Cambiemos ganó en la Ciudad de Buenos Aires, sin que sus candidatos nombren a Santiago Maldonado. Unidad Ciudadana salió segundo en el mismo distrito y tampoco le brindó una palabra a la sociedad que escuchó y siguió el caso durante dos meses y medio. Ningún político de la capital argentina se acordó del muerto que fue desaparecido, en las horas en las que ellos tenían todo el protagonismo encima. No importa si eran ganadores o perdedores. Eran argentinos, es decir, gente oriunda de una sociedad mezquina, descomprometida e hipócrita.
Santiago Maldonado era un tema molesto en esta jornada. Incluso mañana, mas o menos lo será. Cuando aparezcan los próximos roces contra los intereses de cada uno (99% de probabilidades de que se trate de un problema que afecte la economía familiar de la clase media), el caso Maldonado reverdecerá en el interés de la sociedad, que, en realidad, se mantiene vivo por obra y gracia de una parte del periodismo que empuja desde su cercanía con la justicia y arrastra «por resignación» a los que no pueden tapar el sol con la mano.
No lo nombró Elisa Carrió, ni Cristina Kirchner, ni Mauricio Macri, ni María Eugenia Vidal. Sí lo hizo Sergio Massa, quien hizo referencia al sufrimiento de la familia. Claro que a Luis Zamora no se le iba a escapar el comentario: si bien se trató de una declaración frente al periodismo que lo vino a consultar al momento de votar, cualquiera entendería que -por su posición ideológica- no lo habría soslayado en una típica tribuna de agradecimiento a votantes, es decir, cuando las cámaras de televisión encuentran algún divertimento en las noches de domingos electorales.
¿Por qué cualquier candidato -de la jerarquía que sea- se puede dar el lujo de omitir un tema instalado en la sociedad, con palabras de trazo grueso, como los son los pedidos de justicia, responsabilidad de Estado y tantas otras acertadas observaciones ante un caso con ribetes políticos y tufillos retrotrayentes a los ’70, justo en el momento de la reflexión postelectoral?
Porque la sociedad se lo permite.
Esa es la respuesta a todo. Nosotros somos los responsables. Nosotros somos los culpables. Ellos tiran de la cuerda del desatino, de la desidia, de la malversación de sentimientos y nosotros estamos chequeando redes sociales en el celular, viendo y comentando el Bailando, discutiendo por Messi o emborrachándonos en una Previa. Agua y Ajo.
Pero cómo! ¿entonces tenemos que avalar a los que salieron a romper todo -anteanoche- en la marcha por pedido de justicia por Santiago Maldonado? Respuesta: Si esa es la manera de pedir justicia de unos tipos que se tapan la cara y no se consideran delincuentes comunes, yaque la policía no puede «tratarlos» como tales, debido a que se le irían encima las organizaciones de Derechos Humanos, es porque vos permitiste que eso pasara a formar parte de la idiosincracia argentina, cuando -en otra época- te dedicabas a pensar en Mau-Mau, a leer Radiolandia, a escuchar a Deep Purple o a apostar a los burros, mientras se llevaban gente detenida para darles muerte y hacer desaparecer sus cuerpos porque pensaban diferente. ¿De quién pensaban diferente? ¿de los milicos? Eso es obvio pero los militares actuaron con tu aval, con el de tu papá y con el de tu abuelita. ¿Vos te ganaste la democracia en 83? ¿sos más joven? ¿te ganaste la reválida de vivir en democracia? ¿sos de los que se la pasan puteando a cada gobierno que se embarran en la economía de mercado, que tienen casos de corrupción o que subsidian gente sin hacerla trabajar?
En la Argentina, ya hay pruebas suficientes de que en dirigismos, populismos, liberalismos, neoliberalismos, conservadorismos, peronismos sin Perón y radicalismos sin Alfonsín, nos fue mal. La sociedad argentina es experta en buscar un papá o una mamá que le resuelva las cosas, por eso se bambolea entre proyectos políticos y critica ferozmente a los políticos que no les caen simpáticos. Agua y ajo o: Mucha concentración en estudiar sin copiarse, sacrificarse en carreras, ofrecer trabajo si no se puede solo, trabajar y reflexionar antes de una huelga, dejar hablar y escuchar en los diálogos, respetar a los mayores cuando se nota que saben más y no imponernos porque nos vemos más fuertes. Con eso ya tendríamos un buen comienzo. Todo bajo una pauta insoslayable: el sólo pensar que ser argentino es una ventaja para algo, ya nos volteará nuevamente cualquier proyecto desde su nacimiento. Todo es costoso y pasible de que se nos exija humildad. Por más que nos repitamos una y mil veces «sí, se puede».