El inmenso trabajo de Ezequiel Lo Cane, sumado al dolor de la pérdida de Justina tuvo su fruto: hoy, todos somos donantes de órganos, salvo que accionemos para no serlo. Durante su mandato como senador, fue Fernando De la Rúa quien, en 1996, ya había planteado este esquema de padrón de donantes
Lo Cane, un despertador de la política
Hace unos días, al recordar la fecha del nacimiento de Dante, el hijo de María Obaya, quien atravesó todo el embarazo y el alumbramiento tras un trasplante hepático realizado en el Hospital Argerich, hacíamos foco en el primero de los grandes capítulos referido al necesario incremento y desarrollo de la conciencia social acerca del valor que este este generoso acto implica en un momento de máximo dolor para una familia. El otro gran capítulo para lograr la fluidez de esa conciencia de todos es Justina, un símbolo de que la donación de órganos es. mitad importante, mitad urgente.
A propósito del Día Nacional del Donante de Órganos, Horacio Rodríguez Larreta y Fernán Quirós se reunieron en Monserrat con el padre de Justina Lo Cane, Ezequiel, impulsor de la «Ley de Trasplante Nacional».
Lo Cane lideró fue la cara visible de una campaña de concientización por la donación de órganos, llamada “Multiplicate X 7”, tomando en cuenta que -al donar- el beneficio puede alcanzar hasta siete personas. Ezequiel Lo Cane y su esposa, Paola María Stello, mamá de Justina, consiguieron un merecido reconocimiento en el Senado de la Nación, al recibir la Mención de Honor Senador Domingo Faustino Sarmiento, en 2019.
Pero este hombre -un verdadero «despertador de la política»- trajo al foco de la escena un proyecto que ya había tenido una historia previa a la hoy vigente Ley (N° 27.447) de Trasplante de órganos, tejidos y células.
Si queremos ser absolutamente justos con todas las personas que trabajaron por una normativa en la que se establezca que todos somos donates en potencia, es necesario recordar que en 1996, el senador Fernando de la Rúa -posteriormente, presidente- había llevado al Congreso el primer proyecto que establecía esa modalidad, en la que las personas con intención de no ser donantes debían declararlo en un trámite y pasar a integrar un padrón de No Donantes y con facilidades de salir de él.
El proyecto, por entonces conocido como «Ley De la Rúa» comenzó a encontrar escollos en el propio senado, especialmente en la comisión de salud del Congreso Nacional desde la bancada oficialista que respondía al presidente Carlos Menem. Es uno de los casos de barrido debajo d la alfombra más vergonzosos que haya visto en la historia legislativa argentina, ya que ni cuando el mismísimo De la Rúa llegó a la presidencia, la ley tuvo posibilidades de volver a ser tratada. El trabajo del entonces senador es insoslayable, aunque deje a muchos mirando para fuera del cuadro.
La Ley actual, valientemente impulsada por el papá de Justina -tras la muerte de la niña de 12 años, quien no alcanzó a recibir a tiempo un corazón donado- rescata el espíritu de aquel proyecto. El problema es que en la Argentina, un reino de la mezcla de conceptos, muchos creen que por la forma en que terminó el gobierno de Fernando de la Rúa (maniobrado por operadores financieros para que quede como un terco y cercado políticamente para que su caída sea bien espectacular) toda su carrera política ameritaría cancelarse. Pero no. No amerita tal cosa.
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