Es histórico: pocos lo reconocen o- lo que sería más triste- lo valoran porque ni lo han pensado, ya que pensar no está para nada de moda. El tema es que el otoño es la estación del año que mejor le sienta a Buenos Aires.
El equilibrio de la humedad y las temperaturas templadas de los días soleados, que son los que suelen abundar -especialmente en abril- proveen al promedio meteorológico de Buenos Aires un estándar alentador para exaltar los paisajes urbanos y el aprovechamiento de sus espacios abiertos.
El «otoño porteño» no sólo es una de las joyas piazzollianas, integrante de las cuatro estaciones porteñas, sino que conforma una placentera realidad tangible a partir de cada 21 de marzo y durante muchos días, hasta que los árboles despiden sus últimas hojas y se hace necesario, ya, enfrentar esa lejanía del sol en la última semana de junio.
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