• Diario 5 -Buenos Aires, sábado 13 de septiembre de 2025

Más de 180 chicos se enfrentan cada sábado en torneos que enseñan mucho más que jaque mate

Cada sábado por la mañana, en distintas escuelas de la Ciudad de Buenos Aires, se juegan partidas de ajedrez. Veamos cuánto más hay detrás. Son más de 180 chicos y chicas, de entre 7 y 14 años. Son los torneos escolares del Programa de Ajedrez Escolar. Van acompañados por sus familias, docentes y directivos.

No puede haber un mejor estímulo de complemento educativo que un ritual que combina juego, aprendizaje y comunidad.

Hay puntualidad, tableros desplegados, relojes en marcha, miradas concentradas y silencio. En esas cinco horas —de 9.30 a 14.30— hay  un doble clima: el movimiento de piezas y un contexto en el que se impone casi invisible esa herramienta pedagógica que estimula la memoria, la concentración, el pensamiento lógico y la anticipación.

El ajedrez enseña a esperar, a respetar turnos, a perder sin rencor y a ganar sin soberbia.

El Programa de Ajedrez Escolar es impulsado por la Dirección General de Escuela Abierta a la Comunidad. Por el informe que difunden, esta rede está alcanzando a unos 18 mil estudiantes en más de 190 escuelas porteñas.

Los torneos sabatinos son se vniculan con los talleres escolares de la semana. En la «previa», docentes especializados trabajan con grupos de primaria, secundaria y modalidad especial, adaptando el juego por edades. Y los sábados, todo ese trabajo se pone en juego —literalmente— en un espacio que también convoca a las familias.

Quizás, lo más valioso del ajedrez escolar no sea lo que enseña, sino cómo se lo enseña. En cada sede, las cooperadoras escolares colaboran con la organización, los directivos abren las puertas y los docentes se comprometen en guiar a los chicos en sus categorías.

Hay algo que es lo de siempre: a los chicos hay que mostrarles todo. Ellos, después se enganchan solos cuando descubren algo que les gusta. Saber, saber y saber. Lo pecaminoso será que en el final del ciclo escolar existan chicos que en su vida hayan tocado un alfil porque la escuela jamás le abrió esa puerta. Y si a estos encuentros ellos los viven a su estilo, como ceremonia de barrio, como «encuentro de amigotes» o de pertenencia, mejor.

 

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