• Diario 5 -Buenos Aires, domingo 9 de febrero de 2025

En una semana a la que nos dedicaremos a recopilar un buen puñado de trabajos de hombre y mujeres de letras que dedicaron su talento a darle protagonismo a Buenos Aires, probablemente encontremos alguna referencia que nos invite a abrir esos libros y disfrutar de estilos literarios que teníamos olvidados o, quizás ni siquiera conocíamos.

Aún -enhorabuena- hay rincones que delatan con creces que el aire nostálgico y las calles cargadas de historias fueron un faro para poetas de todas las épocas. No sería nada sencillo hacer una completísima recopilación de poesías dedicadas a la ciudad. Pero si nos aseguramos  de que la hemos diferenciando géneros y subgéneros, podremos incorporar todas las piezas que vayan  presentándose en la memoria. Todo arranca con las creaciones literarias que se meten en Buenos Aires y que no fueron llevadas al terreno musical del tango pero capturan su esencia desde diversos ángulos.

Para que todos comprendan el global de la riqueza literaria que envuelve a Buenos Aires, vale la pena escarbar en los trabajos que la ensalzan Aires más allá del tango. Son plumas de celebridades, poetas que plasmaron la ciudad desde perspectivas personales, casi siempre hermosas, abarcando la historia, su gente y hasta sus contradicciones. Siempre, en primera línea, tenemos muchos tangos que  nos narran Buenos Aires. Estas poesías, en cambio, ofrecen su aproximación de manera más abstracta. Pura lectura -íntima o conceptual- que merece ser revisitada.

 

«Fundación mítica de Buenos Aires”, de Jorge Luis Borges

En este poema, Borges recrea el nacimiento imaginario de la ciudad desde una perspectiva metafísica. Buenos Aires se presenta como una invención, un lugar que surge más de la memoria y los sueños que de la realidad física. Con un lenguaje preciso y profundo, el poeta da vida a una ciudad que trasciende lo material.

¿Y fue por este río de sueñera y de barro 
que las proas vinieron a fundarme la patria? 
irían a los tumbos los barquitos pintados 
entre los camarotes de la corriente zaina.

Pensando bien la cosa, supondremos que el río 
era azulejo entonces como oriundo del.cielo 
con su estrellita roja para marcar el sitio 
en que ayunó Juan Díaz y los indios comieron.

Lo cierto es que mil hombres y otros mil arribaron 
por un mar que tenía cinco lunas de anchura 
y aun estaba poblado de sirenas y endriagos 
y de piedras imanes que enloquecen la brújula.

Prendieron unos ranchos trémulos en la costa, 
durmieron extrañados. Dicen que en el Riachuelo, 
pero son embelecos fraguados en la Boca.
Fue una manzana entera y en mi barrio: en Palermo.

Una manzana entera pero en mitá del campo 
expuesta a las auroras y lluvias y suestadas. 
La manzana pareja que persiste en mi barrio: 
Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga.

Un almacén rosado como revés de naipe 
brilló y en la trastienda conversaron un truco; 
el almacén rosado floreció en un compadre, 
ya patrón de la esquina, ya resentido y duro.

El primer organito salvaba el horizonte
con su achacoso porte, su habanera y su gringo. 
El corralón seguro ya opinaba Yrigoyen, 
algún piano mandaba tangos de Saborido.

Una cigarrería sahumó como una rosa 
el desierto. La tarde se había ahondado en ayeres, 
los hombres compartieron un pasado ilusorio. 
Sólo faltó una cosa: la vereda de enfrente.

A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires: 
La juzgo tan eterna como el agua y el aire.

 

«Buenos Aires”, de Alfonsina Storni

Storni dedicó versos a la ciudad en los que dialoga con su movimiento, sus luces y sus sombras. Su Buenos Aires es una urbe de contrastes, que a veces asfixia y a veces inspira. Con su mirada crítica y sensible, la poeta capturó la esencia cambiante de la metrópoli. A quienquiera deducir que nos trata bastante de trogloditas e ignorantes, desde este medio nadie le discutirá.

Buenos Aires es un hombre
Que tiene grandes las piernas,
Grandes los pies y las manos
Y pequeña la cabeza.

(Gigante que está sentado
Con un río a su derecha,
Los pies monstruosos movibles
Y la mirada en pereza.)

En sus dos ojos, mosaicos
De colores, se reflejan
Las cúpulas y las luces
De ciudades europeas.

Bajo sus pies, todavía
Están calientes las huellas
De los viejos querandíes
De boleadoras y flechas.

Por eso cuando los nervios
Se le ponen en tormenta
Siente que los muertos indios
Se le suben por las piernas.

Choca este soplo que sube
Por sus pies, desde la tierra,
Con el mosaico europeo
Que en los grandes ojos lleva.

Entonces sus duras manos
Se crispan, vacilan, tiemblan,
¡A igual distancia tendidas
De los pies y la cabeza!

Sorda esta lucha por dentro
Le está restando sus fuerzas,
Por eso sus ojos miran
Todavía con pereza.

Pero tras ellos, velados,
Rasguña la inteligencia
Y ya se le agranda el cráneo
Pujando de adentro afuera.

Como de mujer encinta
No fíes en la indolencia
De este hombre que está sentado
Con el Plata a su derecha.

Mira que tiene en la boca
Una sonrisa traviesa,
Y abarca en dos golpes de ojo
Toda la costa de América.

Ponle muy cerca el oído:
Golpeando están sus arterias:
¡Ay, si algún día le crece
Como los pies, la cabeza!

 

«Elegía y Benavídez”, de Homero Manzi

Aunque Manzi es reconocido por sus tangos, este poema en particular escapa de lo musical para concentrarse en la poética de una Buenos Aires interior. Se trata de un texto melancólico que revela una relación íntima con los rincones menos transitados de la ciudad.

«El Buenos Aires que se fue”, de Evaristo Carriego

Carriego, considerado un cronista poético del barrio de Palermo, describe una Buenos Aires que desaparece ante la modernidad. Sus versos rescatan la atmósfera de los patios, las veredas y las charlas de esquina, elementos que empiezan a perderse en una ciudad que avanza sin mirar atrás.

«Poema de los dones”, de Jorge Luis Borges

En este poema, aunque no se menciona explícitamente a Buenos Aires, el escenario de la biblioteca y la evocación de lo cotidiano remiten inevitablemente a su Buenos Aires natal. Es una celebración de los pequeños milagros de la vida urbana y de la capacidad de la ciudad para inspirar.

«Buenos Aires nocturna”, de Enrique Banchs

Un poeta algo olvidado pero crucial en el canon argentino, Enrique Banchs, captura la melancolía y el misterio de las noches porteñas. Sus versos, cargados de sensibilidad, describen la soledad y la magia de una ciudad que nunca duerme.

«Plaza San Martín”, de Leopoldo Lugones

En este poema, Lugones pinta un retrato de una de las plazas más icónicas de Buenos Aires, cargándola de simbolismo histórico y poético. Es una oda a la naturaleza dentro de la ciudad, un refugio de tranquilidad en medio del caos urbano.

«Buenos Aires 2000”, de Juan Gelman

Gelman escribe sobre una Buenos Aires imaginada en el futuro, con su mirada crítica y nostálgica. A través de imágenes poéticas, reflexiona sobre lo que la ciudad podría ser, mezclando esperanza y desencanto por los cambios de la modernidad.

«Nostalgia de Buenos Aires”, de Silvina Ocampo

Silvina Ocampo, conocida por su lirismo en prosa y verso, dedica algunos de sus poemas a Buenos Aires desde una perspectiva intimista. En «Nostalgia de Buenos Aires», la ciudad se convierte en un espacio de recuerdos y sensaciones que perviven en la memoria.

«Calle Corrientes”, de Raúl González Tuñón

Tuñón, poeta comprometido, dedica su pluma a retratar la vida en la emblemática avenida porteña. La «calle que nunca duerme» se convierte en un símbolo de resistencia, cultura popular y bohemia, con un lenguaje que combina lo cotidiano y lo poético.

«Aguafuertes Porteñas”, de Roberto Arlt

Las incorporamos porque, aunque no son poesías, estas crónicas son un testimonio literario indispensable para entender Buenos Aires. Con su estilo incisivo y descarnado, Arlt describe la ciudad desde una óptica crítica y sarcástica, retratando a sus habitantes, costumbres y contradicciones. Las aguafuertes son fragmentos llenos de observación y reflexión, que permiten imaginar una Buenos Aires agitada, sucia y apasionante, muy distinta a las imágenes idealizadas.

«Buenos Aires en camiseta”, de Nicolás Olivari

Olivari retrata una ciudad cotidiana y popular, alejada de los ornamentos de la alta poesía. En su estilo irreverente y directo, el autor describe una Buenos Aires en su aspecto más simple y humano, mostrándola como una ciudad viva y cruda.

 

Al inspirar un mosaico literario casi inabarcable, sea con las crónicas de Arlt o las imágenes poéticas de Tuñón, Buenos Aires se convierte en un personaje en sí misma, retratada en su dualidad de esplendor y decadencia. Así sucede con París, Londres, Nueva York y Madrid. Cada autor aporta un prisma diferente. Y se conforma un bloque. Es la construcción colectiva de la identidad literaria de la ciudad. Y no tocamos el tango.


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