La mayoría de las personas que se especializan en observar el comportamiento humano, cuando analizan a la sociedad Argentina de los años 90 coincide en que fue de un tiempo de bajísimo o casi nulo accionar solidario por parte de los ciudadanos. Incluso las personas que no comulgaban con ideas liberales, se subieron lentamente (en algunos casos) al vertiginoso ritmo de las nuevas reglas de ultra consumo que ya habían atrapado al sector más distraído de la población. En 2001 se produjo un cambio nada paulatino; el argentino amanece a 2002 desnudo de la protección de sus tradicionales costumbres.
Suena extraño, pero la costumbre del buen vivir no la invierte ningún argentino aunque esté reduciendo la satisfacción de necesidades básicas propias y de su familia, incluyendo hijos pequeños. El análisis para esa época cambió: la crisis extrema de ese momento volvió a hacer permeables las aristas solidarias argentinas: desde los clubes de trueque hasta la aceptación definitiva por parte de la sociedad porteña de que todas las noches un grupo de personas desmembradas de la estructura laboral del país, pasarán por la puerta de su casa recogiendo y seleccionando desechos reciclables que podrán luego vender y así asegurar su subsistencia.
Viene entonces una nueva toma panorámica de la lupa de los observadores sociales, que desde 2006 aproximadamente se encuentran con la Buenos Aires que observa los nuevos cambios desde dos ángulos diferentes. Uno, el de la resignación propia y ajena porque comprendió que nada le hará recuperar las alegrías de la Buenos Aires súper elegante y de la Argentina naif. La otra visión es la del que critica por todo
concepto al porteño “resignado”.
En realidad, la existencia de ese “resignado” es una muestra de cierto regreso a aquella insolidaridad de los 90, mientras que el otro -el que lo critica a éste- revela que su opinión es que la salida de la crisis es muy difícil para un argentino, y más especialmente si vive en la gigantesca Ciudad de Buenos Aires, donde equilibrar las necesidades propias con las ajenas sin causar daño entre unos y otros, es una tarea ciclópea.
Uno de los problemas de los que casi nadie se da cuenta de que son problemas porque cada vez son menos las personas que se detienen a pensar, es que no es posible permitirle a nadie que viaje en un transporte público con una mochila montada sobre su espalda. Existe un caso testimonial que expondremos en esta sección y que determina claramente la necesidad de que desde el poder se bajen del automóvil oficial o el lujoso automóvil
particular que tienen y que viajen, no una sino unas 100 veces en colectivo subte o tren en hora pico para consustanciarse de una buena vez con lo que la sociedad necesita, porque si no todo lo que digan seguirá siendo, para los pensantes, un gran acto de hipocresía, aunque consigan votos.