• Diario 5 -Buenos Aires, martes 11 de febrero de 2025

En 2018, cuando Marcelo Zanotti nos señaló algunos puntos sobre la absurda manera en la que muchos argentinos veían al Papa Francisco, ya intuía el futuro. Vamos a ir apelando para la cuestión que nos ocupa hoy, a aquella extraordinaria montaña de verdades relatadas en el estilo inigualable del más destacado columnista de Diario 5. Y al final el link para recordarla.

Desde aquel entonces, las hordas de opinólogos amateurs se desvivían en analizar las giras del pontífice, eligiendo quedarse con lo superficial y olvidando su rol global. Hoy, esas mismas personas han dado otro salto olímpico en la estupidez: ahora resulta que el Papa “ya no es argentino”. Sí, lo leíste bien. De ser un ícono nacional, pasaron a expulsarlo simbólicamente de su lugar de origen, como si fuera un jugador de fútbol que se fue a Europa y no volvió a su barrio.

Es fascinante, y a la vez deprimente, ver cómo nos sumergimos en el lodazal de nuestras pequeñeces. Zanotti remarcaba que el argentino promedio —tan “apasionado”, tan “sentimental” y tan “calentón”— no logra distinguir entre las responsabilidades de un líder religioso de talla mundial y la caricatura ridícula que proyectan las publicidades y los influencers baratos. Nos creemos los dueños del Papa, pero no somos ni capaces de respetarlo como tal.

En la pila de ironías, la columna remarca que nos autopercibimos como “familieros”, pero las familias están divididas por grietas que ni un terremoto cierra; que somos “sentimentales” pero con la profundidad emocional de un charquito. Y que nos proclamamos “toquetones”, como si eso fuera un rasgo entrañable y no un síntoma colectivo de lo que nunca queremos admitir: nuestra incapacidad para convivir con límites y respeto.

Y ahora, esta nueva ocurrencia: el Papa no viene porque “ya no es argentino”. Quizás porque ser argentino, para muchos, significa ser parte de esta tragicomedia de pasiones mal entendidas, fanatismos baratos y broncas ciegas que no construyen nada.

El Papa Francisco es el Papa, no «nuestro Papa argentino». El problema es que, desde nuestro pedestal de soberbia vacía, nunca quisimos verlo como el líder que eligió poner su vocación al servicio del mundo entero. Preferimos reducirlo a otro trofeo para nuestras vitrinas imaginarias, como si ser argentino fuera un sello mágico que valida todo lo que tocamos.

¿Y qué hacemos mientras tanto? Seguimos jugando a nuestras “grietitas” y “discusioncitas”. Y no hay posibles explicaciones grandilocuentes para la ausencia del Papa en estas tierras. Hoy ya es evidente que no viene porque, al vernos desde Roma, entiende que somos exactamente eso: pequeñas miserias que no merecen grandes visitas.

Al repasarlos podemos confirmar cada concepto vertido por Marcelo en la nota original:

Crónica de una Vanidad Colectiva: ser «el Papa argentino» es más importante que ser el Papa

 

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