• Diario 5 -Buenos Aires, sábado 13 de septiembre de 2025

Estamos para atrás: editorial para un país que no aprende

Los afiches no tienen firma, pero podrían llevar la de millones. “Estamos para atrás” no es una consigna: es un diagnóstico. Preciso, brutal, inevitable. Y lo que duele no es solo la frase, sino que nadie puede refutarla. Porque desde 1989 hasta hoy, cada gobierno argentino se encargó de confirmar que sí, estamos para atrás. Y que el retroceso no es casual: es sistemático.

Carlos Menem armó un espejismo al poner, temporalmente, dinero fresco en un país que se vendía, también frescamente. Privatizó casi todo, incluso malvendiendo empresas públicas como Entel y convirtió al Estado en una oficina de remates. Muy pocas eran las voces en discordia. Cuando aquel audaz nos prometió el primer mundo, Livio Fort, del grupo periodístico fundador de Diario 5 anticipó el acto de violencia económica que significaría aquella política: «Van a dejar un país para 5 millones de personas». Y éramos 35 millones. Efectivamente, nos dejó con el uno a uno mentiroso y el desempleo verdadero. Mientras algunos se llenaban los bolsillos, millones quedaban afuera. ¿Modernización? No. Fue saqueo con moño.

El que llegó con el traje de la decencia porque la evidencia de la corruptela del gobierno anterior generaba hedor fue Fernando De la Rúa. Pero el no ver que estaba sentado en un sofá de pólvora, lo llevó soberbiamente a darse el lujo de quedarse sin el vicepresidente que fortalecía la gobernabilidad. Cuando se fue en helicóptero, con muertos en la calle, se lo tildó de incapaz de gobernar y de entregar el poder sin entender qué pasaba. Si bien fue su culpa rodearse de ineptos y necios, a la oposición peronista le provocó una gran satisfacción volver a ser destituyente, incluso con mayor mayor facilidad que cuando lo fueron con Alfonsín. No obstante, el legado delarruista fue el estallido, los corralitos de todos los tamaños y mucha desesperación por el descenso social de millones de argentinos. De la Rúa cargó con las culpas de Menem y con las propias. Pero es imposible hacerle entender eso a la gilada. Quedó como un presidente que ni siquiera supo renunciar con dignidad.

Eduardo Duhalde se sentó en la silla caliente y la enfrió aprovechando el default. Por un lado, gobernó con la lógica del puntero, del pacto, y del arreglo. Muchos tomaron su su gestión como el puente entre el caos y la continuidad del modelo. Pero el instrumento que eligió para poner un poco de «equilibrio financiero» fue la pesificación asimétrica: los bancos se salvaron de la sangría de dólares, mientras los ahorristas perdían todo. Comenzaba un momento inmejorable para ubicar soja a buen precio en el mundo y otra crisis sobrevoló la rosada y perjudicó a la sociedad. Duhalde apuró -innecesariamente- su salida del poder, a raíz de un crimen por la represión a un reclamo social suscitado en Avellaneda. La responsabilidad debió recaer en el gobernador bonaerense Felipe Solá, a quien su partido -incluido el mismo presidente- pactó preservar.

El poder que ostentaba Duhalde al momento de definirse los candidatos para las elecciones de 2003 hizo que fuera su propio dedo el resolutor de la «interna». Y ahí, la tómbola  benefició a Néstor Kirchner. El güinompi llegó con discurso de ruptura y gobernó con los mismos de siempre. Se abrazó al sindicalismo corporativo, a los barones del conurbano, a los empresarios que decía combatir. Construyó poder con caja y relato. Las organizaciones de Derechos Humanos sabían a pie justillas todas las operaciones de corrupción del gobierno que las mantenía bien forradas. Sembró el germen de la polarización que nos sigue pudriendo.

Cristina Fernández de Kirchner profundizó el modelo con épica y blindaje mediático. Cinco de los ocho años que gobernó fueron de una inflación galopante que jamás permitieron que el INDEC la revele. Abrió un supuesto grifo de la ayuda social «aliviadora» e igualmente tenía piquetes y varias formas de protesta. De salida, en 2025, el kirchnerismo estaba generando el síndrome del cofre vacío. Detrás del discurso, mantuvo cepo, corrupción estructural y una economía que se cerraba cada vez más. Rodeada de obsecuentes, permitió y fomentó que «los suyos» a atacaran a sus críticos y se aprovechó de que al argentino poco pensante y con tendencia al fanatismo le gustan las rivalidades. Su gobierno tuvo y dejó al país, más que nunca, partido en dos grupos seudo ideológicos.

Cuando Mauricio Macri prometió “pobreza cero” e hizo silencio sobre la situación que encontro para que el kirchnerismo «no lo moleste tanto» en el Congreso, se condenó solo. Su gradualismo fue un fracaso y dejó más pobres que nunca. Aunque se pudiera tratar de un error estratégico y no de una maniobra fraudulenta, endeudó al país en tiempo récord. Aún se discute si gobernó para los CEOs o su plan de largo plazo podría llegar a buen puerto pero fracasó en cada indicador económico. Por momentos, su gestión fue una mezcla de marketing y torpeza. Obviaba comunicar detalles de su gestión o lo hacía pésimamente. El gradualismo en un gobierno liberal es una rareza. Y perjudicial para todos. Cuando quiso reaccionar, ya era tarde.

Alberto Fernández terminó siendo el presidente del vacío. El diario del lunes dice lo posiciona sin poder real, sin rumbo y sin convicción. Presidente quemado con estructura partidaria poderosa, país perjudicado. Era obvio que AF debió renunciar. Pero ¿Cristina, la vice, agarrar esa papa caliente? Fue la etapa en la que la hipocresía y el cinismo se establecieron como cosas de todos de todos lod íasn en el poder. Gobernó con Zoom y hasta asqueó con sus frases hechas. Que la interna que lo haya devorado desde el primer día fue para él un placer, dad a su condición de eterno dirigente de segunda línea. La pandemia lo expuso pero la economía lo terminó de enterrar. Un presidente que no presidió nada.

Javier Milei llegó como outsider y se convirtió en el último capítulo de esta tragicomedia. Este discurso de motosierra y libertad, aplicó ajustes brutales que golpean a los de siempre. Mientras habla de casta, se rodea de lo más rancio del sistema. El domingo 7 de septiembre de 2025 las urnas dijeron «caminante, no hay camino». Prometer futuro colgándose del menemismo residual, mientras el presente se desangra, es una demostración de necedad superior. Soportarlo dos años más sin plan político sería demasiado argentino. Ya no hay confianza en él por parte de los que la van distribuyendo a través de los años electorales. Esos «distribuidores» de confianza son los que siempre terminan definiendo quién gana una elección. Y siempre, siempre, siempre, se equivocan.

Todos fallaron. Todos mintieron. Todos se beneficiaron. Y todos dejaron una estela de frustración que hoy se pega en los muros como esos afiches anónimos. “Estamos para atrás” no es solo una frase: es una condena escrita por cada uno de ellos. Y por cada uno de nosotros que los votó, los defendió o los toleró.

No hay épica posible. No hay relato que aguante. No hay promesa que no esté rota. Lo que hay es un país que mira hacia atrás porque adelante ya no ve nada.

 

 

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