Sí, aparecen. Los naturales impactos emocionales que dispara la realidad de la familia vulnerada al morir una madre de dos jóvenes hermanos,
aparecen, sí. Y más aún, en este Cuarteto de Borodin, cuando se enfrentan al regreso de un padre que se les ausentó durante 25 años. Vienen acompañados de ciertos complementos que, no necesariamente por su calidad de sorprendentes, iban a ser los encargados de proveer de solidez a la obra. Sin embargo, «Cuarteto…» alcanza las metas, especialmente por la profundidad del planteo y la precisión del lenguaje.
Marcelo Galliano concibió la pieza alrededor de un rompecabezas psicológico: los hijos de la recientemente difunta no piensan igual ante ese padre que se les presenta abriendo ventanas a múltiples abismos vinculados al pasado. La sucesión de recuerdos y referencias a las propias vidas de los hermanos aparentan estar en un cierto «orden», mientras a cada uno de ellos le resulta sencillo establecer un hilo entre sus pensamientos y la decisión de enfrentar el conflictivo encuentro de estos tres miembros que quedan de lo que alguna vez fue un cuarteto, presumiblemente, feliz. Los protagonistas, a la hora de verse en una instancia que los obliga a atravesar un terreno que los puede depositar en un mar de angustias, no consiguen resultados ni con sus pensamientos ni con una interacción familiar, ya que difícilmente fluya generosa y desprovista de algún resabio de miseria humana, como el resentimiento, el descompromiso o la insensibilidad. Entonces, apelan a la recriminación al propio autor como toda forma de examen de conciencia.
Vale la pena. Jueves, a las 21 en el Teatro Buenos Aires, de Rodríguez Peña y Corrientes. Daniel Cinelli dirige bien a Damián Frusciante, Ricardo Lago Oliveira y Guido Silvestein. Cada uno tiene momentos bien claros de lucimiento. Dura aproximadamente una hora.
Hoy, a Galliano lo enmarcan en el «Neorrealismo Poético». No es incorrecta la clasificación. Pero siempre hay que tomar en cuenta que la poesía tiene siempre más peso específico que cualquier realismo, por lo que si mañana al autor se le ocurre volcarse a algún tipo de «irrealismo» dramatúrgico, es muy probable que el poder teatral ronde alrededor de su capacidad poética, con lo cual las obras de Marcelo Galliano tienen garantía de ir siempre dotadas de alta gen literaria.