¿La discusión sobre el aborto está en manos de Poncio Pilatos?
(Por Roberto C. Neira)*
En los últimos días, recibí un capítulo de un documento emitido en Chile por el Cardenal Errásuriz, titulado: «Un nuevo derecho ¿al aborto?»(1), donde se fija una posición ambigua, arcaica y retrógrada sobre el aborto, uno de los temas más complicados para la humanidad y, por supuesto, para nuestra sociedad.
No puedo dejar de referirme a lo insólito de esta posición que, en definitiva, es la misma que asume la Iglesia Católica cuando se habla de métodos de prevención o de «anticoncepción».
Las posiciones encontradas que surgen de la misma Iglesia, produjeron en todas las épocas conclusiones inusuales.
La conferencia anglicana de Lamberth en 1930, por ejemplo, aprobó lisa y llanamente el control de nacimiento. Pero el papa Pio XI fue el que produjo una precisa definición sobre el tema. En su encíclica «Casticonnubii» admitió exclusiva, aunque veladamente, el método «Ogino-Knaus» (relacionado al ciclo menstrual femenino), que fue descubierto por esos años. En esa rigurosa postura se prohibía el método denominado de «coitus interruptus» o receso, que consiste en retirar el órgano sexual masculino de la vagina justo antes del orgasmo, eyaculando fuera de la misma. Tal vez porque la Biblia ya lo había condenado en Onán (2)
Continuando con esa línea de conducta la Iglesia llega a nuestros días manteniendo los mismos conceptos. De modo que la polémica creada por el aborto se caracteriza más por las incoherencias y por la falta de capacidad para emitir razonamientos claros y precisos, que por la búsqueda de una solución para atender los problemas derivados de su práctica.
La solución que concede la Iglesia se basa exclusivamente en el «sacramento de la reconciliación» y «la misericordia». Por ejemplo, en caso de violación -señala el documento- «Dios recompensará con creces a la madre por haber optado por la vida indefensa que abriga y por la misericordia.» (?)
Además, están quienes se oponen al aborto por el simple hecho de aceptar ciegamente las directivas que emanan de las autoridades eclesiásticas, conformando una suerte de verticalismo que les impide pensar y adoptar opciones objetivas e imparciales, respecto a la defensa de los derechos de la mujer ante casos en los que está de por medio su vida.
En principio, debería aclararse por qué se les ha endilgado el mote de «abortistas» a todos los que piensan diferente a la Iglesia sobre este asunto. Ese es un error conceptual que solo sirve para alejar la discusión de la raíz del problema.
Los «antiabortistas», si vale el término, deberían comprender que hoy no se están discutiendo cosas tan simples como «enseñanza laica» o «libre». Se está debatiendo, nada más ni nada menos, la resolución de problemas sociales de extrema gravedad que involucran la vida de seres humanos .
¿Quién podría estar naturalmente a favor del aborto porque le da la gana?. Nadie está diciendo eso. Y si alguien lo dice no sabe de qué está hablando.
Por supuesto, quizás para algunos sectores sea conveniente dejar que esta discusión vaya a parar a manos de gente que carece del mínimo sentido común, introduciendo el debate en la sociedad sin dar ninguna explicación y apelando solo a los sentimientos que todo ser humano tiene ante la perspectiva de elegir entre la vida y la muerte…
¿De eso se trata? ¿De vulgarizar el nivel de la discusión?… Sabemos de sobra que cuando esto sucede todo termina tal cual está.
Pero qué mejor para ilustrar a los lectores que las opiniones formuladas por los miembros de la Iglesia.
Mientras el dictamen de una minoría de los miembros del clero condena todo método anticonceptivo no natural, la mayoría ha opinado que «la facultad sexual no es sólo para la procreación sino también para expresar amor en el matrimonio». También expresaron que: «el hombre es administrador de su facultad sexual y no se ve por qué es inmoral hacer colaborar a la técnica para ese cometido».(3)
Por estos tiempos, en la carta encíclica sobre el Evangelio de la Vida, Juan Pablo II recuerda con estas palabras lo que es el aborto procurado:
– «… es la eliminación deliberada y directa, como quiera que se realice, de un ser humano en la fase inicial de su existencia, que va de la concepción al nacimiento» y agrega que: «… con la autoridad conferida por Cristo a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con los Obispos de la Iglesia católica, la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral.»
Si fuese juez, agregaría a los dichos de Juan Pablo II, bajo las circunstancias que rodean a sus expresiones, que más que gravemente inmoral el hecho que menciona sería un crimen, un asesinato… De lo que se desprende que la Iglesia Católica navega siempre sobre una media verdad para poder dar respuesta a sus propias dudas.
Uno de los párrafos del documento del Cardenal Errásuriz, señala que:
-«El ejercicio de la propia libertad tiene un límite infranqueable: el derecho a la vida de los demás. No es el único, pero es un límite absoluto cuando se refiere a la vida inocente. Vulnera gravemente este principio esa corriente que pretende justificar el aborto como un derecho de la mujer a tomar decisiones sobre su propio cuerpo. El ser que viene en camino es siempre un don de Dios, una vida nueva llamada a nacer, que espera ayuda y cariño. Ya no es su cuerpo, es una vida humana distinta a la suya, de la cual no puede disponer. Como toda vida inocente, espera de ella respeto y apoyo para nacer.»
El pequeño ser que está formándose en el vientre materno bajo ninguna circunstancia puede ser considerado como un «don de Dios», sino como el producto de la concepción de un hombre y una mujer que no ha llegado a término, aunque tenga las formas de la especie. Porque se supone que el debate se está planteando entre hombres, seres humanos, personas de carne y hueso, y no, entre seres sobrenaturales o extraterrenales.
En cuanto a lo expresado por los papas Pio XI y Juan Pablo II y por el Cardenal Errásuriz, no se alcanza a vislumbrar a quiénes involucran las prohibiciones, dado que la mayoría de los católicos en todo el mundo no reparan en la existencia de esta anacrónica doctrina.
¿Qué se debería hacer entonces con los no creyentes o que adhieren a otras religiones?
Si la intención es discutir seriamente el problema del aborto, habría que despojarse de ideologías, creencias, religiones o pensamientos sectarios, para poder analizar los datos de la realidad y en base a ellos buscar las soluciones adecuadas para cada caso en particular.
Si se aplica la teoría de que la solución al aborto pasa por la encíclica papal o por la divina providencia, lo único que se está haciendo es «crucificar» a miles de personas que no saben qué hacer con su propio calvario.
Se trata de creyentes y no creyentes, devotos de otras religiones, ateos, agnósticos, que, por supuesto, los hay y muchos… Pues, todas estas personas estarían dependiendo del raciocinio de los que están capacitados para discernir y que conocen bien a fondo el problema.
A simple vista, dentro de este contexto, es loable y meritorio que muchas personas opten por enarbolar una posición en defensa de la vida de un ser en gestación. Sin embargo, correspondería a quienes asumen esta responsabilidad, suministrar diversas respuestas a la sociedad. Por ejemplo, explicar qué se va a hacer con los miles de madres que viven en condiciones miserables, sin alimentos, sin cobertura de salud, sin educación sexual; mujeres que, por descontrol, viven «fabricando» hijos y más hijos, los que luego son abandonados, regalados, vendidos o echados a la calle para volcarlos en las garras de la droga o del delito.
Téngase en cuenta que mi descripción, por dura que sea, no corresponde a hechos que están sucediendo en otro planeta… Están aquí, junto a nosotros, quizás a metros de vuestras casas y se producen ante la complacencia de la Iglesia que, en la mayoría de los casos, se oponen al uso de un simple profiláctico.
Este contrasentido proviene de la ineptitud de la Iglesia que nunca pudo adaptarse a la realidad de un mundo cada vez más injusto. Un mundo donde mueren millones de niños al año como consecuencia del hambre, las enfermedades y las guerras; un mundo donde la Iglesia, a pesar de tener fórmulas rígidas y disciplinarias, tanto para bendecir a los misericordiosos como para excomulgar a quienes no merecen su tutela, no interviene enérgicamente para frenar el holocausto que significa a diario la muerte de seres inocentes.
Por otra parte, la Iglesia ha fracasado también en la imposición de su moral sexual. Apenas una ínfima minoría de parejas respeta las disposiciones eclesiásticas que prohíben todos los métodos anticonceptivos.
En estos casos la gente apela al sentido común, que está muy por encima de cualquier creencia.
Es decir, a la hora de la verdad, está comprobado que la Iglesia no tiene respuestas y la práctica termina siendo la mejor receta. Sobre todo, cuando los seres humanos se encuentran solos, desamparados, aislados por la incomprensión de los poderosos, y tienen que resolver sus problemas de cualquier forma para seguir subsistiendo.
(1) «Chile: Distribución de abortivos por parte del estado.» (2) Génesis XXXVIII, 8/10. (3) Concilio Ecuménico Vaticano II -1965.
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(*) Roberto C. Neira es docente, escritor y periodista. Fue editor de los Suplementos «Turismo» y «El Cronista Exportador» en El Cronista (Comercial); colaboró en la edición de suplementos de «Diarios Bonaerenses» y en diversas publicaciones especializadas; tuvo a su cargo la producción periodística de «Diario 5» (FM 103.5 PREMIUM) y colabora actualmente con numerosas publicaciones nacionales y extranjeras