que implicó mandar a estudiar, a miles de personas, una carrera que no existe.

Son locutoras y locutores, mujeres y varones dotados con buenas prácticas de lectura y cierta intuición de cómo establecer algunos giros de intención. Durante muchos años, he visto y oído a actores -habitualmente dedicados al doblaje- con un poder de lectura extraordinario y voces de un magnetismo indiscutible, auténticos locutores, a quienes se les negaban «funciones» en las grabaciones de spots comerciales porque «el remate» (decir marca y slogan de un producto) lo tenía que hacer yo, que tenía carnet. Una pelotudez, bien de la burocracia argentina, bien de «te cago aunque seas bueno», bien de exageración sindical. Ellos, los actores, nos superaban en casi todo. Sin embargo, nosotros, los «acarnetados» nos jactábamos de tener -supuestamente- técnicas «limpias» para poner nuestras voces en algunos textos. En realidad, estábamos atentos a modismos que aplicábamos en nuestra lectura. Sólo moda. Nada propio ni de una clase magistral de Favaloro ni de la habilidad de Maradona. Nos mentíamos a nosotros mismos. Aún hoy, algunos locutores jóvenes lo hacen, porque siempre hay una moda vigente que confunde.

No es necesario tener que estudiar para ejercer la locución, por muchísimos motivos lógicos, humanos y técnicos. Basta con practicar y practicar lectura hasta obtener el sonido pretendido. Y cuanto más se ejercita, mejor saldrá. No hemos hecho más que eso al atravesar la pomposa materia «Práctica de Locución I, II y III». Y todos sabemos que hemos tenido compañeros que si los lanzaban en el primer año de estudio frente a un micrófono «de peso», como las radios de AM o FM de mayor audiencia, seguramente cumplirían perfectamente su acotado rol de leer avisos, decir la hora y la temperatura o hacer un informativo.

¿Por qué teníamos esa certeza? porque era evidente. ¿qué otra cosa se necesita? Es decir, él o ella demostraba que ya podía ejercer el oficio. Pero había que esperar a terminar «la carrera», hecho vinculado a cierta satisfacción gremial exclusivista, que nada tiene que ver con la defensa de la actividad, sino -más bien- de la preservación de una ridícula casta: la del carnet.

Ya hemos dicho hasta el cansancio que en el Uruguay los locutores son muy superiores a la media nuestra y ninguno de ellos tuvo la necesidad de tener aprobado un curso para ejercer su trabajo.

Por esta vez, no vamos a avanzar en lo referido a cómo el esquema de estudios jamás aportó al desarrollo de los talentos individuales de los locutores, ni cuánto rompió con la espontaneidad de muchos que se preparaban para ser artistas del micrófono, para transformarlos en obreros autómatas de él.

Tampoco profundizaremos, hoy, en la perversa confusión que el carnet de locutor provoca en los recién egresados del curso. Los asiste un derecho y pasan a ser colegas de los que traen años en el métier, lo cual no está ni bien ni mal. Pero algunos son propensos a dar por sentado que el mensaje que consume su generación es el que debería imponerse en los medios, convenciéndose de que lo demás es vetusto.

Estudiar locución está bien. Lo que no está bien es intentar hacerle creer a vaya a saber quién, que la locución es una ciencia por la que hay que obtener una «licencia» para ejercerla, al estilo del registro para conducir un vehículo. Es tan ridículo como denigrante. La locución es hablar bien y NADA MÁS.

Es menos que un sub-arte.

Es un ejercicio que bien podría integrar un «trabajo práctico» de colegio secundario.  Nos han mandado a miles a estudiar tres años para esa indigna barrabasada de cumplir ostentosamente un rol de lo más pavo en una radio o en un canal de TV.

Insistimos: vale oro prepararse. Pero prepararse de verdad, tanto en la lectura como en la conversación. ¿Hay ánimo de revisar apenas tres ejemplos de cómo lograrlo? Veamos:

  • Profundizando en el conocimiento del idioma que hablamos, ganar en vocabulario y escaparle a las muletillas. Las fórmulas originales del uso del lenguaje pueden y suelen ser celebradas por el público cuando son novedad, hasta que empiezan a resultar molestas.
  • Entendiendo que la seguridad para transmitir lo que se lee, no implica imprimir una velocidad que empasta la comprensión de las palabras.
  • Evitando formas exageradas y jactanciosas en la pronunciación de idiomas y menos aún caer en el repetido papelón de «anglosar» palabras de origen alemán, francés, húngaro, latín o cualquier idioma que no sea inglés, que es el que pretendemos demostrar que sabemos pronunciar cual nativos.

Habrá más. Por ahora, no transes. Si tenés carnet de locutor, no sientas que el aspirante a serlo no lo es aún. En esencia, ya lo es, igual que vos. El 3 de julio es el día de todos los que se sienten locutores o -lo que sería mas sano, por el inaguantable esparcimiento de egos en los medios- no lo es de nadie.

Carlos Allo

Editor de Diario 5 y Ensamble 19. Productor integral de Radio Clasica.

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