• Diario 5 -Buenos Aires, viernes 14 de febrero de 2025

Por qué los chinos no necesitaron interactuar socialmente

PorMarcelo Zanotti

Jul 22, 2020

El Estado de su país les puso dinero en el bolsillo y les aseguraron una ley de protección a 20.000 kilómetros de su casa.

Para muchas personas, cuando se trata medir y calcular las diferencias entre los resultados sociales obtenidos por un grupo de seres humanos y otro, la homogeneidad pesa por sobre el resto de los factores. Es, filosóficamente extraño, pero real: se suele decir que el conjunto de personas que responden casi uniformemente un patrón que las ordena, se organizan bien, demuestran ser buena gente, se estimulan entre sí y se desarrollan como sociedad. Ejemplos de ello son el factor tesón en los japoneses, el factor método en los alemanes, el factor trabajo premiable en pueblos como el polaco, el irlandés o el factor unión, clave caracterizado hora de casi todos los pueblos de Medio Oriente, incluyendo árabes, judíos, turcos y armenios.

Ahora, nada de lo expuesto está científicamente comprobado. De hecho, buena parte del criterio de los grupos sociales no dejan siempre resultados positivos. Por lo menos, desde nuestra mirada, que puede ser considerada «Argentina», «occidental y cristiana», «latinoamericana» o, simplemente, heterogénea. Estamos en un laberinto fascinante que podría derivar en la redacción de un libro, aunque -enhorabuena por nuestro estado mental-jamás haremos.

Volviendo nuestro primer párrafo, y habiendo aclarado la ausencia de cientificismo, encontramos el «factor distancia» en los chinos. En este caso, la distancia -a propósito de alguna de las necesidades que estamos sintiendo ante el coronavirus-es claramente social, por lo que también podría ser traducida en «aislamiento». Los chinos, que emigraron a América en el siglo xxi, con dinero en el bolsillo y la capacidad de invertir de manera directa en países como la Argentina, el Uruguay, Chile, Perú, Paraguay, Bolivia o el Brasil, no sintieron en ni mínimamente la necesidad de fundirse socialmente con el pueblo del país que los acogió. Tienen plata. Tienen negocios. No les importa vincularse con nadie porque su condición de inmigrantes no se parece en nada a la que debieron enfrentar los pueblos que llegaron a la Argentina desde fines del siglo xix, tanto desde Europa, desde los otros países de esta región, como de la mismísima Asia, cuando colonos japoneses se hicieron tan argentinos como los criollos.

El argentino actual es tan poco propenso a reflexionar, analizar, intentar entender y pretenden a saber cómo son las raíces de las cuestiones que lo circundan, que no alcanza a darse cuenta de que no es posible establecer una comparación entre los chinos y los de los inmigrantes » anteriores», porque los chilenos no se hicieron «de abajo». Los chinos vinieron con dinero, se anotaron en las listas de grupos familiares a los que les iban a dar la posibilidad de directa de instalar un negocio con todas las protecciones que jamás nadie tuvo en ningún país de América nunca entre la sanción de la constitución en 1853 y la etapa de desbande nacional en el treintenio menemdelaruaduhaldekirchnermacrista. No se trata de que los presidentes aludidos en la interminable palabra que acabamos de escribir hayan sido -en algún caso- responsable directo de la absurda estupideces de haberles regalado a los chinos lo que a cualquier argentino le llevaría décadas de sacrificio. Así, emigra cualquiera

No es nacionalismo. No es chauvinismo. En la Argentina, la costumbre de encasillar es un vicioso deporte. Y para cualquier pelotudez hay tribuna. De aparecer alguna mirada filosófica que pueda dejar cierto saborcito a la ideología con la que simpatiza cualquiera de los tragasapos que se encuentran en este país a cada lado de la inefable grieta, surgirán apoyos en redes sociales, mensajes telefónicos a las radios y cualquier otra forma de comunicación que los haga sentir cómodos en la expresión de su beneplácito. Decíamos que no se trata de una mirada nacionalista que señale con el dedo a los pequineses.

Todavía creemos en el fragmento de preámbulo de la constitución que, bellamente, dedica su redacción » para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino» (más allá de que esta frase podría mejorar sustancialmente el futuro del país con el agregado de la expresion » de bien» cuando hace referencia a todos los hombres del mundo).

Como en todas las zonas cosmopolitas del mundo, hemos tenido inconvenientes y los hemos superado. A través de dos siglos nos hemos mezclado criollos, españoles e italianos, gringos de toda Europa, coyas, árabes y judíos, coreanos y japoneses, más guaraníes y charrúas. Y durante los últimos decenios se sumaron latinoamericanos de todos los orígenes. Todos son «argentinizables». Incluso los chinos. Pero a ellos no les interesa. Por qué? Porque vinieron con plata. Tienen guita. No hablamos de la que hicieron. Hablamos de la que trajeron porque se la dieron y luego la pusieron para multiplicarla con sólo figurar en una lista que los iba a hacer desembarcar en un local para instalar un supermercado en cualquier ciudad de la Argentina.

Nos hemos dedicada a defender  a los chinos de los imbéciles argentinos que los atacaron por considerarlos -pelotudísimamente- «culpables» de la expansión del coronavirus. A esos, les seguimos tirando pintura fucsia para que el escrache se asemeje a la eternidad. Pero la actitud de no demostrar la más mínimacapacidad de mimetización con el ambiente que los rodea, como las formas afectivas que aquí se cultivan

Muchas veces, nos encontramos con la necesidad de marcar que «lo justo es justo» Pues bien, nadie les niega alguna simpatía (casos minoritarios). Incluso se podría decir que -a partir del comportamiento que se observa en la mayoría de los chinos que viven entre nosotros- se los ve buena gente. Pero es injusto.

 

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