Si estás calculando que el título es una crítica a las autoridades, mejor seguí de largo con la nota. No es para ellos. Quizás sea para vos. Es el famoso «al que le quepa el sayo…»
Para cuando ocurren situaciones de tanta adversidad como las de las últimas inundaciones en la Ciudad de Buenos Aires, es absolutamente necesario establecer un nivel de convivencia entre algunos elementos básicos que nos lleven al camino de la solución. Ocurre que con las inundaciones los automovilistas que salen a circular por calles que se han visto afectadas por el agua, deben saber, claramente, sin la más mínima capacidad de distracción, que al intentar circular por esos lugares, las posibilidades de encontrarse con nuevos problemas, son muy altas.
Si la paciencia no abunda, los que no la ejercen tampoco deben mostrarse públicamente. En muchas de las esquinas donde el agua arrasó sin piedad han quedado semáforos sin funcionar. Puede decirse por estas horas que, frente a la gravedad a del problema anterior, un semáforo descompuesto es un claro problema menor, si los automovilistas que por allí circulan entienden que estamos atravesando una situación de emergencia.
El problema radica en que la ausencia de paciencia es un hito entre los automovilistas porteños. Definitivamente esa gente merece el repudio absoluto por parte del resto de los ciudadanos. Nada hay tan injustificado desde el punto de vista intelectual para quien decidió este mensaje, que expresar el asco que le provoca un fulano al volante que no sabe diferenciar situaciones. Si los semáforos no están funcionando aún, como efecto de las inundaciones, todos los vehículos deben circular lentamente y con precaución por las zonas afectadas y no existe motivo alguno que privilegie a ninguno a apretar el acelerador más de lo debido.
Para que éstos imbéciles no tengan que estar permanentemente expuestos como blanco de mis observaciones, y el de la de cualquiera que los observa claramente como reverendos desconsiderados rayanos en lo canalla, el Gobierno de la Ciudad debería establecer mensajes claros y contundentes referidos a la manera en que se debe circular por las esquinas en las que los automovilistas venían acostumbrados a encontrar semáforo y que ahora no lo haya.
No es posible que tengamos que estar permanentemente dependiendo de que alguien dirija, paute, establezca, guíe nuestra conducta, sea en la calle, en los cines, en las canchas, en las plazas y parques, en los conciertos de rock o en cualquier lugar donde, al vernos libres de la mirada de la autoridad, nos despachemos con comportamientos de adolescentes haciendo pogo.