Hay un mensaje del GCBA que permanentemente se le repite vía email a una cantidad de ciudadanos. Se trata de la imposición de un esquema vetusto con referencia a un supuesto cuidado de árboles. El mensaje dice Hola, aparece el nombre del destinatario y un ¿cómo estás? Luego viene una pregunta psicopateadora como para que el distraído usuario caiga por efecto «culpa urbana»: ¿Sabías que ya hay cerca de 300 vecinos comprometidos con el cuidado de árboles de la Ciudad?
Para los vecinos de Comuna 3, el mensaje cierra con una invitación que pretende abrir el corazón y la carga de sensibilidad de los rceptores del mail: Para que seamos cada vez más los que colaboramos con el medio ambiente del barrio, queremos invitarte a que te sumes a cuidar uno de los árboles de Balvanera o San Cristóbal durante su primer año de vida.
No. Error. Ya existe una política ecológica del Gobierno de la Ciudad y está muy bien que planten, ayuden acrecer y se mantengan en los correspondientes espacios verdes. Pero la vida en una gran ciudad sigue siendo urbana y la medida estructural de la defensa del medio ambiente tiene que caber en esa estructura de vida y no al revés: no es posible que por preceptos ecológicos, olvidemos que hay preservaciones que tienen prioridad en Buenos Aires.
Hay que asumir que una de las necesidades de preservación que ocupan un lugar de máxima jerarquía en cada bando de la histórica batalla entre lo necesario y lo urgente, es el impostergable retiro de centenares de plátanos (El conocido «Falso Plátano», el del fruto que se desmenuza y produce alergias y conjuntivitis) de varios barrios de la Ciudad de Buenos Aires. El problema mayor causado por estos añejos y bellos compañeros urbanos es que sus raíces no se detienen ante nada y, luego de haber pasado ya décadas de estar levantando y rompiendo veredas, ahora están causando roturas de serias a graves en una gran cantidad de casas y edificios, especialmente frentes, mármoles de umbrales, complicaciones en marcos de puertas de calle e infinidad de grietas y rajaduras en medianeras. La circulación en las veredas ocupadas por estos árboles se encuentra afectada de manera permanente y los mayores perjudicados son personas de edad avanzada o con discapacidad.
Ya basta. No se trata de una eliminación insensible, indiscriminada y a la bartola de ningún árbol. La destrucción de paredes y veredas se debe a que, en el caso de lo plátanos, con su diámetro exceden hasta 3 veces la superficie del cuadrante de vereda que se asignó durante su plantación. Sacar esos ejemplares -quizás muchos ellos puedan ser transplantados- sería un acto de responsabilidad, lo que terminaría acordando con la sustentabilidad que hoy se persigue y los preceptos de la ecología.
Asumir que los árboles plantados por los equipos de forestación del intendente Federico Pinedo en 1893, completando el original de Domingo Faustino Sarmiento, 25 años antes, en una ciudad que asigna espacios verdes de manera especial y que puede tener una linea arbolada en veredas anchísimas como la Av. del Libertador y tantas otras, debe estudiar con alto nivel de conciencia y sin discusiones banales la opción de retirar -de raíz- árboles que, de una u otra manera, afectan al ciudadano.
El mapa que exponemos es una clara prueba de que estamos en lo cierto. El propio Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, en su mapa de ubicación de árboles, un excelente relevamiento en detalle, cuadra por cuadra, reconoce la población excesiva de plátanos en muchas cuadras de la Comuna 3, muchos de ellos de un ancho tan impresionante que se los ve apuntando a extenderse, tanto hacia las medianeras, amenazando que «ingresar» en las construcciones, como hacia la mismísima calzada, ya que con sus raíces llegan a tapas parte del cordón de la vereda.
Hoy, es posible reemplazar los viejos árboles por tallos en desarrollo cuyas raíces no afecten alguna otra de nuestras cosas. No es una actitud de pueblo maduro exagerar una posición pro naturaleza y sobreactuar ideológicamente a favor del ecosistema, en una ciudad gigante, plagada de necesidades de orden técnico para cumplir con la premisa de que millones eleven su calidad de vida. En una ciudad como Buenos Aires vale la pena que se establezca la mayor cantidad de espacios verdes posibles, pero cuando cuatro o seis árboles por cuadra están complicando el ritmo de vida de la gente, la estructura de sus viviendas o de las organizaciones comerciales, poco hay que discutir. Cada cosa en su lugar. Es una discusión pendiente, que requiere seriedad, evitar chicanas y actuar con celeridad. Del mismo modo que cualquier familia asume, sin perder un segundo, qué hacer cuando la mascota que aman, ya longeva, atraviesa un sufrimiento del que todos son concientes.