El editor de Diario 5 redobla su apuesta en cuanto a su posición que deja afuera al kirchnerismo y al macrismo de ser las brasas para encender la definitiva dignidad argentina.
Ciertos artistas populares que alguna vez fueron muy exitosos en televisión sintieron, aunque experimentalmente, el roce fragante de la palabra «capocómico» en boca o letra de alguna crítica aduladora. Cuando esta gente pasa por períodos de abstinencia de aplausos, corre siempre, indefectiblemente siempre, el riesgo de transformarse en molestos, dejando abierta la sospecha de estar secretamente rezando plegarias por recuperar atención. Eso, en realidad, a nadie le importa, a no ser que se trate de figurines que aprovecharon su notoriedad para exteriorizar su ideología pour la galerie. Ahí, sí, el público puede regalarles una oportunidad más, ya que es bufonería asegurada.
Nadie necesita a Dady Brieva para empatizar con el kirchnerismo y nadie necesita a Alfredo Casero para darle la derecha a la derecha. De hecho, Brieva ridiculiza al kirchnerismo y Casero avergüenza a los conservadores. ¿A quién podrían serles útiles? Son almas enfermas de vanidad que saben que, a través de la opinión política, satisfacen su hambre de secreción endorfínica cuando hay todavía un cierto público que reacciona ante sus nimiedades expresadas gracias a micrófonos amigos. Es que por la vieja vía de demostración de sus talentos, hoy resultan un saquito usado para varios tés. No tienen gusto. Ni a revolucionario ni a gorila.
Si bien no sobran los ejemplos fuertes de antagónicos gladiadores de juguete -algunos, estúpidamente clásicos-, siempre hay algún productor televisivo deleznable que prepara el ring y lo deja disponible para que los burros de carga vayan a demostrar sus habilidades cloacales: Eduardo Feinmann vs. Roberto Navarro es algo así como un sueño inalcanzable. No ha nacido el Don King que los logre enfrentar delante de una misma cámara para deleite del público hipócrita que aportaría muchos puntos de rating, mientras más de la mitad del país sigue penando hambre, marginalidad y vida triste.
Raúl Rizzo y Juan Acosta sí son carne de pelea fácil y se los ha usado como a coballos en varias oportunidades. Incluso se recuerda la baba que le cayó al sector del periodismo que los estimula y fogonea, cuando por la redes sociales se viralizó que todos estos tirifilos cobraban lindos manguitos por sus salidas a la arena del Coliseo virtual, data, desafortunadamente, jamás confirmada.
En el periodismo personalizado, con nombre y apellido, cuando usás tu prestigio alguna vez ganado para endulzarte con las popularidades que brindan las ideológicas -quizás, entendiendo que la carrera «ya la hiciste» y viendo que tu nueva forma de trascendencia es más amable, glamorosa y rentable- corrés el riesgo de engrasarlo (al prestigio, claro).
Jorge Lanata y Víctor Hugo Morales son dos periodistas prestigiosos. Y son tan inteligentes que saben -desde la a hasta la z- que están arriando ovejas, es decir, lo que ambos, en sendos años mozos, detestaron de otros periodistas. Reconocemos que se trata de dos tipos acostumbrados a caer parados. Se destacan de verdad y por brillo propio. Cargan con kilos de bronce en méritos. Son «Top». Pero la posición que hoy adoptaron los aleja -bien lejitos- de aquella amada libertad que los sedujo el primer día de ejercicio de su compartida profesión. Y no porque haya ninguna dictadura que les impida expresarse, sino porque ambos «forzaron su propia coherencia» hacia lo ideológico. Bien antiperiodístico. Bien acorde con estos tiempos en los que el trabajo de ser objetivo y equilibrado no se lo quiere tomar ni un cronista cuando pregunta en carnicerías el precio del osobuco.
No obstante, tratándose de dos otrora veletas del pensar, en cualquier momento se reinventan y Jorge encarrilaría un regreso a su histórico progresismo infantojuvenil, mientras que Víctor Hugo volvería a posar para las revistas especiales de Clarín, como lo hizo en «Argentinos, Retratos del Fin de Milenio». Mientras tanto, les pueden seguir vendiendo sus pescados del día anterior a los dos grandes grupos de trogloditas de la Argentina. A este boludo, por ahora, no.
No vamos a incluir mujeres en estos duelos con espadas de apio, porque no se registran bochornos mayores entre ellas, siempre hablando de este rubro. Si bien hay algunas chicas que se manifiestan ideológicamente en medios públicos, el amperímetro no ha llevado al grado de papelón por desbocamiento ideológico ni nada que se le parezca a ninguna dama del ámbito artístico -incluso periodístico- de la Argentina. Y si así ocurrió, un caballero no tiene memoria.
¿La Argentina es más divertida con tipos como Luis D’Elía y Fernando Iglesias?
El pelotudaje que se divierte con ellos, tuerce la respuesta a un claro «sí».
La nueva «verdadera Grieta»
Es costoso aceptarlo. Pero si estás del lado Alfredo Casero o de Dady Brieva, pasás a juicio por parte de los que vemos una grieta más grande de la que ves vos. Digamos que al tomar partido por cualquiera de ellos, ingresás en un área en el que serás considerado/a «INDEPLA» (Individuo Nocivo al Desarrollo del Pensamiento Libre en la Argentina) hasta que demuestres lo contrario.
¿cómo se demuestra lo contrario?
Ejemplo 1: Si tenés perro y levantás la caca cuando lo paseás, tenés derecho a ser o macrista o kirchneristra.
Nadie te observa. Nadie te toma con la camarita de seguridad. Es a conciencia. Si no lo hacés… ¿qué importancia tiene que seas macrista o kirchnerista, si en realidad son un hijo de puto que, dejando la cagada de tu perro en la vereda, se caga soberanamente en los demás? Muchas veces, estos lapidables hasta se justifican, como fue el caso de un pendejo caradura ecologista, a quien encaré en Combate de los Pozos y Cochabamba, frente a la estación de GNC, cuando abandonaba el proof-pack que había dejado su labrador. Me dijo: «¿no entendés que si hace junto al arbolito está aportando abono a la tierra?
Ejemplo 2: Si al circular manejando, en una esquina sin semáforos detenés la marcha para que una persona que está esperando cruzar, lo haga delante de tu automóvil.
Ahora… ¿qué más da que seas de La Cámpora o de la UCD, miembro de una organización de Derechos Humanos o simpatizante de Bolsonaro, si vas a pasar la esquina vos primero? Y encima, la eterna -siempre canallesca- justificación: «Es que yo vengo rápido. Aparte estoy solo yo. No hay más autos. El peatón puede esperar unos segundos más». Típico. Y hay decenas de detalles que pueden agregarse. Pero la provocación va más lejos: la mayoría dice no saber que donde no hay semáforo, el peatón tiene prioridad estricta.
Hay unos 18 ejemplos más pero no van a quedar escritos aquí para generar diversión gratuita. Porque -tal como fue advertido en observaciones anteriores- aunque reciban la advertencia de dónde está el problema, lo más probable es que sigan apostando a la grietita K/M. Eso los divierte a los argentinitos falaces, que cuando se les hace notar este bochorno intelectual en el que viven, reaccionan como corresponde a ellos: endilgándote, junto al insulto que te profieren, que tu posición ideológica es la adversaria en el partidito de barrio que juegan ellos.
Es genial ver que si un fanático del PRO discute sobre atribuciones del Estado con un kirchnerista o un militante de la Cámpora le plantea a un macrista los excesos en que caen los empresarios, en esa polémica, ninguno se enoja tanto con el otro, como se enojan conmigo cuando les digo lo parecidos que son entre sí.
La verdadera grieta, como lo indica el gráfico, divide a los que pelean por la supremacía una mirada ideológica, de los que trabajan cada día para demostrar que la dignidad no es una manta corta, que si se la tira hacia un lado abriga a una parte de la sociedad y, al arrastrarla hacia el otro extremo, abriga a los otros.
Y nada de acusar a estas personas de «despolitizados». Mucho cuidado. Algunos fanatizados en creer que su bandería o su líder representan el Nirvana de la Patria, se abalanzan sobre el independiente y los librepensadores con gran agresividad pero carentes de armas intelectuales y morales, a plantearle que sólo de la política (y de los políticos que la practican) pueden surgir «resultados políticos» que favorezcan al país. Chocolate por la Noticia. Es precisamente. por eso que existe este planteo de ubicarnos en la otra orilla de una grieta mayor: Levantar la caca del perro es una forma de candidatearse mejor a hacer política. No pasar con el auto en una esquina sin semáforo en la que un peatón está esperando para cruzar, es una manera clara de estar mejor posicionado para ser un político. ¿Querés más? Leeme mañana.
Nunca estuvimos tan cerca de la división social que tuvo la Unión Soviética: Dirigentes y Dirigidos. No hay otra cosa. Ponerse de un solo lado apoyando a un dirigente para denostar al otro nos hace miserables. Y a muchos les encanta.